El 25 de Mayo de 2010 será la gran fiesta
conmemorando el Bicentenario de la Revolución de Mayo que abrió paso a la
independencia argentina del 9 de julio de 1816. Allí habitaba el espíritu
latente de aquellas mujeres y hombres de una parte de la sociedad que aspiraban
desde 1806, a
una mayor participación política y económica, que esperaban recuperar sus
tierras y sus derechos, y anhelaban el renacer de los pueblos usurpados bajo el
yugo colonial español. La
Semana de Mayo se fue gestando con una percepción certera de
que la fuente de autoridad del virrey se había agotado, y que ese era el
momento para comenzar a debatir sobre el destino de un nuevo gobierno emanado
del pueblo, por lo que era preciso inaugurar una nueva unidad en todo nuestro territorio
nacional. Nuestra historia la podemos encontrar en diversas fuentes, textos
escritos, archivos, testimonios, cartas, la arqueología, las tradiciones
orales, documentales, expresiones artísticas y también en el recuerdo. El
evocar nos permite entender el presente y fundar el futuro, es un ejercicio
vital, es el proceso donde se reconstruyen hechos de nuestro pasado, nos afirma
como sujetos y como país, recuperamos los escenarios culturales y sociales, la
vida de nuestros pueblos con su oscuridad y su luz, con su dolor y su resistencia.
Sostenemos que es imprescindible recuperar la memoria, no la instrumentada por
los medios para ganar consumidores, no la regida por la lógica del mercado, no
sólo la que nos muestran mediante imágenes, sino también la que nos ocultan, la
que silencian, recortando y adormeciendo la memoria colectiva. En estos
doscientos años aún no hemos aprendido a convivir entre los argentinos, aún hoy
hay fragmentación, dolor, exclusión, violencia, conflictos sociales de clase,
intolerancia. Estos dos siglos de independencia nos revelan que aún hoy debemos
transitar el camino de la memoria, del pensamiento creador. Anunciaba Filón (25 a J.C., 42d, J.C.) “¡Al
querer Dios unir en íntima y amorosa asociación el comienzo y el fin de las
cosas creadas, hizo del cielo el comienzo y del hombre el fin; el primero, el
más perfecto de los objetos del sentido imperecedero, el segundo, la más noble
de las cosas terrenas y perecederas, en verdad, un pequeño cielo. (...)!” Teniendo
en cuenta las ideas de Filón, que nos conmueven, pensamos que el compromiso de
todos nosotros, -mujeres y hombres que disfrutamos del conocimiento, que
reconocemos la importancia de los vínculos afectivos, de la autonomía en el
pensamiento, que reclamamos valores, que proclamamos libertad con justicia
social-, pueda ser el de apasionar, entusiasmar, para que entre todos los
argentinos construyamos un país que nos posibilite otros escenarios de
encuentro, otros sentidos, algo así como un pequeño cielo. En estos tiempos
diluidos tendremos que correr ciertos riesgos, sostenernos con nuestras propias
narraciones, anclarnos en la memoria y la autoconciencia, sujetarnos a nuestra
historia personal, a nuestra biografía, a fin de recuperar nuestra verdadera
identidad, la que se construye necesariamente desde los otros...
POEMA
La casa donde reposan los recuerdos
no reconoce dueños ni pertenencias
del pasado.
En su entraña se cobijaron
historias vividas y no vividas
allí nacieron cuentos de hadas
voces parciales de un drama
creado a imagen y semejanza
de un héroe de fantasía.
Alguien debería narrarnos hoy
otros espejismos, para saber
que conjeturaban el lobo
el villano, la bruja de alcoba
sobre esos mezquinos relatos.
La casa donde reposan los recuerdos
es una deuda pendiente, un sueño inconcluso.
Luis Raúl Calvo
(Del libro “Bajos fondos del alma”,
Ed. Generación Abierta, 2002)
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