Tenían las venas azules por la cólera! thalja se adelantó, junto a un gigante deenormes hombros (el tipo tenía una gran barba negra y en la cabeza un cuerno único (como un unicornio) con forma de tornillo: ¡no faltaba más que eso! me saludó brevemente, mientras con la diestra, nerviosa, sostenía su venablo. luego se dejó caer al suelo, junto a nosotros.
"¿vive todavía? ¡si por lo menos pudiera decirnos de qué
espesura vino!" y a mi
compasiva pregunta, él repuso: "y sí. tiene que morir; lo han picado tres veces. no se puede hacer nada por él." puesto que no había nada que perder, yo recurrí entonces resueltamente al gin. (tal vez ayudara.) bueno, otra vez más. ¡adentro!
¡adentro!: alcohol en grandes dosis: ¡a la tuya! el jefe, toujours en vedette, encargó a
unos guardias para que hicieran una inspección por los alrededores. luego me miró con curiosidad; y thalja miraba a los otros, ¡oacabado de comer algunas briznas de hierba; entonces me sentí mal..." volvió a apagársele la vocecita y dejó caer la cabeza sobre el brazo de la madre (que me miró con angustia:?. —y bien—: que ella le hiciera beber dos vasitos cada media hora; para reanimarle el corazón. con aires de gran hechicero le entregué entonces la botella. pero le recomendé expresamente que no abusara:!.— y me volví entonces de nuevo a los demás).
exclamaciones de multitud delirante. (como quien no quiere la cosa, yo los observaba:
casi todos tenían el mismo pelaje rojizo y blanco. (a decir verdad, uno de ellos tenía color de vino tinto con vigorosa cornamenta en forma de lira; por lo demás, parecía contrahecho (¡como si yo pudiera juzgar de estas cosas! ¿no?).) iban todos sólidamente armados: lanzas para arañas, arcos y flechas; mazas de todas clases y tamaños. el jefe y sus cinco hombres (grupo de seis) parecían ser los únicos que llevaban bandolera con una gran cuchilla.
¡¿thalja?!": ella ya estaba junto a mi, dispuesta a darme, excitada, toda información. no:
hacía mucho tiempo que los never-nevers no se habían aventurado tan al sur. allá arriba, en la frontera norte, sí; allí se organizaban batidas sistemáticas contra las arañas; y se rechazaba a esas criaturas lo más lejos posible; en fin, se intentaba.
"sí, ¿y ahora?": ahora los jefes se disponían a encender fuego; tendrían por lo menos
para una hora. luego incendiarían la espesura señalada y esperarían a que los never- nevers se vieranrgullosa! (estaban familiarizados con la forma humana a causa de los "guardabosques".)
¡¡vaya!! el chiquito había abierto los ojos; se había puesto a gemir como para partir el
alma. inmediatamente la madre se precipitó a su lado; conmovida; lo acariciaba mientras le susurraba en la oreja un recitativo, con voz de bajo. el chiquito tomó un poco de alimento de uno de los pechos. tenía ya la mirada más viva (aunque yo descubría allí el brillo del alcohol, que debía causar un efecto terrible en quienes nunca lo bebían). el jefe intervino; levantó un índice lleno de advertencias (y el monocorno siguió el movimiento: ¡qué aparato!).
"allá, adelante": el cachorro señalaba débilmente la rotonda metálica de cactos
nefastos: "precisamente yo había obligados a salir: entonces los ensartarían con las lanzas y les destruirían los huevos. diez machos gigantescos ya habían salido al campo con guadañas: "sieguen la hierba, a la derecha, para que el fuego no se extienda." (otros, mujeres y niños, llevaban arena al mismo lugar y la desparramaban por el suelo.)
¡pero una hora!: era demasiado; me dirigí al jefe y le dije bruscamente: "¿necesita
usted fuego? yo se lo hago en un santiamén." le mostré mi caja de fósforos. el asintió, deferente y reconocido; en seguida reunió a los arqueros. estos, diestramente, ensartaron en la punta de las flechas bolas de hierba seca.
flechas; se dispusieron frente a la espesura de cactos y lanzaron
sus proyectiles: éstos describieron un arco de fuego atizado por el
desplazamiento del aire: más de la mitad llegó, como se había
previsto, detrás del muro verde sombrío.
compasiva pregunta, él repuso: "y sí. tiene que morir; lo han picado tres veces. no se puede hacer nada por él." puesto que no había nada que perder, yo recurrí entonces resueltamente al gin. (tal vez ayudara.) bueno, otra vez más. ¡adentro!
¡adentro!: alcohol en grandes dosis: ¡a la tuya! el jefe, toujours en vedette, encargó a
unos guardias para que hicieran una inspección por los alrededores. luego me miró con curiosidad; y thalja miraba a los otros, ¡oacabado de comer algunas briznas de hierba; entonces me sentí mal..." volvió a apagársele la vocecita y dejó caer la cabeza sobre el brazo de la madre (que me miró con angustia:?. —y bien—: que ella le hiciera beber dos vasitos cada media hora; para reanimarle el corazón. con aires de gran hechicero le entregué entonces la botella. pero le recomendé expresamente que no abusara:!.— y me volví entonces de nuevo a los demás).
exclamaciones de multitud delirante. (como quien no quiere la cosa, yo los observaba:
casi todos tenían el mismo pelaje rojizo y blanco. (a decir verdad, uno de ellos tenía color de vino tinto con vigorosa cornamenta en forma de lira; por lo demás, parecía contrahecho (¡como si yo pudiera juzgar de estas cosas! ¿no?).) iban todos sólidamente armados: lanzas para arañas, arcos y flechas; mazas de todas clases y tamaños. el jefe y sus cinco hombres (grupo de seis) parecían ser los únicos que llevaban bandolera con una gran cuchilla.
¡¿thalja?!": ella ya estaba junto a mi, dispuesta a darme, excitada, toda información. no:
hacía mucho tiempo que los never-nevers no se habían aventurado tan al sur. allá arriba, en la frontera norte, sí; allí se organizaban batidas sistemáticas contra las arañas; y se rechazaba a esas criaturas lo más lejos posible; en fin, se intentaba.
"sí, ¿y ahora?": ahora los jefes se disponían a encender fuego; tendrían por lo menos
para una hora. luego incendiarían la espesura señalada y esperarían a que los never- nevers se vieranrgullosa! (estaban familiarizados con la forma humana a causa de los "guardabosques".)
¡¡vaya!! el chiquito había abierto los ojos; se había puesto a gemir como para partir el
alma. inmediatamente la madre se precipitó a su lado; conmovida; lo acariciaba mientras le susurraba en la oreja un recitativo, con voz de bajo. el chiquito tomó un poco de alimento de uno de los pechos. tenía ya la mirada más viva (aunque yo descubría allí el brillo del alcohol, que debía causar un efecto terrible en quienes nunca lo bebían). el jefe intervino; levantó un índice lleno de advertencias (y el monocorno siguió el movimiento: ¡qué aparato!).
"allá, adelante": el cachorro señalaba débilmente la rotonda metálica de cactos
nefastos: "precisamente yo había obligados a salir: entonces los ensartarían con las lanzas y les destruirían los huevos. diez machos gigantescos ya habían salido al campo con guadañas: "sieguen la hierba, a la derecha, para que el fuego no se extienda." (otros, mujeres y niños, llevaban arena al mismo lugar y la desparramaban por el suelo.)
¡pero una hora!: era demasiado; me dirigí al jefe y le dije bruscamente: "¿necesita
usted fuego? yo se lo hago en un santiamén." le mostré mi caja de fósforos. el asintió, deferente y reconocido; en seguida reunió a los arqueros. estos, diestramente, ensartaron en la punta de las flechas bolas de hierba seca.
"¿están todos listos?"
apliqué la llama al montón de
espinas, ramas, hojas y hierba —,— crepitar, crepitar y
crepitar. ¡sírvase, por favor!
después de formar una cola, fueron acercando uno a uno sus
"¡siempre a diez pasos de distancia cada uno! ¡asi!": y de esta manera formamos un
gigantesco círculo (cuyo centro comenzó a humear y a crepitar. de tanto en tanto se oían como disparos de fusil cuando reventaban los frutos de los cactos secos). "nunca puede preverse por dónde saldrán..."
el humo se elevaba ya alto como una torre (y el ruido era infernal: una pavesa se puso
a escalar una columna de cactos, se retorció, dio un salto peligroso, se vistió con un quimono de humo (que a veces abría con coquetería; ahora todo el frente de la espesura alcanzaba a tener un color gris claro)...
"¡atención!"
"¡allí!": a ras del suelo una especie de onda rápida
y liviana acababa de salir por debajo
del cerco de humo. un esbelto centauro se precipitó como un bólido, blandiendo su venablo: y saltó fuera del círculo clavando profundamente en la arena su lanza; arrebató una nueva arma de la mano de una muchacha que estaba allí esperándolo y volvió al galope.
jalpicaban los humores! cuatro nuevos lanceros entraron en la lucha, rápidos como el rayo: y cuatro monstruos quedaron reducidos a cojines despanzurrados que perdían grasa.
"¡calma! ¡todo el mundo de vuelta a su puesto! todavía pueden salir otros." el jefe tenía en cada mano un haz de lanzas. nos dio dos a cada uno, a thalja y a mí. y volvió a ocupar su puesto andando hacia atrás.
nos quedamos esperando: el humo era aspirado por su propio fuego. el aire caliente
subía por encima de la gran hoguera y el aire frío afluía por debajo de todas partes: ya se veía de nuevo con claridad. y el bosque de cactos prácticamente había desaparecido. algunos troncos gruesos todavía ardían, pero se convertían a ojos vistas en humo y ceniza. a lo lejos, ya se veía el otro lado de nuestro cordón.
"bueno, ya está terminado", confirmó la voz de bajo del jefe a mi derecha; y me
sobresaltó esa voz potente (¡vaya que tenían pulmones estos tipos! sí, es claro). "todo el mundo aquí, con las víctimas." las víctimas: nada menos que dieciséis. la mayor parte de ellas todavía vivía, ensartadas en las lanzas y agitándose furiosamente; se revolvían y había que tener cuidado para que aún no nos picaran.
allí había una ya liquidada: gris. y grasosa. y revestida con una delgada película de
córnea. hombres-escorpiones. con un inequívoco rostro de europeo: ojos pequeños, largas antenas verticales, todo lo necesario para llevar una vida nocturna especializada. la boca se alargaba hasta terminar en punta, ideal para succionar a muerte. en las patas anteriores, garras venenosas, largas como un dedo y curvas como pico de águila: ¡repugnante!
Arno Schmidtunto a mi, el jefe extendió su brazo de boxeador, saltó hacia adelante (para
precipitarse con todo su peso junto con el golpe que iba a dar) y ya se retorcía una masa gris en la punta de la lanza, que él enterró con la mano izquierda: ¡otra criatura empalada en la arena!
"¡quieren salir por aquí!"
"¡aquíiiii!!!!" el busto de thalja, tendido
horizontalmente
formaba una línea continua con el
dorso; miraba a través de la cortina de humo y gritaba
con todas sus fuerzas: "¡aquíiiii!!!!!"
y ensartó uno aquí y aplastó otro allá. un tercero se había
aferrado a una de sus patas
delanteras para clavarle las garras venenosas;
Fragmento
La república de
los sabios (1957)
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