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El discurso estético del siglo XX complejiza la legitimación y posterior lectura de la obra de arte.
Por un lado tenemos las obras de fin del siglo XIX, primeras décadas del XX, que contempla un estatuto con cierto grado de invisibilidad, el que atrapa la mirada del espectador, otorgándole a ésta poder para develarla, descubrirla y llevarla al mundo de la visibilidad (un ejemplo lo encontramos en la obra de Van Gogh, Los Zapatos). En la que Heidegger dirá: la obra por un lado, muestra, exhibe algo, pero, por otra parte, está lo oculto de la obra, (extraído del libro de Elena Oliveras, Cuestiones del Arte Contemporáneo).
Un mundo que nos introduce en la esfera de los opuestos. Aquellos que develan, ocultan y legitiman la verdadera belleza de la obra de arte.
Su enigma, misterio e invisibilidad visual, la hace perdurable a través del tiempo.
Son estas invisibilidades poéticas, las que seguramente responden al paradigma de lo maravilloso, de lo oculto en la obra de arte. Fuerzas atrapadas en su aura, las que nos guían hacia un discurso sugerente, el que se construye desde el pensamiento, desde la narración de la imagen, el que nos transporta al universo de lo que se insinúa, de aquello que se imagina.
Por otro lado, tenemos un siglo XX atravesado por grandes rupturas estéticas, como los Ready Made de Marcel Duchamp (que aunque no hayan sido elaboradas con las manos del artista, al ser parte del mundo del arte, su discurso nos remite significados quizás impensables) los que producen un cambio de paradigma que se proyectará al mundo contemporáneo, posibilitando así una nueva lectura acerca de la producción estética.
Haciendo un profundo análisis de los principios teóricos que dominaron los parámetros de autenticidad y valoración de la obra, del paradigma tradicional -aquel que primaba en siglos anteriores-, lograremos comprender su ruptura para así poder introducirnos en un nuevo modelo de práctica estética que aborde el placer desde un carácter mucho más racional que sensorial y de tal modo dar paso a una nueva concepción de obra, pero también de espectadores.
Este nuevo paradigma no debería desafectar la sensibilidad, ya que ésta, articulada con el concepto, generan el corpus necesario para la existencia de experiencias estéticas con dispositivos compatibles al mundo contemporáneo.
La obra en sí misma es objeto de infinitas significaciones y en sus relatos no debe prevalecer lugar alguno de privilegio.
En el mundo actual, los artistas convergen con otros actores como el crítico, el curador, el marchand, el público. Todos ellos forman parte de una red que tiene incidencia en el espíritu de la obra provocando en su discurso un juego semántico - visual que habla de su propia esencia, de su trascendencia en el tiempo, de su legitimación en el mundo del arte
Nota publicada en Grupo Nemesis http://www.gruponemesis.com.ar
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