lunes, 3 de marzo de 2014

ESCUELA SEVILLANA DE PINTURA



En el siglo XVII se desarrolla en Sevilla la escuela pictórica más importante de España.
El líder de esta escuela es Diego Velázquez. En los años que pasó en su ciudad natal se convertirá en el mejor representante del naturalismo, a pesar de su juventud. Sus trabajos se caracterizan por las tonalidades oscuras -empleando negros y pardos- y el realismo con el que representa tanto a las figuras como a los objetos que les rodean. La temática no es muy variada, interesándose por asuntos religiosos, escenas de la vida cotidiana y retratos, siendo una de las etapas más productivas del genial maestro.
La principal aportación de Zurbarán a la pintura española del Barroco será el reflejo de la vida, las creencias y las aspiraciones de los ambientes monásticos, para los que el pintor realizó prácticamente toda su obra. Su estilo se mantuvo prácticamente invariable, desarrollando el naturalismo tenebrista para crear escenas cargadas de verosimilitud, en la que los santos se presentan ante el espectador de la manera más realista. Por esta razón Zurbarán es el pintor de los hábitos. Esta inmovilidad fue durante varias décadas el secreto de su éxito.
Murillo es quien mejor representa el nuevo lenguaje de la fe, a cuyo servicio puso su particular sensibilidad inclinada a valores dulces y amables. Con una facilidad portentosa creó una pintura serena y apacible, como su propio carácter, en la que priman el equilibrio compositivo y expresivo, y la delicadeza y el candor de sus modelos, nunca conmovidos por sentimientos extremos. Colorista excelente y buen dibujante, Murillo concibe sus cuadros con un fino sentido de la belleza y con armoniosa mesura, lejos del dinamismo de Rubens o de la teatralidad italiana
Herrera el Mozo transformará la escuela sevillana al aportar lo aprendido en Italia, interesándose por el espacio y por las representaciones triunfantes y fogosas. Herrera proclama un nuevo barroco, decorativo y apasionado, al usar fuertes contrastes de composición, tonos y luces para crear un todo efectista, donde una técnica también nueva, de pincelada agilísima y deshecha, sirve magistralmente a esas mismas búsquedas.
La ductilidad de lenguaje de Valdés Leal le permitió superar su inicial falta de personalidad para crear un estilo que fue mejorando progresivamente a lo largo de su vida, tanto en calidad técnica como en contenido expresivo. Fue sin duda un artista de su tiempo, preocupándose por el movimiento, por la riqueza de color y por la variedad compositiva, utilizando una pincelada fluida con la que intensificaba la expresión de sus personajes y la vibración lumínica de sus obras.
Sin embargo, estas cualidades quedaron en ocasiones mermadas por la negligencia y el descuido de su ejecución, en los que cayó por la necesidad de trabajar deprisa para cobrar pronto la no excesiva remuneración que recibía por sus obra
s. 


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