Del libro Sones que laten Voces latinoamericanas
Se presentara a la brevedad en Quito Ecuador en el 1 Encuentro del
Equinoccio en la Universidad Tecnológica Equinoccial de Ecuador
Sones que laten… Voces Latinoamericanas…
He
nacido en este maravilloso continente, donde
Dios o el Gran Hacedor nos han regalado todos los verdes…. en selvas y
praderas. Sabanas y desiertos. Océanos, ríos, esteros, pantanos,
lagunas y lagos. Cordilleras, ventisqueros.
Montañas,
colinas, quebradas. Dunas, salinas. Nieves eternas y nieves estacionales.
Inviernos, otoños, primaveras y veranos, todos los climas para reconfortarnos y
mostrarnos el ciclo de la vida.
Lluvias
diluviales, lluvias de otoño y lluvias primaverales...lluvias lentas que
absorbe la tierra y alimenta la siembra, para darle el rinde necesario.
Reservorio
de agua en sus entrañas… protegiendo al
futuro y a nuestra descendencia.
Flora,
fauna, una riqueza ictícola de lo más variada, con mamíferos marinos que visitan y se aparean en sus costas, aves
de mil cantos y colores que surcan los cielos iluminando con sus trinos todos
los paisajes.
Civilizaciones antiguas que han dejado su
pasado para que los hombres generosos del presente puedan reconstruirlo y avanzar
hacia un futuro conservando el planeta para los próximos hombres que vendrán a
habitar esta Latinoamérica maravillosa, con la diversidad cultural de las
lenguas autóctonas y el legado del español
Con
estos textos… sólo pretendo una mirada que nos una, que nos cobije.
Nuestros países en su diversidad comparten muchos problemas sociales comunes.
Esperando que el día a día, allane las diferencias y que Latinoamérica sea
una región maravillosa con todas las
necesidades humanas satisfechas para todos los hombres que la habitan.
UNA GEOGRAFIÍA INFINITA
La
noche abrió sus puertas.
en una
geografía infinita.
El
océano su boca…
Atropellando
acantilados
Con su
risa marina.
Los
lagartos desperezan,
en la
roca palpitante…
De la
cordillera corren
lágrimas
y los ventisqueros
tiñen,
los oscuros espacios,
de la
piedra pómez sulfurosa.
La nívea
cal derrama lágrimas.
El
otoño diluye el calor del sol.
La
virilidad del paisaje muestra
su amor
de azufre y ceibo.
El
océano con su voz masculina
Atruena
el paisaje y el viento
silabea
entre nubes grises…
El frío
avanza y la lluvia vacía
su
torrente en esta geografía.
Dar luz a la
sombra
Lo que
le había sucedido a Ana antes de tener su hogar, era una exaltación perturbada,
algo confusional, sobre la felicidad. No
sería así su vida de adulta.
Ana lo había decidido, lo había escogido, sólo debía cuidarse en la
peligrosa hora de la tarde, cuando la casa estaba vacía, sin nadie de la
familia y el sol estaba alto.
Esta
era la hora del espanto, dónde la
vaciedad la miraba y no la veía. Era la hora de la huída, la hora dónde
asomaban los fantasmas. Era la hora en que Ana salía a hacer sus compras.
Una
forma de negar su propia soledad interior. Una excusa para ahogar su angustia de no sentirse útil.
Quizás era la forma de huir de su manía persecutoria infantil…
Toda su
vida de adulta estaba auroleada de buenos propósitos. Servir y vivir para los otros, sin un espacio para sí misma, sin
contemplar su propia existencia, ni sus requerimientos, ni su propia valía.
Cuando
ella se preguntaba, ¿quién soy?, sólo se sentía aferrada a negras raíces de un
suave mundo ajeno, el mundo de los otros. Su mundo… ¿No existía?
Subió
al
tranvía que la llevaba a su hogar, sintió su traqueteo familiar, cuando
el
sol subía y coloreaba con ese tono rojizo el horizonte. Esas pinceladas
maravillosas y tremendas que tanto malestar le provocaban. Pensar,
pensar en
todo lo acontecido durante, el día la ponía bien y ya estaba corriendo
hacia la cena, esto la mantenía vital. Su bolsa con las compras
en la falda le daba seguridad, llevaba todo lo que había adquirido en el
mercado para la cena. Su bolsa estaba
agigantada ya que irían a su casa también sus hermanos a comer. Pensar
en ellos era agradable.
Una
parada más del tranvía y llegaría a destino, apresuraría el paso en su caminar
para estar cuando regresaran los niños del colegio.
Ciertas
nubes de negrura avanzaban hacia el poniente, coladas al trasluz de la ventanilla del tranvía, que
ya arrancaba nuevamente con chirrido y su ronroneo habitual.
Ana se
irguió pálida. ¿Qué cosa había hecho que Ana se fijase erizada de desconfianza?
Un
ciego, que había ascendido, con su
bastón blanco, parado en el primer asiento del tranvía, la señalaba con ese
símbolo que era un interrogante… ¡qué había sido de su vida preguntaba su
bastón!.. El mundo nuevamente se había transformado en un malestar.
Levemente
con disimulo fue alzando su rostro para mirar a quien nada veía,
quien todo lo observaba a través de su sentido senestésico. El rostro
del ciego estaba lleno de preguntas,
lleno de palabras, lleno de letras, de jeroglíficos y como Champolión, Ana,
las alcanzaba a descifrar. Era su
propia nada despiadada lo que ella veía sin mirar, sólo viendo y sintiendo con
él estómago, con su cuerpo, con su raciocinio…El ciego masticaba chicles cuando
lo miró, masticaba chicles…
Esa
goma de mascar era su infancia… Ella,
también estaba allí. Ana lo miraba y si algún pasajero la mirase
en esas circunstancias, tendría
la impresión de ver a una mujer con odio.
Continuaba
Ana con su rostro desencajado, mirando
al ciego…hasta que en un momento…
¡Ana
dio un grito!
El
conductor frenó el tranvía…El chirriar y el movimiento que provoca la inercia…. y el guarda
recorriendo los pasajeros para saber que había sucedido…. al no ver nada
anormal, dio la orden de avanzar...Chaca chaca….chaca.
Ana
sintió que todos la miraban… hasta que dejaron de verla…
Su
bolsa de compras estaba en el piso, se había deslizado de su falda. Al alzarla
chorreaba un líquido rojo viscoso…
¡Sangre!…
y la náusea se apoderó de ella… ¡A quién maté! A la infancia, a la mujer, a mis
hijos, a mi esposo…. A mi persona…
El
mundo nuevamente se había transformado en un malestar…Todo su cuerpo temblaba,
su boca sentía ese sabor ácido desagradable del vómito…Estaba en crisis, pero
una voz interior quería protegerla, calmarla,
brindarle un poco de dulzura al decirle, que a pesar de todo lo bueno,
lo malo lo había resuelto y lo había
hecho bien…
Ya nadie
la miraba….
Se
sintió invisible…
Sintió
que ya no tenía presencia física…
Se
sintió sin sentidos….
Dejó de
sentir, ya no era ella…
¡Sangre,
repitió!... Fue la anunciación de dar luz a la sombra.
La ostra en la red
Dejó de
sentir… cansada... seguía aún su viaje en el tranvía
Ya no
era ella, era tan sólo una ostra atrapada en su propia red, esa malla que había
tejido ella misma, soldando punto por punto.
Por un
momento no consiguió orientarse, se había pasado de su recorrido habitual.
Descendió.
Se
sintió sola en medio de la noche, la vida que había descubierto continuaba
latiendo y un viento misterioso le rodeaba el rostro.
Su boca
segregaba saliva, y más saliva, ante el muro que descubrió. Era el Jardín
Botánico
Al fin
pudo ubicarse.
El
silencio y su respiración aceptable
Ana sujeto el instante entre los dedos, antes
que desapareciera para siempre, como la vida de las mariposas negras que se
deslumbran por la luz y se queman alrededor de la lámpara eléctrica.
El día había finalizado, se sentó en la cocina
mientras los chicos y su marido se fueron a dormir, casi serena y altiva,
enérgica ante su propia vergüenza y moral ante los demás.
Cuando una visión le hizo dar un grito
El ciego...el jardín botánico...su hijo...la
red de malla...y la ostra.
Y supo que ella era esa ostra, con el grano de
arena para cultivo, enquistado, al que envolvía todos los días para sentirse y
crear una perla. Atrapada en su propia
red de malla, la que ella había
tejido soldando todos los estancos Los del BIEN Y LOS DEL MAL
TIERRA AGRESTE
En la
tierra voluptuosa del Brasil, entre selvas y carnavales, playas y garotas
conviven religiones africanas y músicos innatos.
Anida…
una tragedia escondida.
Quien
mira tus selvas donde los verdes cantan en todos los idiomas y las riquezas de
la vida asoma su vientre en metales preciosos, no imagina lo que acontece en este
desierto árido de toda aridez, ni la lucha por la sobrevivencia de los animales
y personas que habitan el nordeste de este inmenso continente.
Los
animales huyen en estampida en busca de agua y tú hermano…. Hombre, de sequías
y dolores sabes que la vida es dura, muy dura en el sertao, donde los silencios son llenados por el ritmo
de tu sangre al pulsar un tamboril.
Ésa es
la música que el hacedor escucha, que nace desde el principio de los principios
y que viaja al centro de la tierra por las grietas del sertao.
Al
tiempo que tu vaca se adelgaza, muge al sol esperando ser bendecida con algunas
gotas que refresquen su piel, sacien su sed y tú, caminas a la par, buscando
agua de los cactus resecos para sobrevivir un día más. Todo el cielo se ha puesto arrebolado de
negros y violetas turbulentos.
Miras
el horizonte con la esperanza de sobrevivencia de tu familia, la tuya y la de
tu vaca.
Los
pezones resecos de tu negrita no pueden drenar más que grietas en la boca del
niño, y la vaca que a veces los alimentaba con su leche, tiene también las
ubres secas, apenas se mantiene en pie.
Tus
hermanos de nacimiento, viven la misma tragedia, sólo se insolentan contra los
latifundistas que no son más que los dueños de la tierra, los que no la
trabajan, los que saben de refrescarse en las playas de Pernambuco, de Bahía,
en sus fiestas…
Nada
saben…. de todos los que mueren en su propia tierra.
El
verdadero problema está allí, en los que no tienen corazón, que no dejan
vivir…. Los grandes latifundistas… los
dueños de la tierra
Y si
mueres caminante junto a tu vaca…. qué
te puede pasar.
Quizás,
tal vez, una fosa en la tierra…
Esa
brisa de tierra que te cubre puede… quizás…. tal vez… tamborilear y cantar tu réquiem
Esta
tumba en la que estás, con palmos medidos.
Es la
cuenta menor que sacaste en vida
Es de
buen tamaño, ni largo, ni profundo
Es la
parte que te cabe de este latifundio
No es
tumba grande, es tumba medida
Es la
tierra que querías ver dividida
Es una
tumba grande para tu poco difunto
Pero
estarás más ancho que estabas en el mundo
Es una
tumba grande para tu difunto parco
Aunque
más que en el mundo, te sentirás largo-
Es una
tumba grande para tu carne poca
Pero a
tierra regalada no se abre la boca
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