martes, 4 de agosto de 2015

Nestor Perlongher:Escribe Antonio J. González


De niño solitario a poeta revolucionario


Vivimos una sociedad que aisla a los seres que tienen como principal estandarte una posición contraria a la hipocresía, al machismo fascista y a la revolución sexual. En los trágicos años '70 esta contradicción asumió una nefasta política de Estado que no sólo impedía toda militancia provocadora sino que provocó la tragedia que todos conocemos. El poeta se había comprometido con una militancia que giraba sobre ejes transgresores, a contramano con el autoritarismo de entonces.  Viajaba desde Avellaneda -aquí vivía- hacia la Facultad de Filosofía y Letras en Buenos Aires donde integraba el cuerpo de delegados a cargo de la autodefensa de las
movilizaciones universitarias. Gustaba hacerlo enfundado en un tapado blanco, de piel sintética, a las dos de la mañana, bancándose las burlas y la agresión de muchos, incluyendo policías, laburantes y señoras pacatas. No era Maradona para que la extravagancia de su provocación estimulara una sonrisa. Estaba el poeta dispuesto a generar una revolución, tal vez a destiempo, en la peor época, o solamente en el momento en el que le tocó ser poeta, pensador, homosexual, taxi boy, antropólogo, militante, todo junto. Era demasiado para una sociedad
que hace, todavía hoy, un culto de la hipocresía y la marginación.
Néstor Perlongher era franco y explícito, su provocación no sólo era visible, sino que se preocupaba por aclararla, manifestarla, como un gesto autoimpuesto para empujar esa revolución sexual en la que creía. Era dueño de una coherencia perturbadora para quienes navegan por los mundos de la duda, los saltos intermitentes y una suerte de acomodo social y cultural. "Yo tenía un espíritu plebeyo, de barrio de extramuros, que me llevaba a sentir la poesía como algo muy bello. Mezclado con lo bestial, enchastrado, embarrado, pero lleno de brillos y de lujos, feo jamás", explica Perlongher en una entrevista. "Lo poético no puede ser feo" afirmaba

Vivimos una sociedad que aisla a los seres que tienen como principal estandarte una posición contraria a la hipocresía, al machismo fascista y a la revolución sexual. En los trágicos años '70 esta contradicción asumió una nefasta política de Estado que no sólo impedía toda militancia provocadora sino que provocó la tragedia que todos conocemos. El poeta se había comprometido con una militancia que giraba sobre ejes transgresores, a contramano con el autoritarismo de entonces.  Viajaba desde Avellaneda -aquí vivía- hacia la Facultad de Filosofía y Letras en Buenos Aires donde integraba el cuerpo de delegados a cargo de la autodefensa de las
movilizaciones universitarias. Gustaba hacerlo enfundado en un tapado blanco, de piel sintética, a las dos de la mañana, bancándose las burlas y la agresión de muchos, incluyendo policías, laburantes y señoras pacatas. No era Maradona para que la extravagancia de su provocación estimulara una sonrisa. Estaba el poeta dispuesto a generar una revolución, tal vez a destiempo, en la peor época, o solamente en el momento en el que le tocó ser poeta, pensador, homosexual, taxi boy, antropólogo, militante, todo junto. Era demasiado para una sociedad
que hace, todavía hoy, un culto de la hipocresía y la marginación.
Néstor Perlongher era franco y explícito, su provocación no sólo era visible, sino que se preocupaba por aclararla, manifestarla, como un gesto autoimpuesto para empujar esa revolución sexual en la que creía. Era dueño de una coherencia perturbadora para quienes navegan por los mundos de la duda, los saltos intermitentes y una suerte de acomodo social y cultural. "Yo tenía un espíritu plebeyo, de barrio de extramuros, que me llevaba a sentir la poesía como algo muy bello. Mezclado con lo bestial, enchastrado, embarrado, pero lleno de brillos y de lujos, feo jamás", explica Perlongher en una entrevista. "Lo poético no puede ser feo" afirmaba

Escribió varios libros: “Austria-Hungría” en 1980, “Alambres” en 1987 que obtiene el premio Boris Vian, Hule, “Parque Lezama” y “Aguas Aéreas”,”El negocio del deseo”, “El fantasma del Sida”, y el libro que debió defender como tesis de maestría en la Universidad de Campiñas, en Brasil, “La prostitución masculina”. El niño solitario que creció en un barrio de Avellaneda, cursó sus estudios secundarios y comenzó con sus inclinaciones literarias, integró grupos de poetas, talleres... hasta que intenta escapar de un ambiente opresivo machista, atrasado y anticultural, para comprometerse con los fermentos revolucionarios de su época. Queda su coherencia y su desesperado llamado a respetar la diferencia, el derecho de elegir caminos, cualesquiera que ellos sean.
Quedan sus poesías, como la que denuncia la masacre del Proceso. “Bajo las matas. En los pajonales. Sobre los puentes. En los canales. Hay cadáveres” decía. 
Murió en noviembre de 1992 en San Pablo y los derechos de su libro fueron donados a una fundación de lucha contra el Sida. El poeta coqueteó con la vida, le mojó la oreja a la muerte... transitando una zona peligrosa que impuso el límite final. “Preciso un poco de mimo –escribía unos meses antes de su muerte- porque en general me siento solo. Esta enfermedad provoca un aislamiento progresivo porque uno no consigue acompañar el ritmo de los otros y va quedando rezagado. La desesperanza (desesperación) desanima, estoy apático, sin ganas”.
Un año después sus amigos presentaron el libro “La prostitución masculina” en la Feria Internacional de Libro de Buenos Aires y le rindieron un homenaje póstumo.

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Trottoir

Si a la pelambre de los güeldos lía, caparazón de anís, la sobreceja,
enarca sus trebejos un aceite de alambre.
Escribió varios libros: “Austria-Hungría” en 1980, “Alambres” en 1987 que obtiene el premio Boris Vian, Hule, “Parque Lezama” y “Aguas Aéreas”,”El negocio del deseo”, “El fantasma del Sida”, y el libro que debió defender como tesis de maestría en la Universidad de Campiñas, en Brasil, “La prostitución masculina”.
El niño solitario que creció en un barrio de Avellaneda, cursó sus estudios secundarios y comenzó con sus inclinaciones literarias, integró grupos de poetas, talleres... hasta que intenta escapar de un ambiente opresivo machista, atrasado y anticultural, para comprometerse con los fermentos revolucionarios de su época. Queda su coherencia y su desesperado llamado a respetar la diferencia, el derecho de elegir caminos, cualesquiera que ellos sean.
Quedan sus poesías, como la que denuncia la masacre del Proceso. “Bajo las matas. En los pajonales. Sobre los puentes. En los canales. Hay cadáveres” decía. 
Murió en noviembre de 1992 en San Pablo y los derechos de su libro fueron donados a una fundación de lucha contra el Sida. El poeta coqueteó con la vida, le mojó la oreja a la muerte... transitando una zona peligrosa que impuso el límite final. “Preciso un poco de mimo –escribía unos meses antes de su muerte- porque en general me siento solo. Esta enfermedad provoca un aislamiento progresivo porque uno no consigue acompañar el ritmo de los otros y va quedando rezagado. La desesperanza (desesperación) desanima, estoy apático, sin ganas”.
Un año después sus amigos presentaron el libro “La prostitución masculina” en la Feria Internacional de Libro de Buenos Aires y le rindieron un homenaje póstumo.


El encarnado pie, si avanza,
atrácase, en la remolina de los pliegues, en los pegasos de limozul
asaetinados en el brete, que se emberretan en el vuelto:
el derrame de flejos sobre las cejas almendradas.
Almena, almena da a castillo sobre-ceja que si líquenes vierte sesgo aceza.
Jadea, en esa almena, el castillejo regodeante, el zalameo
de las tejas en el peje jaspeado del alambre.
El cinto, de las cinchas, en el empeine terciopelo casca
las limbas del jabón.
El vierte, si prepucio, sobre la lima azul el atorrante jopo de
la jarcia, el limonero de la leche en el dije de chambre.
La chambona,
campera, campechana, si se olvidaba la campana,
era por acezas las ristras del jadeante, esterillarlo en cremas de calambre,
en paniazul
nostalgia paniaguada de un desagüe rellano.
En esa incertidumbre,
vespertina, del jadeo al masaje, del raye del Luis XV
en la manguera de la calle, jopo, esa aspereza de la chapa,
guiño, el parpadear errante y fijo.
Renguea al ramonear la pestaña de nylon de la mira.

Néstor Perlongher



Las tías


y esa mitología de tías solteronas que intercambian los peines
grasientos del sobrino: en la guerra: en la frontera:
tías que peinan: tías que sin objeto ni destino:
babas como lame: laxas: se oxidan: y así 'flotan':
flotan así, como esos peines que las tías de los muchachos en las guerras
limpian: desengrasan, depilan: sin objeto: en los escapularios
ese pubis enrollado de un niño que murió en la frontera,
con el quepís torcido;
y en las fotos las muecas de los niños en el pozo de la frontera
entre las balas de la guerra y la mustia mirada de las tías: en los peines:
engrasados y tiesos: así las babas que las tías desovan sobre el peine
del muchacho que parte hacia la guerra y retocan su jopo:
y ellas piensan: que ese peine engrasado por los pelos del pubis de ese muchacho
muerto por las balas de un amor fronterizo guarda incluso
los pelos de las manos del muchacho que muerto en la frontera
de esa guerra amorosa se tocaba: ese jopo; y que los pelos, sucios,
de ese muchacho, como un pubis caracoleante en los escapularios,
recogidos del baño por la rauda partera, cogidos del bidet,
en el momento en que ellos, solitarios,
que recuerdan sus tías que murieron en los campos
cruzados de la guerra, se retocan: los jopo;
y las tías que mueren con el peine del muchacho que fue muerto
en las garras del vicio fronterizo entre los dientes:
muerden: degustan desdentadas la gomina de los pelos del
peine de los chicos que parten a la muerte en la frontera,
el vello despeinado.

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