viernes, 13 de febrero de 2015

Por Gladys López Pianesi,Sones que laten… Voces Latinoamericanas



Del libro Sones que laten Voces latinoamericanas
Se presentara  a la brevedad en Quito Ecuador en el 1 Encuentro del Equinoccio en la Universidad Tecnológica Equinoccial de Ecuador 




 Sones que laten… Voces Latinoamericanas…

He  nacido en este maravilloso continente, donde Dios o el Gran Hacedor nos han regalado todos los verdes…. en selvas  y praderas. Sabanas y desiertos. Océanos,  ríos, esteros, pantanos, lagunas  y lagos. Cordilleras, ventisqueros.
Montañas, colinas, quebradas. Dunas, salinas. Nieves eternas y nieves estacionales. Inviernos, otoños, primaveras y veranos, todos los climas para reconfortarnos y mostrarnos el ciclo de la vida.
Lluvias diluviales, lluvias de otoño y lluvias primaverales...lluvias lentas que absorbe la tierra y alimenta la siembra, para darle el rinde  necesario.
Reservorio de agua en sus entrañas… protegiendo  al futuro y a nuestra descendencia.
Flora, fauna, una riqueza ictícola de lo más variada, con mamíferos marinos  que visitan y se aparean en sus costas, aves de mil cantos y colores que surcan los cielos iluminando con sus trinos todos los paisajes.
 Civilizaciones antiguas que han dejado su pasado para que los hombres generosos del presente puedan reconstruirlo y avanzar hacia un futuro conservando el planeta para los próximos hombres que vendrán a habitar esta Latinoamérica maravillosa, con la diversidad cultural de las lenguas autóctonas y el legado del español
Con estos textos… sólo pretendo una mirada que nos una, que nos cobije.
 Nuestros  países en su diversidad comparten  muchos problemas sociales comunes.
   Esperando  que el día a día,  allane las diferencias y que Latinoamérica sea  una región maravillosa con todas las necesidades humanas satisfechas para todos los hombres que la habitan.




 UNA GEOGRAFIÍA INFINITA





La noche abrió sus puertas.

en una geografía infinita.

El océano su boca…

Atropellando acantilados

Con su risa marina.

Los lagartos desperezan,

en la roca palpitante…

De la cordillera corren

lágrimas y los ventisqueros

tiñen, los oscuros espacios,

de la piedra pómez sulfurosa.

La nívea cal derrama lágrimas.

El otoño diluye el calor del sol.

La virilidad del paisaje muestra

su amor de azufre y ceibo.

El océano con su voz masculina

Atruena el paisaje y el viento

silabea entre nubes grises…

El frío avanza y la lluvia vacía

su torrente en esta geografía.



 Dar  luz a la sombra







Lo que le había sucedido a Ana antes de tener su hogar, era una exaltación perturbada, algo confusional, sobre la felicidad. No  sería así  su vida  de adulta.  Ana lo había decidido, lo había escogido, sólo debía cuidarse en la peligrosa hora de la tarde, cuando la casa estaba vacía, sin nadie de la familia y el sol estaba alto.

Esta era  la hora del espanto, dónde la vaciedad la miraba y no la veía. Era la hora de la huída, la hora dónde asomaban los fantasmas. Era la hora en que Ana salía a hacer sus compras.

Una forma de negar su propia soledad interior. Una excusa  para ahogar su angustia de no sentirse útil. Quizás era la forma de huir de su manía persecutoria infantil…

Toda su vida de adulta estaba auroleada de buenos propósitos.  Servir y vivir para los  otros, sin un espacio para sí misma, sin contemplar su propia existencia, ni sus requerimientos, ni  su propia valía.

Cuando ella se preguntaba, ¿quién soy?, sólo se sentía aferrada a negras raíces de un suave mundo ajeno, el mundo de los otros. Su mundo… ¿No existía?

Subió al tranvía que la llevaba a su hogar, sintió su traqueteo familiar, cuando el sol subía y coloreaba con ese tono rojizo el horizonte. Esas pinceladas maravillosas y tremendas que tanto malestar le provocaban. Pensar, pensar en todo lo acontecido durante, el día la ponía bien y  ya estaba corriendo hacia la cena, esto  la mantenía vital. Su bolsa con las compras en la falda le daba seguridad, llevaba todo lo que había adquirido en el mercado  para la cena. Su bolsa estaba agigantada ya que irían a su casa también sus hermanos  a comer. Pensar en ellos era agradable.



Una parada más del tranvía y llegaría a destino, apresuraría el paso en su caminar para estar cuando regresaran los niños del colegio.

Ciertas nubes de negrura avanzaban hacia el poniente, coladas  al trasluz de la ventanilla del tranvía, que ya arrancaba nuevamente con chirrido y su ronroneo habitual.

Ana se irguió pálida. ¿Qué cosa había hecho que Ana se fijase erizada de desconfianza?

Un ciego, que había ascendido,  con su bastón blanco, parado en el primer asiento del tranvía, la señalaba con ese símbolo que era un interrogante… ¡qué había sido de su vida preguntaba su bastón!.. El mundo nuevamente se había transformado en un malestar.

Levemente con disimulo fue alzando su rostro para mirar a quien nada  veía,  quien todo lo observaba a través de su sentido senestésico. El rostro del ciego  estaba lleno de preguntas, lleno de palabras, lleno de letras, de jeroglíficos y como Champolión,  Ana,  las alcanzaba a descifrar.  Era su propia nada despiadada lo que ella veía sin mirar, sólo viendo y sintiendo con él estómago, con su cuerpo, con su raciocinio…El ciego masticaba chicles cuando lo miró,  masticaba chicles…

Esa goma de mascar era  su infancia… Ella, también estaba allí. Ana lo miraba y si algún pasajero la  mirase  en esas circunstancias,  tendría la impresión de ver a una mujer con odio.

Continuaba Ana con su rostro desencajado, mirando   al ciego…hasta que en un momento…

¡Ana dio un grito!

El conductor frenó el tranvía…El chirriar y el movimiento  que provoca la inercia…. y el guarda recorriendo los pasajeros para saber que había sucedido…. al no ver nada anormal, dio la orden de avanzar...Chaca chaca….chaca.



Ana sintió que todos la miraban… hasta que dejaron de verla…

Su bolsa de compras estaba en el piso, se había deslizado de su falda. Al alzarla chorreaba un líquido rojo viscoso…

¡Sangre!… y la náusea se apoderó de ella… ¡A quién maté! A la infancia, a la mujer, a mis hijos, a mi esposo…. A mi persona…

El mundo nuevamente se había transformado en un malestar…Todo su cuerpo temblaba, su boca sentía ese sabor ácido desagradable del vómito…Estaba en crisis, pero una voz interior quería protegerla, calmarla,  brindarle un poco de dulzura al decirle, que a pesar de todo lo bueno, lo malo lo había resuelto y  lo había hecho bien…

Ya nadie la miraba….

Se sintió invisible…

Sintió que ya no tenía presencia física…

Se sintió sin sentidos….

Dejó de sentir,  ya no era ella…

¡Sangre, repitió!... Fue la anunciación de dar luz a la sombra.
















La ostra en la red




Dejó de sentir… cansada... seguía aún su viaje en el tranvía

Ya no era ella, era tan sólo una ostra atrapada en su propia red, esa malla que había tejido ella misma, soldando punto por punto.

Por un momento no consiguió orientarse, se había pasado de su recorrido habitual. Descendió.

Se sintió sola en medio de la noche, la vida que había descubierto continuaba latiendo y un viento misterioso le rodeaba el rostro.

Su boca segregaba saliva, y más saliva, ante el muro que descubrió. Era el Jardín Botánico

Al fin pudo ubicarse.

El silencio y su respiración aceptable

Ana sujeto el instante entre los dedos, antes que desapareciera para siempre, como la vida de las mariposas negras que se deslumbran por la luz y se queman alrededor de la lámpara eléctrica.

El día había finalizado, se sentó en la cocina mientras los chicos y su marido se fueron a dormir, casi serena y altiva, enérgica ante su propia vergüenza y moral ante los demás.

Cuando una visión le hizo dar un grito

El ciego...el jardín botánico...su hijo...la red de malla...y la ostra.

Y supo que ella era esa ostra, con el grano de arena para cultivo, enquistado, al que envolvía todos los días para sentirse y crear una perla.   Atrapada  en su propia  red de malla,  la que ella había tejido soldando todos los estancos Los del BIEN Y LOS DEL MAL












 TIERRA AGRESTE




En la tierra voluptuosa del Brasil, entre selvas y carnavales, playas y garotas conviven religiones africanas y músicos innatos.

Anida… una tragedia escondida.

Quien mira tus selvas donde los verdes cantan en todos los idiomas y las riquezas de la vida asoma su vientre en metales preciosos, no imagina lo que acontece en este desierto árido de toda aridez, ni la lucha por la sobrevivencia de los animales y personas que habitan el nordeste de este inmenso continente.

Los animales huyen en estampida en busca de agua y tú hermano…. Hombre, de sequías y dolores sabes que la vida es dura, muy dura en el sertao,  donde los silencios son llenados por el ritmo de tu sangre al pulsar un tamboril.

Ésa es la música que el hacedor escucha, que nace desde el principio de los principios y que viaja al centro de la tierra por las grietas del sertao.

Al tiempo que tu vaca se adelgaza, muge al sol esperando ser bendecida con algunas gotas que refresquen su piel, sacien su sed y tú, caminas a la par, buscando agua de los cactus resecos para sobrevivir un día más.  Todo el cielo se ha puesto arrebolado de negros y violetas turbulentos.

Miras el horizonte con la esperanza de sobrevivencia de tu familia, la tuya y la de tu vaca.

Los pezones resecos de tu negrita no pueden drenar más que grietas en la boca del niño, y la vaca que a veces los alimentaba con su leche, tiene también las ubres secas, apenas se mantiene en pie.

Tus hermanos de nacimiento, viven la misma tragedia, sólo se insolentan contra los latifundistas que no son más que los dueños de la tierra, los que no la trabajan, los que saben de refrescarse en las playas de Pernambuco, de Bahía, en sus fiestas…

Nada saben…. de todos los que mueren en su propia tierra.

El verdadero problema está allí, en los que no tienen corazón, que no dejan vivir….  Los grandes latifundistas… los dueños de la tierra

Y si mueres caminante junto a tu vaca….  qué te puede pasar.

Quizás, tal vez, una fosa en la tierra…

Esa brisa de tierra que te cubre puede… quizás…. tal vez… tamborilear  y cantar tu réquiem

Esta tumba en la que estás, con palmos medidos.

Es la cuenta menor que sacaste en vida

Es de buen tamaño, ni largo, ni profundo

Es la parte que te cabe de este latifundio

No es tumba grande, es tumba medida

Es la tierra que querías ver dividida

Es una tumba grande para tu poco difunto

Pero estarás más ancho que estabas en el mundo

Es una tumba grande para tu difunto parco

Aunque más que en el mundo, te sentirás largo-

Es una tumba grande para tu carne poca

Pero a tierra regalada no se abre la boca


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El septyimo cielo en los ojos n°60