Wenceslao
Maldonado nació el 29 de julio de 1940 en Buenos
Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Fue sacerdote salesiano
entre 1965 y 1989. Estudió teología en la UPS (Universidad
Pontificia Salesiana de Roma) y letras en la UCA (Universidad
Católica Argentina) y en la Università degli Studi (Trieste). Fue
docente, hasta 2008, de griego clásico, latín y literatura
italiana; se ha dedicado a la traducción literaria en estas lenguas.
En
el género poesía publicó los libros “La estación necesaria”
(1990), “El hombre herido” (1994), “Tierra
intranquila” (1994), “Dioses del deseo antiguo”
(1995), “Si cortarle la cabeza a la Gorgona” (1997,
Primer Premio XIX Encuentro Patagónico de Escritores, Puerto Madryn,
provincia de Chubut, la Argentina, 1996, cuya versión bilingüe
castellano-inglés, “If cutting the head of the Gorgon”,
en traducción de Donny Smith publicó el sello Vela al Viento,
2012), “Ceremonial de una familia oscura” (1997). Y ya en
este siglo se publicaron las libretas “Paraíso desechado”,
“Paternidad de sombra”, “Manual de osos prácticos”,
“Zureo”, “Eros y otros deseos”, “Hexagrama”,
“Réquiem de guerra”, “Diálogo de pájaros”,
“Hay un amor que espera y que no olvida”. En 2008 se edita
un volumen que podría clasificarse entre poesía y narrativa: “La
proctomaquia o El cantar de los culos.
Poema épico-paródico
de Aristón de Mitilene”. Obtuvo el Primer Premio “Iniciación
en Prosa”, bienio 1992-1993, de la Secretaría de Cultura de la
Nación, por el libro de cuentos “Arquitectura Gótica”
(1999). Su segundo libro de narrativa breve aparece en 2004:
“Fronteras”. Y en 2012 se edita su novela “Las
vigilias de Príapo”. Dos de sus obras teatrales, “La
historia del cliptodonte” y “La musa de los
muchachos” (presentación irreverente de poemas eróticos
griegos) han sido representadas entre 1997 y 2000. Últimamente ha
traducido piezas de Giuseppe Cafiero (“Creando un país para
Alicia”, estrenada en Buenos Aires en noviembre de 2012) y “Los
fantasmas de Joyce” (pre-estreno / work-in-progress, 8 de
diciembre de 2013). Integró el grupo Zeus Teatro. Realiza con el
actor Marcelo Gamarra performances de poesía, “Wences’s Bar en
vivo”, continuación de numerosos eventos realizados por ambos
desde la década del noventa. Coordina con la poeta María Chapp el
ciclo de poesía “La Metáfora Ardiente”.
1 — ¿Qué libros tenés previsto publicar? ¿Tenés
dramaturgia inédita y sin estrenar?
WM — Espero que aparezcan tres libros que tengo ya
diseñados desde hace tiempo: “Nocturno siciliano”, poemas
de Sicilia escritos entre 1990 y 1993, algunos de los cuales fueron
editados en Italia, ya que en esos años yo vivía en Troina,
Provincia di Enna. La serie “strade di Troina” (calles de
Troina) fue publicada por mi amigo Luigi Ruberto, con quien pensaba
editar un libro de narrativa, escrito conjuntamente en italiano y
español, que se iba a llamar “L’incontro” (“El
encuentro”), proyecto pospuesto pero no depuesto… Y tengo además
dos libros de narrativa listos, la novela mitológica “Hipócalo.
Pasión de hombre y caballo”, sobre el Sagitario, y una
colección de cinco nouvelles sobre mis ancestros imaginarios:
“Bienes de familia”.
En cuanto a poesía inédita, están en lista de espera, desde la
década del ’90, unos veinte libros. Te doy los títulos, si es que
no soy demasiado pesado. Lo que sucede es que escribo en forma
permanente, y en diversos encuentros de poesía o performances que
realizo con Marcelo Gamarra, prefiero leer poemas inéditos. Y va la
lista, libros cerrados todos en estos últimos veinte años, entre
1993, después de mi regreso a Buenos Aires, y este final de año
2013: (1) “El amante de las horas dispersas”; (2) “Torsos
desnudos en un mismo espejo”; (3) “Esquina sin
sosiego”; (4) “Sobre la vejez”; (5) “Anecdotario
incierto de este sueño”; (6) “El mar y la
hoguera”; (7) “Todo lo que puede ser el gran payaso”;
(8) “Recorridos breves de un largo itinerario”
(recopilación de recopilaciones, poesía 2006 – 2011 / Resquicios,
pentafonías / Proyecto de una vida para después / Cicatrices /
Desolación y canto); (9) “Mi reino será el mar”; (10)
“Hay voces en las paredes”; (11) “Memorias de otoño”;
(12) “Los días terribles”; (13) “Escenas
desconcertantes de la guerra futbolera – Copa América
2011”; (14) “Volver a La Coronilla”; (15) “Veinte
proposiciones para el misterio y la aventura de la vejez”;
(16) “Sorpresa de un lunes apasionado”; (17)
“Fragmentos de obstinación nocturna”; (18) “En el
comienzo del fin – poemas convalecientes”; (19)
“Invocación al mensajero ausente”; (20) “Pueblo en
silencio”.
Lista larga ¿no? Repasarla me da un poco de frustración… Pero, en
fin, no creo que estos libros mencionados tengan tanto valor como
para tener derecho a la publicidad. Algunos de ellos sí tengo ganas
de que sean editados en un futuro más o menos inmediato. Me gustaría
que eso sucediera con “Sobre la vejez”, una especie de
meditación poética sobre mi entrada a la vejez y viendo a mi madre,
con la que viví en sus últimos cinco años de vida. También
quisiera tener en las manos “El mar y la hoguera”, libro
que me había prometido ilustrar una amiga artista plástica,
inspirado en la relación de vida, amor y muerte entre Aquiles y
Patroclo, tema céntrico de la Ilíada. Otro libro que me encantaría
tener publicado cuanto antes es “Mi reino será el mar”,
anclado también en temas de la antigüedad clásica, con tres partes
dedicadas a Poseidón y su reino del mar, al Minotauro y el laberinto
de la discriminación, y finalmente al Hades, reino invisible de los
muertos. Hay un cuarto libro todavía que quisiera ya verlo impreso,
y es “Hay voces en las paredes”, porque tiene que ver con
los recuerdos en la localidad de Martínez y aquella vieja casona en
Muñiz al 400 en la que vivimos en nuestra infancia, y que se cierra
con una carta de sinceramiento con mi padre, con el que no me entendí
demasiado bien mientras vivió. Seguramente, lo más ambicioso de
publicar de estas veinte obras inéditas es “Recorridos breves
de un largo itinerario” porque, como anoto en la lista de
libros inéditos, reúne cuatro libros escritos durante los cinco
años que viví con mamá y tienen que ver con actitudes mías de una
nueva etapa.
La pregunta que me hiciste se completa con dramaturgia no estrenada.
Y sí, escribo teatro de tanto en tanto. Y he estado en diversos
proyectos, pero algunos quedaron a medio andar. Una idea importante
era realizar la dramaturgia de la Odisea. Y ahí quedó, porque el
director me dijo que eso se podía dar sólo en el Teatro San Martín
de otros tiempos… Con “Islaín el solitario”, me sucedió
que un director de coros se entusiasmó y me prometió componer
música para los coros que alternan con los protagonistas; pero todo
quedó en las buenas intenciones. Como también quedó en buenas
intenciones, pero con posibilidades de resurrección, la versión de
“Si cortarle la cabeza a la Gorgona”, nada menos que para
una ópera, como me había sugerido el querido y recordado Eduardo
Gudiño Kieffer, quien presentara la primera edición de esta obra;
otro amigo músico, miembro de una importante orquesta, me hizo la
propuesta, por lo que hice la adaptación con el título “Perseo
y la Gorgona”; y como Donny Smith me había hecho la versión
en inglés, ya hace unos años, para la revista “Metamorphoses”
de la Smith College de la Universidad de Massachusetts (Fall 2005,
vol. 13, Issue 2, pág. 68 ss.), preparé también el texto en
inglés, “Perseus and Gorgon”, porque mi amigo me decía
que para una ópera iba a ser más fácil… Bueno, allí estamos
todavía, a la espera. Lo más frustrante fue darle, por meses, a los
ensayos de “Abismo de la equilibrista inoportuna”, mi
versión teatral de “Fuegos” de Marguerite Yourcenar, con
nuestro grupo Zeus Teatro, compuesto por Karina Martínez como la
Safo equilibrista, y por Marcelo Gamarra y yo mismo, los payasos del
circo poético en cuestión. Y así quedaron también, pero sólo en
los papeles, nuestros proyectos sobre obras de Oscar Wilde: “Salomé”
y “Confieso”. Diría que las dificultades de la puesta han
sido y son los problemas que no sé resolver. Y si me sigo
incorporando al teatro, en estos últimos años, es sólo como
traductor. El año pasado se estrenó “Creando un país para
Alicia” del escritor italiano Giuseppe Cafiero, con la
presencia del autor; y estamos por presentar “Los fantasmas de
Joyce”, del mismo dramaturgo, con la Compañía teatral Quinto
Piso, bajo la dirección de Daniel Godoy.
2 — ¿Qué nos trasmitirías sobre tu quehacer de
traductor?
WM — De los clásicos greco-latinos no tengo de qué
quejarme ni preocuparme; son lo que son, y hay muchas traducciones de
todo tipo, entre versiones literales duras, a traducciones retorcidas
y hasta las formas poéticas más sorprendentes. Si tengo que decir
un nombre, no puedo dejar de recordar a Horacio Castillo, que me
aconsejó con sabiduría y me corrigió con gran prudencia. Pero
siempre uso mis versiones; para las clases de latín y griego he
preferido hacer una traducción más cercana a la letra, para que
sirva como instrumento y clave de los secretos de esas lenguas. En
libros de ensayos trato de hacer justicia con los valores poéticos
de los textos, que tienen lógicamente múltiples dificultades, ante
todo por pertenecer a lenguas muertas que ya han perdido a sus
hablantes; y, además, porque se escribieron en contextos culturales
muy diversos, no sólo con respecto a estos tiempos nuestros, sino a
los tiempos y circunstancias de su escritura, ya que muchos se
distancian por varios siglos, y a veces nosotros tenemos la tendencia
a considerarlos en bloque, como si fueran todos contemporáneos.
Muy distinta es mi actitud con respecto a la traducción de autores
italianos. Hablo de los contemporáneos. Porque para Dante, por
ejemplo, sobre el que hago con frecuencia cursos y talleres, sigo la
traducción de mi profesor Ángel Battistessa, a veces con algún
retoque si lo debo publicar en un ensayo, como es el caso de “El
encanto de la oscuridad / y otras divagaciones sobre La Divina
Comedia”. En este momento, o en estos últimos años, he
traducido varias obras del ya mencionado escritor Giuseppe Cafiero.
Afronté de él textos de narrativa, poesía y teatro. Lo más
problemático ha sido su novela “James Joyce, Roma y otras
historias”, sobre todo por la parte de la abundante información
sobre Roma. Me exigió redactar una gran cantidad de “notas de
traductor”, para clarificarle al lector de habla hispana las
múltiples referencias sobre historia romana, sobre su riqueza
arqueológica y artística, incluida abundante documentación
eclesiástica. Me demandó más tiempo y coraje que el que imaginaba,
y agradecí haber vivido tantos años allí, como para ubicarme y
entender los desplazamientos de Joyce por los complejos itinerarios
de la Urbe, según pinta la novela.
3 — ¿Y sobre tu quehacer en escenarios teatrales?
WM — Desde los seis años, es decir, cuando comencé mi
primer grado en una escuela de Martínez, a la vuelta de mi casa, me
he sentido vinculado al teatro. Y se lo debo a mi maestra Matilde
Parodi Rolland, conocida como Titita, o Titita Muras
por su apellido de casada. Debo decir que ella fue la maestra de mi
fantasía, la que me impulsó a la creación desde esa temprana edad,
y la que me hizo trabajar en el papel de payaso en una obra escrita
por ella. Titita, hasta su muerte acaecida hace más de diez años,
me acompañó siempre, absolutamente siempre en todos los
acontecimientos de mi vida, incluidas las presentaciones de libros a
los que se asoció con enorme alegría. Fue, y es, para mí, niño,
adolescente, adulto, “la maestra”. Siempre apuntó a formar
pequeños actores y dirigir teatro infantil. Por eso, siendo yo
director del Colegio Don Bosco, de Ramos Mejía, vino a ver las
instalaciones del bello teatro de ese instituto. Vino acompañada de
un adolescente rubio que no tenía todavía quince años, Osmar
Nuñez, quien desde ese momento sería para mí como un hermano
menor. Osmar me acompañó en casi todas las presentaciones, leyendo
los textos, desde el primer libro que presenté en 1990, “La
estación necesaria”, hasta el año pasado 2012, cuando le
hicimos los dos un justo homenaje a la maestra ausente pero viva con
“Réquiem de guerra” y “Diálogo de pájaros”.
¡Una de las grandes maravillas de mi vida!
Desde aquellos seis años de mi primera actuación, seguí mi
recorrido con los salesianos de Don Bosco. En segundo grado, año
1948, en el Colegio Santa Isabel, de San Isidro, me sentía ya un
actor consumado con ocho años, y hasta intentaba escribir con
nuestro primer grupo literario de compañeros, D’Almedia, Toyos y
yo. Es que también tuvimos allí un maestro excepcional y gran actor
como fue Mariano Volpe, que dirigía el cuadro dramático de ex
alumnos, mientras que el Padre José Isidro Vaccaro escribía para
ellos obras y guiones para diversos eventos. Y más tarde, desde
1954, cuando entré con catorce años al Seminario Menor de Bernal,
me encontré con un artista eximio como fuera el Padre Juan Morano,
ilustrador de revistas, escenógrafo y director de teatro, quien
asociado a Carlos Forno, peluquero y maquillador del Teatro San
Martín, formaron una dupla teatral imparable en aquel teatrito de
Belgrano 280, que tenía casi todas sus sorpresas preparadas sobre
las tablas de semana en semana. Eran tiempos en que se daban obras de
la Galería Teatral Salesiana de Madrid, generalmente arregladas por
los mismos autores, Arniches, Muñoz Seca, Pemán, y muchas veces,
con orquesta en vivo, operetas italianas, en las que yo, siendo un
tenor segundo de poco volumen, solía perder protagonismo y me
contentaba con papeles secundarios. En 1960 comencé como docente en
Ramos Mejía. Y entonces me dije que era una oportunidad para seguir
con el teatro escolar que había aprendido, aunque ya con ínfulas
universitarias.
Vuelto de Italia con un buen bagaje de cine —eran los años
esplendorosos de Fellini, Antonioni, Visconti, Pasolini, Bolognini,
Zurlini o De Sicca— me enganchó el periodista Alejandro
Rossiglione para sus programas en Radio Porteña y allí me instalé
con Butaca 68 y Butaca 69, hasta el cambio de mano con Radio
Continental. Creo que entonces hubo un viraje en mis preferencias de
docente. El teatro pasó a ser en mis esfuerzos colegiales un bien de
lujo para determinadas ocasiones anuales, mientras que el cine, con
talleres y actividades de cine-debate, se convirtió en mi
preferencia de actividades extra-programáticas.
Todavía seguí dirigiendo cada tanto alguna obra de teatro hasta
1996; última, escrita por mí para las fiestas de mayo en el Colegio
Mekhitarista, fue “Cinco días de mayo”, un verdadero
fracaso. Sin embargo esa escuela aceptó mi guión cinematográfico,
que hizo filmar el equipo del empresario Eurnekian y que se estrenó
en el cine Metro el 21 de mayo de 1996, en los 40 años de la
escuela, con copia de regalo para todos los espectadores invitados.
Fue entonces, en ese mismo año 1996, que decidí asociarme a Marcelo
Gamarra, a quien había conocido en 1993, y me llevó al taller
teatral de Adrián Porcel de Peralta. Formamos así el núcleo de lo
que fue de inmediato “Zeus Teatro – grupo de coreutas
ambulantes”, y arrancamos primero con nuestras performances de
poesía y luego con lo que sería nuestro éxito durante tres años:
“La Musa de los Muchachos”, sobre epigramas de Estratón
de Sardes y otros poetas alejandrinos, obra con la que, desde Lugar
Gay de Buenos Aires, logramos llegarnos hasta Nexo, el teatro Ift y
el espacio teatral de la Galería Ghandi.
Llegó el 2001, con el hecho más lúgubre y terrible de mi vida, la
muerte de mi hijo Alejandro. Lo que escribí desde ese momento quedó
fijo en “Paternidad de sombra”, obra de poesía que reúne
mi dolor de esos años, y que presenté en la SEA, acompañado por
los dos laderos de siempre, Osmar Núñez y Marcelo Gamarra.
Nunca más volví a subir a un escenario para hacer teatro. Sí para
realizar performances poéticas con Marcelo, siendo las que más
recordamos, en la SEA con una noche erótica en 2010, en Casa Brandon
en 2011, y en la Casa del Tango —de La Plata— en 2012. Con Gito
Minore de La Imaginería, un centro cultural, me prendo para sacar la
poesía a la calle. Este año hemos leído en abril en el Obelisco, y
en septiembre en la Avenida Boedo, parando en todas las esquinas
emblemáticas que, desde la Editorial Claridad, llevan los nombres de
los escritores de Boedo, como Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo o
César Tiempo.
Con todo yo he seguido en el programa radial “Doble Ancho”, entre
2008 y 2012, con mi columna de comentarios culturales sobre libros
literarios, cine y teatro, pasando por AGRadio, radio La Boca y Radio
Boedo. Continuidad, si se quiere, de lo realizado periodísticamente
en la década de los ‘90 en el Diario “Clarín”, como ayudante
de Marcelo Pichón Riviere, en el Suplemento “Jornada Cultural”
de “Diario de Trelew” y en la Revista “NEXO”.
4 — ¿Algo sobre “Entre Afrodita y Eros. Deseo,
amor y sexo en la poesía de Grecia”, esa antología
anotada? ¿Y sobre “La proctomaquia o El cantar de los culos”?
WM — Actualmente el archivo de “Entre Afrodita y
Eros. Deseo, amor y sexo en la poesía de Grecia”, se encuentra
en su totalidad de cinco capítulos, y con la versión incómoda de
notas al final de cada uno de esos capítulos, en mi propia página
web en el tópico “traducciones”. Se trata de una selección
de textos que terminaron en libro en 2001, y que usé entre
1994, a mi regreso a la Argentina, hasta 2000, pero que sigo usando
todavía hoy en talleres y cursos.
En estos veinte años he multiplicado los encuentros sobre poesía
erótica de la Grecia clásica, así como también de la Roma
monárquica, republicana e imperial. Mis charlas no eran
omnicomprensivas, sino más bien tomaba algunos puntos neurálgicos
del tema, por ejemplo La Ilíada y la Odisea, el teatro griego del
Ática o la Musa de los Muchachos y los poetas alejandrinos. A veces
he hecho cursos centrándome en algún poeta en especial, como Safo,
Calímaco, Teócrito o Estratón de Sardes, y en el teatro he tenido
preferencias por Eurípides y sus transgresiones dramáticas.
Mis charlas sobre literatura erótica de Roma no han tenido la misma
suerte de encontrarse con el libro bien armado. Pero es posible que
alguna vez suceda porque tengo todo el material sobre esos cursos.
Más allá de mi interés por Catulo, Virgilio, Horacio u Ovidio, mis
preferencias fueron detrás del Satiricón de Petronio, hasta el
punto que imaginé un final a esa obra que nos ha llegado
fragmentadamente y que se convirtió en mi novela “Las vigilias
de Príapo”, socializada el año pasado 2012 en Ediciones Las
Miradas de Eros / los libros del Simposio, editorial erótica que me
pertenece y que está, por el momento bastante estancada, después de
una batalla legal por el título primitivo que era Editorial
Simposio, en homenaje al “Simposio”, mal llamado “Banquete”,
de Platón.
Sobre “La Proctomaquia o el Cantar de los culos” aclaro
sólo que se trata de un “falso poema” de un poeta alejandrino
inexistente, Aristón de Mitilene. Más allá de lo llamativo que
pueda ser el título, quiero explicitar que el libro es una burla a
la belleza que pretendidamente se expone hoy en el cuerpo. Como
otrora las diosas habían apostado a ver quién era la más bella, y
gana Afrodita con trampa, aquí son tres dioses los que concursarán
para ver quién tiene el mejor culo, Ares, Apolo y Dioniso,
convocados por Hermes a instancias de Afrodita misma. Y no cuento
cómo termina la historia… Es posible acceder a ella a través de
internet.
5 — ¿Qué evocarías de tu rol en la docencia?
WM — Al
jubilarme, se me hizo un enorme vacío que todavía, a cinco años,
me cuesta llenar. Viví muy feliz como docente. No sólo porque me
complacía dar latín, griego o literatura italiana (en este último
caso no se trataba de la lengua, sino porque me gustaba estar en el
aula). Estas materias las he dado en nivel terciario en la
Universidad o en Profesorados. Pero me reconfortaba, sobre todo,
trabajar con adolescentes en el nivel secundario, siempre en los
últimos cursos, donde se trataba de lengua y literatura española
simplemente. Pero el margen educativo era mayor: ayudar a que los
chicos lograran no sólo una lectura comprensiva, sino también
crítica, consiguiendo madurar en la propia expresión y en un
sentido de juicio personal, libre y motivado. Es decir, me ha
fascinado más ser educador que trasmisor de conocimientos,
considerando que la perspectiva educativa comienza con un
entendimiento afectivo, antes que intelectivo.
Lo interesante es que todavía hoy me encuentro con mis ex alumnos de
los ‘60 y los ‘70. Y los de los últimos años del 2000, grupos
que organizan eventos multimediáticos, porque hay excelentes
artistas plásticos, actores y actrices, fotógrafos y músicos, me
llaman para que me integre a sus encuentros para… ¡hacerme leer
poesía!
6 — ¿En qué barrio naciste y cómo siguió tu derrotero
en lo que concierne a viajes y residencias?
WM — Bueno, comencemos en todo caso por mi nacimiento, que
según me contó mi madre, más comunicativa que papá, fue en el
Instituto del Diagnóstico que, por aquel entonces, estaba ubicado en
la avenida Córdoba y Ecuador. Eso fue un 29 de julio de 1940, a las
17.15, para ser precisos. Era un día de lluvia muy fuerte. En
realidad en la Ciudad de Buenos Aires no viví de niño mucho tiempo.
En 1946 emigramos hacia el norte de la Provincia, a Martínez, donde
estuve hasta 1953. A partir de 1954 entré al seminario menor de
Bernal; y allí me recibí de maestro normal nacional y completé los
estudios de filosofía. En 1960 ya estaba instalado en Ramos Mejía,
donde comencé mi trabajo de maestro, pero sólo por tres años, ya
que a fines de 1962 me enviaron a Turín, Italia, para estudiar
teología en lo que inicialmente fue el PAS (Pontificio Ateneo
Salesiano), transformándose en 1965 en UPS (Universidad Pontificia
Salesiana), ya con sede en Roma. En 1966 volví a la Argentina, y
mientras seguía la carrera de Letras en la UCA, daba clases de
lengua y literatura griega y latina en Ramos Mejía. Estuve luego
tres años en el Colegio León XIII, ubicado en la calle Dorrego al
2100, para volver a partir de 1971 a la zona oeste, primero Ramos
Mejía y luego San Justo.
Fui teniendo cargos de cierta importancia en la Institución
Salesiana: primero como director y rector de un colegio, luego como
vicario inspectorial de una zona, para terminar siendo inspector
provincial de las obras salesianas de la Capital Federal, Santa Cruz
y Tierra del Fuego, con sede en la Ciudad de Buenos Aires, zona
Almagro, en donde residí desde 1982 hasta 1989. Por motivo de mi
trabajo, en esos años viajé mucho a Europa; y entre 1977 y 1988
permanecí por largos períodos en Roma, integrando equipos de
elaboración de documentos, como la “Ratio studiorum” de los
salesianos, es decir, la planificación de los estudios en la
formación de los nuevos religiosos.
En marzo de 1982, la federación de todas las órdenes y
congregaciones de hombres (díganse, dominicos, franciscanos,
redentoristas, salesianos, jesuitas, maristas, lassallanos, hermanos
de San Juan de Dios, agustinos, etc.), me eligieron presidente de esa
entidad denominada CAR (Conferencia Argentina de Religiosos), cargo
que mantuve por dos períodos hasta marzo de 1988, y que me obligó a
viajar, además, por todo el continente americano. Eran habituales
las reuniones en los países limítrofes; pero debí asistir a
reuniones incluso en Panamá, Guatemala, Haití, países menos
frecuentados en el periplo de encuentros y reuniones.
Realicé viajes y tareas que me llevaron por muy distintas naciones
de Europa, como Eslovenia, Croacia y Serbia, Bulgaria, Turquía y
Grecia. Llegué incluso a Israel y Egipto; recuerdo mi llegada
problemática a Tel Aviv, porque como llevaba correspondencia para
los salesianos de Cremisán, Belén, me tuvieron detenido en el
aeropuerto, con la sospecha de ser un agente de alguna entidad
internacional, lo que quedaba casi demostrado por los sellos de
tantos países en mi pasaporte. Pero lo que recuerdo con más
impresión fue mi viaje a Angola, para ver a los primeros salesianos
que se habían establecido allí hacía apenas un año, porque era
una zona africana que patrocinábamos desde Argentina, Brasil,
Uruguay y Paraguay. El país estaba en plena guerra civil entre las
fuerzas del Presidente José Santos y el insurgente Jonathan Zabimbi;
por ese motivo no pude llegarme hasta Luena desde la capital Luanda,
en donde paraba. Sin embargo, al uruguayo Pepe Uría se le ocurrió
que debía llegarme hasta su parroquia de Calulo, pasando el río
Kuanza. Y para allá nos fuimos, a pesar de que la embajada del
Brasil había dado el alerta de que las tropas rebeldes andaban por
esa zona. De hecho, cuando llegamos al gran río que divide en dos el
territorio nacional, nos pararon soldados de las tropas cubanas, allí
apostados, y nos sugirieron muy amablemente que diéramos la media
vuelta. Pero como Pepe insistió en que no podía dejar abandonada a
la gente de su parroquia, hacia allí nos fuimos. Todo fue una
fiesta; el centro parroquial extraordinario, la gente de una calidez
total. Saqué fotos a diestra y siniestra. Al final de mi visita de
tres días, pude regresar sin inconveniente alguno, esta vez camino a
Dondo, un 2 de septiembre. Al día siguiente, corrió como un reguero
de pólvora la noticia de que las tropas revolucionarias habían
entrado en Calulo, y secuestrando a varias personas, el primero a
Pepe Uría, el párroco. Y se llevaron a los cautivos a través de la
selva caminando casi durante cuatro meses, soltándolos recién en la
Navidad de ese año 1983. Mis fotos pasaron inadvertidas por la
aduana cuando salí del país; y a pesar de que viajé en un avión
militar con heridos de guerra rumbo a Belgrado, esas imágenes se
transformaron en el testimonio de un trabajo riesgoso y de una vida
precaria en plena guerra civil. Pero umbundos y kimbundos, en ambas
márgenes del Kuanza, nunca perdieron su alegría. Todavía me parece
verles una sonrisa maravillosa. Llegué a Roma sano y salvo y todavía
con algo de voz para contar…
A fines del año 1989 sucedió un cambio y una toma de decisión
fundamental en mi vida: el alejamiento de la vida sacerdotal y de la
iglesia. Los motivos de viraje tan violento quedaron enumerados en
una carta a mis superiores que se hizo pública. El asunto da como
para un libro. Conseguí entonces ubicarme en el departamento en
donde vivo actualmente, en el Abasto, gracias a la ayuda de amigos y
de la misma institución salesiana. Por ese entonces yo no sabía que
había nacido a cuatro cuadras de aquí, ni tampoco que ésta iba a
ser mi casa en la que viviría por más tiempo, alrededor de veinte
años. Había conseguido unas pocas horas de clase en Castelar, y me
moría de hambre.
Como un antiguo compañero de mis años juveniles me ofreciera un
trabajo de pedagogo en el Instituto Oasi de Troina, Sicilia, con un
generoso sueldo y la posibilidad de investigar sobre escuela y
discapacidad mental y la inserción de los padres en la “escuela de
todos”, sin pensarlo demasiado, preparé mis valijas y decidí
emprender viaje, imaginando que me quedaría ya para siempre en esa
nación, a la que reconocía como “madre de mi formación cultural
y artística”. Allí viví tres años de trabajo, feliz por las
posibilidades que se me daban, incluso para participar en congresos
europeos, como fue el caso de Alemania y Portugal, llevando mis
trabajos de investigación, mientras publicaba las conclusiones en la
revista de la Institución, convirtiéndome en colaborador. Y hasta
tenía posibilidad de relacionarme con escritores del lugar, como fue
el caso de Luigi Ruberto. En esos tiempos, viajaba en forma
permanente a Múnich, en donde vivía con su familia, mi ex alumno
Miguel Macek, de origen esloveno, convertido ahora en psicólogo
social. Fueron años de mucha producción literaria.
Pero no podría haber adivinado nunca que en junio de 1993 fallecería
mi padre repentinamente. Ya mi hermana Marta, tres años más joven
que yo, había fallecido en 1982. Y mi hermano Horacio, el tercero,
requirió mi presencia en Buenos Aires, porque él mismo no estaba
bien; de hecho falleció tres años después. Ante este panorama, al
volver, decidí quedarme en la Argentina y ya nunca pude regresar a
Europa. Como conseguí un trabajo de delegado inspector de una jueza
de menores en los Tribunales de Talcahuano y Lavalle, logré hacerme
cargo de un menor en riesgo, de Quilmes, que se transformó de
inmediato en mi hijo del corazón, Alejandro David.
Por ese entonces, me pareció encontrar mi lugar en el mundo en La
Coronilla, última población sobre la ruta 9, antes del Chuy,
frontera con Brasil, en la República Oriental del Uruguay, punto de
referencia de una mínima actividad comercial y playa de mi
contemplación del mar. Desde hace dieciséis años, voy y vengo en
forma casi permanente. Allí descanso, allí escribo; y de allí
salieron obras como “La Proctomaquia…”, “El mar y
la hoguera”, “Mi reino será el mar”, “Volver a
La Coronilla” y otros últimos textos.
7 — No sólo pertenecés a la Sociedad de Escritoras y
Escritores de la Argentina, sino que, fuiste secretario de esa
entidad durante un año.
WM — En realidad son tres las sociedades de escritores
a las que estoy afiliado como socio; la SADE, la tradicional Sociedad
Argentina de Escritores, con su antigua sede en la calle Uruguay, fue
la primera. Y sigo pagando mi cuota social, aunque voy poco. En 2001
Víctor Redondo capitaneó una especie de rebelión contra la SADE,
por diversos motivos, algunos de los cuales tuvieron bastante
trascendencia. Decide entonces crear una nueva entidad, la SEA, la
Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina. Me acuerdo que
suscribimos el acta fundacional casi doscientos participantes. De
hecho, tengo el número de socio 124, siendo de esa primera camada.
La SEA prometía luchar por el reconocimiento de los derechos de los
escritores. Se logró, después de las primeras estrecheces, tener
una sede realmente cómoda, por comodato, en el 2° piso de la
Estación del Ferrocarril Sarmiento. Y el momento culminante de la
lucha llegó en el 2009, cuando se consiguió que la legislatura de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con la abstención de los
legisladores oficialistas del PRO, lograra la aprobación del RAL,
Reconocimiento a la Actividad Literaria, subsidio equivalente a una
especie de jubilación. Por suerte Macri no vetó la nueva ley.
Por ese entonces los integrantes de APOA, la Asociación de Poetas de
la Argentina, se reunía asiduamente en el Bar Bukowski, siendo su
presidente Cayetano Zemborain. Adherí también a este movimiento,
sobre todo porque trata de llevar la poesía a las escuelas y centros
de salud. En el seno de esta organización nació la iniciativa hace
cinco años de reunir a jóvenes poetas, menores de treinta años; el
nombre de estos encuentros anuales se denomina “Juntada” y abarca
a jóvenes de todo el país, con una visión realmente federal.
Celebro esta actividad, que acompaño, observando motivaciones,
estilos, eventos y grupos de los jóvenes en distintos puntos, como
en la Juntada, en la F.L.I.A. (la Feria del Libro Independiente,
Autónomo, Autogestivo, Anárquico, y todo lo que la A pueda querer
decir), en Vivaldi Libros Bar. Creo que lo que he ido escribiendo en
estos años, a manera de ensayos de observación, me hacen sentir en
continuidad con el trabajo de mis épocas de docente, mientras que,
al mismo tiempo, la creatividad artística juvenil me produce una
enorme felicidad.
*
Wenceslao
Maldonado selecciona poemas de su autoría (2006-2012),
pertenecientes a “Recorridos breves de un largo itinerario”,
recopilación de recopilaciones en cinco libros, para acompañar esta
entrevista:
1.-
levedad
de voces
en
los labios
y
nada más que alas
en
la respiración
hasta
espantarme
(del
libro primero RESQUICIOS, palabra,
2006)
2.-
desbordada
mi
locura levanta
su
barrilete de fantasía
por
cielos de libertad en las esferas
más
azules de la altura
y
despliega
(creo
que sin vergüenza)
todo
su deseo de un baile despreocupado
(ante
el quiebre de las censuras)
todo
el gesto de sus brazos y sus piernas
(ante
la burla del conformismo ciudadano)
toda
la algarabía de su vestido en giros
(ante
el malhumor que no respeta)
y
mira lo que es
en
el espejo interior del sentimiento
(en
la carta de identidad de su existencia)
y
baila baila baila
a
viento suelto a cielo abierto
y
ríe ríe ríe
la
risa cuanto se quiera
mientras
el cuerpo define
en
el aire enloquecido de la altura
la
elección del movimiento
(del
libro segundo PROYECTO DE UNA VIDA PARA DESPUÉS, apuntes
para una vida nueva,
2008)
3.-
no
me fue fácil
hacer
las paces
con
el que fui
pero
ahora
puedo
despedirme de él
como
si hubiéramos sido siempre
buenos amigos
(del
libro segundo PROYECTO DE UNA VIDA PARA DESPUÉS, acta
póstuma,
2008)
4.-
sabe
que no puede
decírselo más que a sí mismo
este espacio sin medida
con el sol derrumbado
en todas las distancias
sudoroso caminar sin rumbo
con pesadumbre sin saber por qué
no sabe
que es más que un caminante
tal vez un nómada olvidado
alguien de esa especie humana
que se fue dispersando
en la soledad de los afectos
en la vasta diferencia de la idea
sabe
que no hay un punto fijo sospechable
de ser el final
un árbol por ejemplo
o una casa en la lejanía
o un río que divida las comarcas
del silencio y la rutina
aunque fuera un agua
aburrida de estancarse
o una nube que marque alguna altura
no sabe
si hay altura o qué distancia
habría hasta el horizonte
porque la línea que cierra las fronteras
tal vez esté arriba
o a lo mejor pertenezca a los senderos
ahora desandados
perdidos en el cansancio permanente
de no poder recostar las fantasías
y sabe
que tendrá que seguir caminando lo que sea
hasta que ya no pueda más
hasta que las piernas rígidas se nieguen
a otro paso ciego
y no sabe
hasta dónde habrá llegado
y desde dónde vino
y para qué caminó tanto
y qué hay más allá
de la ceguera
(del libro tercero
CICATRICES, desierto,
2010 )
5.-
es
esta ausencia hijito…
obligado
a dejarte que te fueras
aunque
te tenía de la mano
destruyendo
el adiós
vaciando
los abrazos
dejando
mudas las palabras
y
hoy tan lejos...
yo
que intenté ser padre y madre
de
tu orfandad en ronda por la calle
cuento
todavía
los
días terribles del silencio
los
años dolorosos de la pérdida
que
se ahonda más y más por este hueco
y
me empuja a rondar por tantas calles
de
tu soledad
(del libro cuarto
DESOLACIÓN Y CANTO poema
35, 2011)
6.-
la noche en la palabra
escarba
los sentidos posibles
que la garganta no expresa
descubre riquezas que se esconden
en la sutil fragilidad de lo profundo
muy adentro de uno
o tal vez encuentra
socavones del miedo y de la duda
desconocidos
(del libro quinto LA NOCHE
EN LA PALABRA
poema 5,
2012)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Wenceslao Maldonado y Rolando Revagliatti.
*Wenceslao
Maldonado falleció en marzo de 2016.
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