miércoles, 11 de febrero de 2015

Acerca de la poesía de Julio Garber por Juan Jacobo Barjarlía y Antonio Gozalez



Prologo de Julio Garber del libro “El Cielo y mi tiempo”

(Por Juan Jacobo Bajarlía) 


En algún momento, refiriéndome a Julio Garber, expresé que si toda escritura es una instancia del ser, nada mejor que la poesía como definición de ese ser que se manifiesta por impulsos,
deslumbrado ya ante el entorno. El poeta mira el mundo y lo puebla de imágenes. Retoma los objetos y los recrea. Siempre está desnudo ante el asombro.

Entonces, con relación a su libro anterior, agregaba que Julio Garber, en Invierno
Celeste (1989), "desnudó el alma para introducirse en ese laberinto que nos rodea al
despertar. O como dijo William Blake: que nos enajena sin expulsarnos del mundo".

Voz intensa de la generación del ´60, con un cúmulo exaltado de imágenes que recordarán siempre esa dimensión de la Poiesis que singulariza a los grandes creadores, Julio Garber. En
El cielo y mi tiempo, retoma los objetos y el laberinto del entorno, pero ya no para introducirlos en el ser a modo de inventario, sino para vivirlos. Para introducir en ellos una nueva vida, una nueva vida que es la misma vida del poeta que ha dejado el Borda como una
maldición perdida en el tiempo, o en esos registros akáshicos que alguna vez analizaron los
videntes.

Ahora, por lo tanto, es la vida y el fervor, como decía Rimbaud. Y por eso mismo el poeta
habla con los pájaros, como el Poverello de Asís cuando hablaba con el hermano Lobo. Habla
con ellos y los invita a vivir con él. Y como dirá en seguida: “beso el canto de la alondra”. O
bien: “Ahora viajo por el sol”/abrigado de palabras/descubro nuevas constelaciones”
(“Ahora”). Es la vida que se ha introducido en Garber para borrar esos fantasmas que lo
persiguieron en los fríos corredores del manicomio, sin otra alternativa que la soledad y la
marginación.

Esta vida que vuelve en las imágenes de El cielo y mi tiempo para elaborar el encuentro
fortuito de impulso y la imaginación, que hace impacto en la inacabable poesía.


Julio Garber, un poeta en su laberinto
  
                                                                                          
 Antonio J. González   
Aquella noche del 6 de noviembre de 1990 proponíamos en la invitación “participar en este alumbramiento”. Era un nuevo libro de Julio Garber, “El cielo y mi tiempo”, que  terminaba de editar bajo mi sello “Nuestro Testimonio”. En 1987 y 1989 había editado otros dos: “Primavera de mis ojos” e “Invierno celeste”. La sala del Café-teatro de La Gran Aldea en San Telmo reunía entonces a unas decenas de amigos, escritores y vecinos de Julio en Quilmes Oeste. Llegó la hora del comienzo y esperamos un rato más la llegada del autor. Otro poco y nada. Por fin, luego de una hora Garber no había aparecido por el acto de presentación de su libro. Improvisamos algunas palabras entre asombrados y preocupados por el faltazo. Su amigo y excompañero en el Hospital Borda, el escritor José F. Gulías, no se explicaba la situación. Él había sido quien me lo presentara unos años atrás para editar un libro de poesías. Pero esta vez era diferente. Había notado, en nuestros últimos encuentros en la oficina donde yo trabajaba entonces, que se mostraba cada vez más obsesivo, delirante y ansioso. Se quejaba de constantes dolores de cabeza y consumía casi con desesperación varias pastillas de calmantes. “Por favor, unas aspirinas…” me decía con un gesto suplicante.
Dos vecinas de su vivienda de la calle San Mauro Castel Verde, deslizaron un comentario que nada calmaron nuestro ánimo aquella noche. “Andaba muy excitado…” dijeron al pasar, y ese dato aumentaba el desasosiego que nos embargaba. Junté como pude los paquetes de los libros sin presentar y nos volvimos.
Al día siguiente aquellas vecinas se encargaron de informarnos por teléfono. Julio había estado esa tarde muy nervioso y agresivo. Tanto que produjo un escándalo violento con la vecina que habitaba en la misma casa. Este hecho fue de tal magnitud que alarmó a todos los ocupantes de ese edificio y otros vecinos, quienes llamaron a la policía ante el cariz inusitado que tenían las reacciones de Julio. Por último, terminó internado en una clínica psiquiátrica de la zona. Desde entonces, no lo volvimos a ver, pese a que intenté hacerlo en la clínica un par de veces. Le llevaba cigarrillos y algunos documentos personales que había recuperado de su pequeña vivienda, a esa altura inundada por diez centímetros de agua, y a merced de robos o saqueos.
Hasta aquí mi último testimonio de este poeta imaginativo y delirante, pero humanista, consciente de los embates de las ríos interiores, como laberintos, que suelen sacudir nuestras costas.
En aquel último libro, Juan-Jacobo Bajarlía lo definía: “Voz intensa de la generación del ’60, con  un cúmulo exaltado de imágenes que recordarán siempre esa dimensión de la “poiesis” que singulariza a los grandes creadores. Julio Garber en “Cielo y mi tiempo” retoma los objetos y el laberinto del entorno pero ya no para introducirlos en el ser a modo de inventario, sino para vivirlos. Para introducir en ellos una nueva vida, una nueva vida que es la misma vida del poeta que ha dejado el Borda como una maldición perdida en el tiempo, o de esos registros akáshicos que alguna vez analizaron  los videntes”.
También en la contratapa de “Invierno Celeste” (1989), decía el autor de esta nota: “Regocijo, humanismo, gozo, misticismo, todo el candor del descubrimiento interior y de la confirmación existencial contiene la poesía de Julio Garber en este libro”. “La belleza verdadera sorprende en sus poemas por los significativos estremecimientos humanos que encierra” había dicho Héctor Miguel Ángeli sobre su poesía.

Sin embargo, el propio autor intentó arrojar luz en las tinieblas y escribió las palabras iniciales de “Luna de ojo en el buho cerrado” (Ed. F.A. Colombo, 1982): “Nuestras manos, las que por fanatismo de humanidad queremos mantener, pierden vigencia, comienzan a besar el vacío, a gesticular notas extravagantes. Desnucan invernaderos, como borrachos, sucumben por escupir las terrazas”.  “Nací…en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires, los pagos del autor del Martín Fierro…En 1954 edito mi primer libro, “Tres poetas jóvenes”, en 1970 “Suburbio del Hombre”, en 1974 “Digo amor a otra boca”… Mis libros fueron  traducidos a dos idiomas, el italiano y el iddisch y son textos de estudio en la Facultad de Filosofía (UBA)…”
Garber integró el grupo “ La Rosa Blindada ” y participó del Frente de Artistas del Borda. En 1962 tradujo, además, el libro “Psicoanálisis del antisemitismo”.
Sean éstos los testimonios de una vida intensa, doliente y desmesurada.
“Camino sin apurarme / hacia tu encuentro./ No he muerto. / No, no he muerto. / Tengo mi vena total / que me impulsa hacia nuevas embarcaciones.” escribió en uno de sus poemas.
Quedan, entonces, las señales de sus huellas como su mayor imagen rediviva.



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