La muerte como problema crucial del ser humano, es el eje convocante de este libro, el que no sólo se centra en la palabra sino que está acompañado por ilustraciones, las que a través de las imágenes nos conducen a civilizaciones milenarias, en las que la muerte ha quedado inscripta como concretud de la vida. La tapa, una pintura cruda, en este caso, La muerte y las máscarasde James Ensor, nos traslada al escenario más temido y temible de la historia de la humanidad: la muerte como finitud, como huella de nuestra existencia.
En este corpus, Leonor Calvera recorre siglos de costumbres, de creencias, de mitos y cultos, los que abren un extenso abanico sobre el tema. Desde el final del Paleolítico hasta el mundo actual la imagen posibilitó el encuentro de lo real y lo mágico, de lo narrativo y lo conceptual. Este ensayo lo afirma. Son 58 ilustraciones que interpelamos con la mirada, una mirada cada vez más profunda.
Los enunciados ilustrativos ponen de manifiesto el espíritu artístico de cada civilización, otorgándole la relevancia que la esencia de la palabra amerita en cuanto a su significación a través de los siglos.
Son varias las culturas que habitan el escenario de este libro. El discurso literario se continúa en un orden cronológico: en cambio, en el registro gráfico cobra protagonismo la iconografía del pasado aun en los capítulos pertenecientes al mundo contemporáneo.
La revalorización de las culturas del pasado y la reconstrucción de la menoría es una de las preocupaciones de la escritora.
En Érase una vez y Siempre se vuelve (primeros capítulos) el discurso ligado a lo visual y a lo histórico transita paralelamente. Las imágenes develan la funcionalidad de los dólmenes y menhires y dan cuenta de su carácter funerario, en el que conviven credos y leyendas de la época Paleolítica.
El relato visual y el de la escritura respecto de la cultura egipcia, también forma parte de la reconstrucción memorial de las antiguas civilizaciones elegidas para este corpus.
La momificación como continuidad de vida, de permanencia, para impedir el temible avance de la putrefacción de los cuerpos, origina la exposición visual dominada por líneas, jeroglíficos y además fortalecen la construcción simbólica del cuadro. Lo narrativo acentúa la imagen. Producción estética milenaria, conceptualización e imagen constituyen un continuo. ¿Pasado o presente? Relaciones epocales reflejan un continuo devenir.
La esperanza acude a la vida. Dice Leonor Calvera: “Existir es competencia, tensión, voluntad. Juegos en la vida; juegos ceremoniales en la muerte: la muerte tiene el rostro vuelto a la vida. Hay que llorar mucho a los muertos porque a pesar de todo, vivir es dulce y vale la pena gozar el aroma de cada día.
Mas parte indisoluble de la vida es la muerte. Si nadie muriese, la proliferación desmesurada de vida rompería la armonía del cosmos – valor supremo para los griegos-. La muerte es necesaria como perfección de la vida.” Estas palabras reflejan el espíritu de las ilustraciones elegidas.
Vayamos a las representaciones del antiguo testamento: Moisés desciende del Sinaí con las Tablas de la Ley, por ejemplo. Secretos que guardan figuras del pasado, rituales que fortifican su existencia, reliquias sagradas constituyen el itinerario visual aquí presentado. Y también una pagina de la Torá, con el dibujo de las letras hebreas.
Las Danzas de la Muerte protagonizan gran parte de la línea discursiva de este corpus, un género característico de fines de la Edad Media en el que el elemento plástico opera muchas veces como plataforma esencial de las producciones literarias a tal punto, que el relato literario está subordinado a la sucesión de imágenes narrativas, las que acentúan su carácter aleccionador.
Cadáveres, tumbas, esqueletos, cuerpos en descomposición son signos que nos conectan con una advertencia: La muerte como presencia constante.
La noche abraza el danzar de los muertos en el cementerio. Su iconografía macabra de origen pagano se representa por medio de instrumentos musicales como el violín, la flauta, el xilofón y otros. Este danzar se despliega en el transcurrir de las páginas de este libro.
El discurso visual y el literario se corresponden permanentemente. La muerte parece dirigir la orquesta. Enfermos en estado ya cadavérico interpelan a los que curan y dominan gran parte del escenario de este corpus.
Esta iconografía no solo ha sido seleccionada por la escritora para el interior del libro, y expuesta como parte del fondo de tapa. Se conecta casi sin solución de continuidad, con la pintura de James Ensor, la que ocupa el plano inferior, pero es primer plano desde el punto de vista plástico. y a ella le dedicaremos un apartado en este escrito.
En la segunda parte del libro, en los capítulos XI (La rueda de muertes y renacimientos), XII (La piedad filial), XIII (La acción del guerrero) y XIV (La liberación de los muertos), las imágenes que devienen de la cultura oriental refieren también a sus creencias y costumbres. Generan un espacio para la meditación, la búsqueda del conocimiento y la reflexión; ésta última es una de las propuestas que nos hace Leonor en el libro.
La figura número 24, Cabeza de Buddha, legitima en su rostro el mundo del saber y la reflexión, en ella se representa la esencia pura del espíritu de esta cultura. El volumen predominantemente lineal, cargado de sensibilidad divina forma parte de la expresión estética de la obra.
En la figura 28 dice, el epígrafe: “El círculo representa la totalidad del universo y, a la vez, su vacuidad”. La composición lineal linda con el mundo de la abstracción. Mística, alma y aura se unen a través de los siglos.
El mándala no está ausente en esta selección. Su poder de representación y concentración ayuda al espíritu a dar avances en su evolución. Sus formas que oscilan de lo geométrico a lo biológico y de lo concreto a lo espiritual, contribuyen a que la mirada conduzca a la evocación divina. Escenario que la escritora revaloriza permanentemente en su discurso y que Cirlot expresa en su diccionario de Símbolos: Es, pues, la exposición plástica visual, de la lucha suprema entre el orden, aun de lo vario, y el anhelo final de unidad y retorno a la condensación original de lo inespacial e intemporal.
Dos obras del siglo XXson elegidas para este corpus: una litografía de Georg Grosz,” Autorretrato para Charlie Chaplin” y un Dibujo de Yves Trémois”.
Una obra de Grosz que connota el espíritu que primaba en Alemania de las primeras década del siglo XX, la proliferación de cabarets, bares y ámbitos nocturnos aparecen reflejados en la composición grafica que rodea la figura central. El cuerpo, de la mujer como objeto sexual, la mirada gatuna, el alcohol como símbolo de la bohemia genera el ámbito para un trazo lineal, provocativo, característico del expresionismo. El dadaísmo y el futurismo cobran vida en la estructura compositiva en la que dibujos de formas y letras pueblan ésta y otras obras de su autoría. La gestualidad de la imagen central no hace más que corroborar la atmósfera de aquellos años: el creciente individualismo, el derrumbamiento moral, y el otro (el mismo) el de abigarradas ciudades manifiestas en sus edificios, producto de aquella época. Dice Leonor Calvera,” El artista recreaba cada cosa a la medida de su historia, de su anécdota”, y esta obra lo confirma.
El dibujo de Yves Trémois denota la imagen de una mujer sentenciada. Su fuerza está dicha en su composición lineal, caracterizada por un trazo absolutamente sintético. La muerte, envuelta en mandatos y ritos permanece en el mundo actual con la misma vigencia que en siglos anteriores; así lo manifiesta esta y otras ilustraciones elegidas por Leonor.
La relación médico- paciente está presente en todo el libro.
La revalorización iconográfica del pasado aquí seleccionada no hace más que corroborar la realidad del presente. Esta correlación que aparece entre texto e imágenes pone al descubierto la realidad del mundo contemporáneo, evidenciando la dualidad vida – muerte.
De acuerdo con lo que afirma Calvera, la medicina encararía y encarnaría “la fantasía de una postergación indefinida de la muerte “, realidad que la escritora despliega en los últimos capítulos.
Hagamos ahora una mirada retrospectiva por la especial importancia que tiene Durero por el pensamiento plasmado en imágenes que trascienden (ambas) espacio y tiempo.
En el capítulo XXI, la obra de Durero, Melancolía, evidencia características que tienen que ver con la búsqueda del saber por caminos pensantes científicos. En el cuadro de Durero está presente esa búsqueda.
Melancolía, presenta un espacio denso, en el que la imagen protagónica (en sentido espacial) una figura alada meditabunda, podría ser considerada un ángel, el ángel del intelecto, de la sabiduría, en actitud pensante y reflexiva.
Nacimiento y muerte conviven. El primero simbolizado por el niño en el que ya está instalada la muerte: su cabeza inclinada hacia la tierra y sus ojos cerrados muestran esta actitud, además del puño también cerrado, la impotencia frente a lo inexorable. El segundo latente y contradictorio vive en el espíritu de cada objeto.
La corona de laureles, fortalece ese sentimiento melancólico, nostálgico (desde otro punto de vista significaría la muerte glorificada).
La figura central, que anticipa el barroco por su ubicación lateral adquiere toda la fuerza significativa por el especial trazo sinecdótico que es el brazo y especialmente la mano plegada apoyada en el caracol auditivo donde junto con la mirada puesta en quién sabe en qué lugar, invita a quien mira a captar, su melancolía pensante.
Del cinturón cuelgan una serie de llaves. ¿Qué puertas se abrirán con esas llaves?
¿Quién media entre la esfera terrenal y lo celestial?
Otro símbolo de la melancolía aparece en el plano inferior del grabado: un perro de aspecto hambriento, alude a ese sentimiento.
Un suelo casi cubierto de elementos de carpintería reafirma el barroquismo compositivo.
Elementos relacionados con la matemática (geometría, aritmética y la medida del tiempo), conforman este escenario, el de la sabiduría( una esfera aparentemente de madera, un poliedro truncado formado por figuras geométricas, una regla, un reloj de arena, una balanza y un cuadro mágico en el que están inscriptos símbolos numéricos, a su vez en cuadrados, confirman el universo de esta ciencia.
Una campana, una escalera incompleta confirman esta visión del mundo.
Al centrar nuestra mirada en la tapa vemos dos imágenes que ilustran la portada del libro, las que conforman una misma temática: La Danza de la Muerte, género clave en la Edad Media y La Muerte y las Máscaras de James Ensor, un artista belga que supo captar en sus telas la mediocridad de una población atrapada por la apariencia y por los vicios de las grandes ciudades, manifiesta también, la repulsión y el rechazo -que él sentía- por los veraneantes, ejemplificados en los multitudinarios festejos del carnaval de Ostende y que eran parte de una burguesía que se derrumbaba en relación con el advenimiento de la primera guerra mundial.
Son varios los factores que pueden intervenir en la lectura de una imagen. En este caso su historia familiar, su entorno y su ciudad natal, son los componentes fundamentales en toda su obra.
La madre de Ensor era dueña en Ostende de una tienda de regalos en la que la diversidad de objetos (máscaras, curiosidades chinas, accesorios de todo tipo para el festejo del carnaval) constituyó un terreno fértil para su imaginación.
La Muerte y las Máscaras, obra elegida para la portada de este libro, rodea la tapa con una atmosfera de misterio, la que parece ocultarse detrás de cada uno de estos seres. Como dice Cirlot: “La ocultación tiende a la transfiguración, a facilitar el traspaso de lo que se es a lo que se quiere ser”. ¿Qué se esconde detrás de cada una de ellos? ¿Qué esperan? ¿Por qué no se miran?
Extrañas vestimentas cubren a estos personajes, algunos de ellos resguardan sus ojos con extraños antifaces. Cuerpos y rostro - máscaras y algunos enmascarados rodean al personaje central: una calavera con ropaje corpóreo. ¡Una calavera! Una calavera que reafirma el escenario repulsivo, sarcástico, y espeluznante que quiere trasmitir el artista. Colores fuertes, pincelados violentos y bruscos fortalecen su aspecto agresivo. ¿Quiénes son y de dónde vienen? ¿Son hijos del recuerdo? ¿Cuál? El recuerdo del antiguo bazar de su madre. ¿Podemos decir que sin lugar a dudas fue su motor?
Lo grotesco y lo ridículo, se potencian. El temor a la vida y a la muerte engendró sus obras más célebres.
La obra de Ensor, ensamblada con La Danza de la Muerte -¿Acaso cómotrasfondo?- hoy configuran un discurso integrado en este corpus literario, y construyen y aseveran el contenido del enunciado título: El Paso de la Muerte.
Este “paso “está signado por un gozne: esa sinécdoque guadaña en manos de… y deslizándose.
Un gozne articula el manifiesto de dos discursos visuales separados por el tiempo. Discursos que ponen de relevancia a la máscara, una de las imágenes más enigmáticas y develadoras de todas las culturas, aún la del mundo contemporáneo. Mundo que la escritora aborda en la última parte y que a mi criterio, protagoniza quizá, el relato conceptual más crudo de este libro.
http://www.leonorcalvera.com.ar
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