jueves, 5 de marzo de 2015

Héctor D'Alessandro:El destino es la palabra


Aprendí a leer y a escribir antes de ir al colegio. A los cuatro años de edad, con mi padre, que me estimulaba en estas actividades.

Recortaba y pegaba las letras mayúsculas de la sección de anuncios clasificados del periódico; quizás por eso mi letra manuscrita está compuesta en cuanto me descuido de una totalidad de letras mayúsculas que llenan las hojas; me resulta más fácil escribir todo en mayúsculas que en minúsculas, de hecho, mentalmente, para mí no tienen diferencia alguna. Y, dado que mi padre ya tenía cincuenta y nueve años a mis cuatro años, aprendí un montón de palabras que los niños de mi generación (nací en 1963) no conocían a esa misma edad.

Así fue que en el colegio me caracterizaba por conocer palabras tan extrañas a corta edad como “quimera” o “tálamo” y podía referirme a hechos, objetos y personas con adjetivos más precisos que lindo o feo, como por ejemplo: “sofisticado”, “elegante” o “jacarandoso”.

Esto en cierto modo me hacía sentir excluido y pedante y por eso me adaptaba al medio en que estaba y utilizaba palabras accesibles. En este hecho radica mi capacidad de hacer fácil lo difícil, como suelen decirme mis alumnos de coaching para escribir. Era un traductor nato dentro del mismo idioma. De adulto incluso me dedique durante un tiempo a traducir a lenguaje periodístico algunos artículos complejos de sociología, psicología social, economía y psicología.

En el colegio me aburría mucho porque, dado que mis padres no me llevaban de vacaciones, yo me pasaba el verano leyendo los libros del año siguiente, y así, cuando comenzaba el año yo ya me sabía todo sobre el curso y el programa del curso escolar siguiente.

La peculiaridad de estas lecturas consistía en que leía todo como si se tratara de géneros narrativos. Este fue mi primer hallazgo epistemológico. Ver y leer las diferentes ciencias sociales y exactas como “géneros” antes que como disciplinas. Y en ello, está la base de mi tesis central para enseñar (mejor para mi es decir “facilitar aprendizajes”) escritura creativa de ficción y de no ficción y prosa ensayística.

En mi libro “Aprender es recordar. Una introducción al pensamiento narrativo” desarrollo las ideas que de alguna manera ya se habían perfilado gracias a las supuestamente “aburridas” vacaciones de lecturas que consistían mi manera de divertirme y pasar el rato.

A los nueve años leí “Los crímenes de la calle Morgue” de Edgar Alan Poe; ese relato y el titulado “La carta robada” constituyen el impulso inicial para que me decidiera a escribir. El año anterior me había memorizado casi por entero, y lo recitaba y lo cantaba todo el día, el “Martín Fierro”, y eso me había dotado de un conocimiento fundamental: la necesidad de belleza en las composiciones narrativas, la necesidad de un ritmo que suscite en el lector un gusto por leerlo, una expansión lúdica. Con Poe, se despertó en mi el interés por “atrapar” al lector con una historia, mantenerlo cautivo de un modo adictivo ante la narración. Me dije, lo recuerdo claramente: “yo quiero escribir algo así”.

Paralelo a esto, se daba la circunstancia de que mi papá era un gran conversador y contador de anécdotas. Yo veía que el público, los empleados de su oficina en el Ministerio de Salud Pública, donde trabajaba como inspector general, los integrantes de nuestra familia, los amigos, todas las personas, lo escogían para que contara anécdotas comunes; y le decían “contala vos, Raúl, que sabés contarlo muy bien”.

Eso me fascinaba, yo quería ser un contador de anécdotas de su talla. Yo mismo le pedía que me contara una y otra vez historias de la familia o de su lejana juventud, y hallaba en sus relatos una vivacidad atrapante que me dejaba sin aire al escucharlo.

Cuando terminaba de contármelas, yo le decía: “contámela otra vez”.

José Hernández, Edgar Alan Poe y mi padre, Raúl D’Alessandro, fueron mis primeros modelos como narradores.

Influido decisivamente por mi padre, empecé a escribir mi primer libro, que consistió en una recopilación de frases célebres dignas, hoy día, de subirlas al Facebook.

Y luego de casi dos años juntando frases, un día lo tiré todo a la basura porque consideré que no me servían para nada y también había dejado de encontrarles su sabiduría intrínseca.

Al entrar al liceo leí “Siddartha” de Herman Hesse; pero no fue el gran impacto que luego averigüé que había resultado ser para jóvenes de casi todo el planeta. En cambio, cuando a los quince años descubría Horacio Quiroga, sus “Cuentos de amor, de locura y de muerte”, ferozmente conmovido, me propuse escribir parecido a él, hice varios ensayos pero definitivamente no sabía cómo hacerlo.

En esos años, entre los catorce y los dieciséis, leí al fin, un cuento de Robert Graves titulado “El grito” y uno de Isaac Bashevis Singer, titulado “La otra Esther Kreindell” que realmente movieron a mi fantasía a empezar a buscar mis temas y mi identidad como escritor. Luego leí Madame Bovary, El Quijote, diferentes cuentos de Chejov, “Emma Zunz” de Borges, porque me lo habían mandado a leer en el liceo, “El jugador” de Dostoievski, pero no fue hasta que un día mágico cayeron en mis manos “Las flores del mal” de Baudelaire, “Así habló Zaratustra” de Nietzsche y definitivamente “Papá Goriot” de Balzac. Estos fueron los detonadores de mi pasión por escribir. Yo quería escribir una novela como la balzaciana, pero con las imágenes, en muchos casos repugnantes, de Baudelaire y con la fuerza de las metáforas y las ideas de Nietzsche. Un proyecto ambicioso.

Seguido a eso vino “La muerte de Iván Ilich” de Tolstoi, que constituyo para mí un suceso del tamaño de la caída de un meteorito en medio de mi vida. Esa novela o relato largo era para mi punto de vista el modelo de la novela que debía escribir. Desarrollar una trama que poseyera al mismo tiempo la fuerza de una tesis filosófica, pero sin extenderse en ningún momento en elucubraciones.

Cuando estaba acabando el bachillerato y me preparaba para entrar en la facultad, no sabía aun qué iba a estudiar, leí “Trópico de Cáncer” y “Trópico de Capricornio” de Henry Miller y decidí que aquel era el modelo de escritor y de vida que deseaba vivir, al menos durante un tiempo, para acumular experiencias y desarrollar una filosofía personal que diera respaldo y sustento a mis relatos o novelas.

Ese ejemplo de mi vida demuestra claramente la fuerza y la influencia poderosísima que un libro o unos libros pueden tener en la vida y en la formación de una persona. No entré a la facultad y me dediqué a leer a tiempo completo. En medio cayó la dictadura del Uruguay y se pudo volver a leer a muchísimos autores prohibidos. Así fue que el boom latinoamericano llegó a mí y supongo que a mucha gente en los ochenta y en cuestión de semanas me leí “Cien años de soledad”, “El obsceno pájaro de la noche”, “El lugar sin límites”, “Este domingo”, “El silenciero”, “Caballo en el salitral”, “Tres tristes tigres”, “Sobre héroes y tumbas”, “El astillero”, “Juntacadaveres”, “Rayuela”, “Paradiso”, “La guaracha del macho Camacho”, “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Conversación en la Catedral”, “De dónde son los cantantes”. Montevideo empezaba a ser para mí, por primera vez en mi vida, una auténtica fiesta, una fiesta de lecturas. La dictadura, con la exclusión total de todos esos autores, había instalado una creencia horrible. Nos había acabado de convencer de que la gente inteligente sólo existía en París, en New York y en Londres. Sentíamos incluso un aprendido desprecio de clase media por “lo nuestro”; pero desconocíamos por completo que existiera siquiera algo nuestro. Leer “El astillero” representó, para mí, la reconciliación total con la cultura de mi propio país y el aprendizaje del respeto por mis antepasados connacionales. No puedo expresar el orgullo inmenso de leer “Por los tiempos de Clemente Colling”, “Las hortensias”, “El cocodrilo” o “Nadie encendía las lámparas”. La felicidad infinita de saber que un hombre de una imaginación como aquella había vivido y había sido feliz e infeliz en las calles de mi ciudad.Todo esto contribuía a desarrollar en mi persona la idea de que podía ser un gran escritor y de que era posible escribir grandes cosas. Imagínate, en las tristes y aburridas calles de Montevideo alguien había imaginado mundos maravillosos.Para el año 1984 ya había leído la obra completa de Vargas Llosa, de Sabato, de Borges, de Felisberto Hernandez, de Cortázar y un sinnúmero de veces “El tambor de hojalata” y “El gatopardo” de Gunter Grass y de Lampedusa, respectivamente.En ese mismo año gané por primera vez un concurso literario, con un cuento medio kafkiano medio borgeano, titulado “Oscuro veredicto”. El presidente del jurado era Elvio Gandolfo, que era un miembro consolidado del establishment cultural de Montevideo y de Uruguay. Lo conocí personalmente, fui a verlo a su casa en la calle Fernandez Crespo y le llevé otros relatos míos, me atendió en su casa, amablemente, mientras su hija hacía los deberes en la misma mesa del comedor donde hablábamos. Yo quería trabajar de escritor, ganar dinero como escritor, y me estaba informando sobre los caminos que se abrían ante mí con los más consolidados.El descubrimiento que hice fue que todos escribían para los periódicos y esto era para mí algo así como una pérdida de tiempo. Nuca dejé de pensar de ese modo. Me vinculé al grupo de Saúl Paciuk, el fundador de la Revista RELACIONES, de psicoanálisis y ciencias sociales. Publiqué dos o tres cositas en esa revista y conocía a diversos lingüistas, hice algunos cursos con ellos en unas jornadas que organizamos para la revista en las instalaciones de la Alianza Francesa, paralelamente hacía teatro con Alberto Restuccia en Teatro Uno, y yo gustaba mucho como actor, pero no era algo que en ese momento me interesara en demasía. Ingresé a la Escuela nacional de Danza, ballet, estaba probando. Y finalmente ese año pasó en mi vida un hecho trágico, la muerte de mis padres, ambos en el mismo año. Eso fue como la demolición total de mi vida conocida hasta ese momento. De pronto tuve que salir al mundo e intentar con toda mi fuerza ganarme el sustento con la profesión que había escogido, pero no estaba dispuesto a ejercer de periodista. Así fue que volvía a los estudios formales y me inscribí en la carrera de sociología. Desde el primer año combiné con cierta astucia mi ganado oficio como escritor con el de sociólogo, hacía “historias de vida” y publiqué tres libros, uno de los cuales, más un reportaje que una historia de vida”, se convirtió en un best seller en el Uruguay, era la vida de una prostituta, “Nana”. Habían pasado para ese entonces varios años y en medio había ganado un premio importante como ensayista de corte sociológico con un trabajo titulado “Jovenarte”, en el cual esbozaba ideas sobre el destino de los artistas en una sociedad como la nuestra y en contexto de una incipiente posmodernidad. Mis ideas no estaban del todo claras ni para mí, pero fueron suficientes como para que me premiaran. En ese momento se muere mi único hermano. El destino de escritor rodeado de elementos dramáticos en todo mi entorno, como el de mi tempranamente admirado Horacio Quiroga, parecía configurarse.La angustia y la depresión inmensas que vivía no lograban aligerarse con la presencia de mi paciente y amorosa novia ni con mis éxitos como escritor ni con mi futura carrera como miembro de la intelligentsia del Uruguay. Así fue que me decidí a marcharme bien lejos, a España, a Barcelona, a comenzar de nuevo y convertirme seguramente en el escritor exiliado que llega al fondo de sí mismo gracias a la lejanía respecto de su entorno de nacimiento. Allí me dediqué a hacer negocios, a trabajar para empresas como un empleado común y silvestre durante algunos tiempos y en general a ganar tiempo para dedicar todo mi tiempo libre a la lectura y al aprendizaje literario. Nada más llegar allí, me llama mi mejor amigo desde el Uruguay, el mismo que me había invitado a irme a España y que ahora había vuelto a nuestro país y me habla durante unas ocho horas por teléfono. Desde el primer momento yo supe que durante la conversación o al final de ella, mi amigo se iba a suicidar. De hecho, al poco de conversar le dije “¿Te vas a matar?” Y el me respondió que sí, que tenía el revolver a su lado. Yo lo único que alcancé a decirle, en vista de que nada podía hacer, fue que no lo hiciera por favor durante la conversación telefónica.Lo hizo al acabar la misma.En ese momento se cerró para mí un gran capítulo de mi vida y sentíauténtico horror en mis tripas. Nauseas, frío descomunal y un dolor inmenso. También sentí miedo, miedo no, pánico. Entendí que el caso de uno es portátil y que vaya donde vaya lo acompaña. Algo que se vino a confirmar dos años más tarde cuando a compartir el apartamento con una amiga española, esta me dijo que su deseo al compartir no era abaratar gastos sino tener alguien que la acompañara en el tramo final de su vida. Tenía sida y se iba a morir. La acompañe durante casi dos años y al salir de aquel proceso, acabé convertido por primera vez en mi vida en un hombre espiritual, lo que o quiere decir creyente en nada ni de nada, y que estaba buscando un sentido a mi experiencia y un significado a mi vida y un tipo de creación literaria personal que reflejara esa búsqueda. Me formé en España como terapeuta en “rebirthing”, en osteopatía, y luego como coach en PNL y como facilitador en constelaciones familiares. Toda esa búsqueda refleja mi búsqueda de sentido para mi propia vida. En medio, y a mis treinta y cinco años, por primera vez, sentí que no podía avanzar más en mi desarrollo como escritor. Que no lograba aprender y que tampoco lograba transmitir lo que sabía en relatos o novelas. Entré entonces en la Escuela de Escritores de Barcelona, donde cursé distintos cursos e hice el ciclo de narrativa y novela de tres años. En medio, y mientras mi amiga agonizaba durante casi un año, había escrito unos treinta cuentos que la editorial Tusquets tuvo a bien considerar y su editor Oscar Solá me envió una carta no formal donde me pedía que les enviara una novela, dado que las cuadras fórmulas del marketing español editorial exigía o exige que un autor se estrene con una novela. Yo había escrito para ese entonces unas cuatro novelas, pero no consideraba que fueran ni tan buenas ni tan interesantes como para que ellos la consideraran. Fui enviando mis cuentos a diversos concursos y de vez en cuando ganaba algún que otro premio; casi todos en México. Y comencé a trabajar como terapeuta de Rebirthing. Durante años combiné el estudio, el trabajo para empresas de las más diversas y mi desarrollo como facilitador primero y luego como coach. Mi personalidad vivió el más dramático de los cambios. Pasé de ser un escritor a ser un coach. Casi se podía afirmar que eran dos personalidades diametralmente opuestas. Y fue la gran oportunidad de mi vida para volviera a aprender de modo continuo en literatura y en escritura creativa y empezara a facilitar aprendizajes a otros y a desarrollar mis viejas ideas acerca de la posibilidad de que todas las personas puedan llegar a escribir creativamente de un modo excelente. Desde el año 2008 puedo decir que me volví ferozmente eficaz en despertar esas cualidades y activar esos recursos internos en otros. Antes, y durante casi diez años, había hecho tanteos y ensayos. El empleo de estrategias excelentes como el metamodelo del lenguaje y los niveles neurológicos de la Programación neurolingüística fueron realmente el detonante para que formulara y desarrollara in extenso mis teorías acerca del aprendizaje en escritura creativa. Mis dos libros “Coaching para escribir con PNL” y “Aprender es recordar” constituyen la culminación de una periodo de catorce años de trabajo continuo para crear las estrategias más parecidas a lo que pueda denominarse sin exagerar “solfeo literario”. Escribir, para mí, hoy representa una continua felicidad y ayudar a otros a lograr expresarse constituye asimismo una felicidad análoga. Sueño con crear grandes redes a través de las cuales se facilite el proceso que yo facilito para aprender y que miles y miles de niños, jóvenes y adultos puedan acceder a sus maravillosos recursos expresivos internos y activen en grado superlativo sus facultades expresivas y sé por experiencia propia que eso constituye un medio para que las personas, las sociedades y la humanidad sean más felices, más autoconscientes y puedan realizarse con facilidad y alegría creativas. Sé además que lo voy a conseguir porque muchas personas en muchos países me apoyan día a día más y más. Uno de los grandes modelos de coaching afirma que es ser humano se caracteriza por ser una especie en la cual sus individuos necesitan “narrarse”, necesitan contarse a sí mismos y a los otros, quienes son. El hombre es un animal narrativo. Y acceder a esa capacidad de narrarse y renarrarse (lo que hoy día se llama “reinventarse) es un elemento coadyuvante en el desarrollo armonioso de la persona y un elemento fundamental de crecimiento personal y social.El que yo escribiera, en formato de performance, este año pasado 2014, en Xalapa, México, la novela “Los ojos de mi madre” ante dos cámaras, una que grababa y la otra que transmitía online al proceso de escritura, va en esa línea que ha sido permanente en mi vida de demostrar que lo difícil es fácil y yendo más allá, mostrar que los aparentes milagros y la felicidad creativa son la moneda común de la humanidad y que todos pueden acceder a ella.

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