"!Se vende isla al contado,sin gastos,al último y mejor postor!",repetía una y otra vez,sin tomar aliento,Dean Felporg,comisario tasador de la subasta en que se debatían las condiciones de esta venta singular.
"!Isla en venta,isla en venta!",repetía con voz más y más sonora el pregonero Gingrass,que iba y venía por entre una multitud en verdad excitadisima.Multitud,efectivamente,que se apretaba en la vasta sala del hotel de ventas del número 10 de la calle Sacramento.Allí ,había no sólo cierto número de anericanos de los estados de California ,Oregon y Utah,sino también algunos de esos franceses que forman una buena parte de la población,mejicanos envueltos en su sapare,chinos con sus túnicas
de largas mangas,zapatos en punta y gorro cónico,canacos de Oceanía e incluso pies negros,vientres abultados o cabezas planas procedentes de las riberas del río Trinidad.
Nos apresuramos a decir que la escena tenía lugar en la capital del estado californiano,en San Francisco,pero no en la época en que la explotación de nuevos placeres atraía a los buscadores de oro
de ambos mundos,de 1849 a1852.San Francisco ya no era lo que había sido al principio,un caravasar,un desembarcadero,una posada en que se detenían por una noche los atareados que se aprsuraban hacia los terrenos auríferos de la vertiente occidental de la Sierra Nevada
(Fragmento )Julio Verne Francia
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