martes, 3 de marzo de 2015

Literatura líquida por Héctor D’Alessandro



Literatura líquida
Héctor D’ALESSANDRO
El ser humano no necesita contarse historias a sí mismo y a los otros, sino estructuras con las cuales poder construir sentido.
Los discursos narrativos están articulados y estructurados en torno a dónde y cuándo se produce la acción narrativa, qué hacen los personajes o cualquier otra entidad que pueda denominarse como tal, cómo lo hacen, en tanto cualidades físicas, psíquicas, emocionales, históricas, sociales, trascendentes, absurdas y otras que puedan aparecer en el escenario. Por qué llevan a cabo sus acciones, para qué las realizan. Y la incógnita sobre quiénes son, mientras desarrollan todos estas acciones narrativas que poseen sentido dentro del contexto o sistema de esa obra narrativa concreta, se resuelve mediante la respuesta, siempre provisoria, a las preguntas anteriores.
Vivimos en la época líquida, es decir: en la época de la ausencia de biografías ancladas en sentidos de la propia biografía con carácter fijo. La afirmación de Jorge Luis Borges: “Cualquiera es posible”, cobra radical importancia en este contexto. Y la de Barthes acerca de que a cada ocasión en que Balzac dice que “no sabemos por qué” tal o cual personaje realiza una cierta acción es una afirmación que esconde la decisión del propio Balzac, se disemina y abarca a la totalidad de las acciones solidificadas por Balzac y cualquiera otro autor. La totalidad de las acciones y las motivaciones de un personaje son decisiones arbitrarias desde el punto de vista del lector y cobran solidez sólo en la medida que el escritor que las pone por escrito las ha solidificado en la propia obra como una constante de su modo particular de explicarse la existencia a sí mismo.
Richard Sennet afirma que en la etapa actual del capitalismo tardío, los integrantes de la sociedad han perdido la capacidad y la posibilidad de escribir su propia biografía en un contexto de sentido fijo, y la literatura es un reflejo, fiel o no, de esa situación. Liberada por completo de esas coerciones, puede entregarse a la construcción de personajes atados a un fervor y a unas metas ajenas y distantes y a veces incluso modeladoras de la propia sociedad.
Las personas que más leen dice un manual de psicología cognitiva son las personas que más éxito tienen. Hace referencia esta afirmación al hecho de que esas personas tienen la posibilidad a las puertas de su percepción de configurar su propio desempeño en la existencia del modo más adecuado para sí mismas, más libre de ataduras anquilosantes que los inmovilicen. En términos de Feyerabend, “oportunistas”, y diríamos nosotros, “oportunistas de la percepción”.
La literatura de nuestra época busca de diferentes modos un tipo de personajes cuya motivación para la acción se encuentra asociada de manera verosímil a unos nuevos “porqués” y “para qué”. En las escuelas sólidas se sigue afirmando que las literaturas y los lectores que sólo buscan “qué más va a suceder” en el curso de la acción son literaturas y lectores populares y de baja calidad. Son lectores de la época sólida.
El éxito de las literaturas de autoayuda basa su éxito en la exposición de aventuras existenciales basadas en la superación de obstáculos y en la consecución final del éxito en la acción. Este éxito está determinado en la posibilidad de una acción de resignificación de la experiencia. En el convertir unos sucesos considerados “malos” en algo bueno que aporte cierta riqueza a la vida y la experiencia.
En nuestra época todos somos héroes y la literatura se ha desbordado de los libros al sentido común de la experiencia.
Los llamados “literatos” se encuentran en una de las mayores crisis en cuanto a la construcción de su identidad y una biografía verosímil que ancle su experiencia. Se encuentran realmente en una situación de “adicción”, pudiendo decir algo que no sea lo de siempre sobre su identidad y experiencia, están adictos a los modelos de la era sólida. Nada puede ser dicho acerca de sí.
Casi se podría afirmar que vivimos la era zen de la literatura. Inmersos en la nada creativa, el sistema nervioso se aboca a la búsqueda de respuestas sólidas. El salto hacia la nada creativa y el campo de la totalidad de las posibilidades está a la distancia de un nanosegundo; dar ese salto es quedarse sin nada de lo conocido y abocarse a la circunstancia dramática de vivir una transformación profunda. Ser otra cosa donde ya no se puede ser nada conocido.

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