Por LUIS RAÚL CALVO y NORA PATRICIA NARDO
Merodeando por la biblioteca me encontré con
"Paginas Escogidas", una recopilación de los textos más
significativos de Antonin Artaud. Lo releo en "Para Terminar con el Juicio
de Dios" (1947): " Me enteré ayer, / ( es posible creer, o sólo es un
falso rumor, / que atiendo a esos chismes puercos que se propagan/ por inodoros
y fregaderos cuando se tiran las comidas/ que otra vez fueron engullidas,)/ me
enteré ayer/ de una de las costumbres oficiales más descarnadas/ de las
escuelas públicas americanas y que sin duda/ llevan a ese país a creerse que
son la cabeza del / progreso...". Artaud, en general no era un escritor
estudiado en la materia Literatura de las escuelas medias, como así tampoco el movimiento
surrealista del cual provino. Llega a nuestro conocimiento, en esos años, a
través de una especie de tributo que le realiza uno de los grupos emblemáticos
de la "música progresiva" de los '70, "Pescado Rabioso"
(Spinetta, Lebón, entre otros.) Descubrir a ese hombre con aspecto lúgubre,
sombrío, en l a portada del disco, escuchar al grupo hablando con veneración sobre
él, nos llevó a buscar sus libros en las librerías del centro. "El ombligo
de los limbos", fue el primero. Pero la historia comienza años atrás, en
una escuela primaria, pública, allí asistían hijos de comerciantes,
profesionales, porteros, etc., ninguno quería quedar afuera, para ello era
imprescindible cumplir con las normas, disciplinarse detrás de ellas, formar
fila, tomar distancia, hacer silencio, levantarse del asiento cuando ingresaba
alguna autoridad al aula, aprender lo que nos enseñaban en clase. Un futuro
mejor, era un poco la prédica que sonaba en nuestros oídos,"Lo que hoy
siembres lo cosecharás en el futuro", se decía. Teníamos que llevar a la escuela
nuestra libreta de ahorros y comprar las estampillas, - aunque muchas veces en
el fondo deseábamos comprarnos otras cosas-le dábamos la plata a la señorita, y
lográbamos otra estampilla más, más plata para mañana, eso era lo que importaba
cuando éramos chicos. Sacrificábamos el hoy por el mañana y nuestros viejos te
lo decían: "Estudiá, es la única fortuna que yo te puedo dejar". Estudiando
entonces, se podía controlar el mundo, los impulsos, los deseos, el azar. A esa
razón, que los surrealistas, -¿Cómo no volver a ellos, no?- ya la veían como
excesivamente estrecha, restrictiva, que constriñe, se le enfrentaban y
resistían otras formas de pensamiento que la razón misma desechaba: la
imaginación en primer lugar, que sólo era permitida -y no siempre- en la
pequeña infancia, en nuestros jardines de infantes y en alguna clase de
plástica o en algún cuento, pues el paso a la edad adulta significaba
esencialmente la sumisión a una obligada necesidad práctica, que no toleraba
que se perdiera de vista el camino a seguir a través de la razón. Levantar la
voz a favor de la imaginación, que no admitía límites contra la razón
esterilizadora era impensable, pues aludía embestir contra un sistema que no
sólo era mental sino que, certificaba desarrollarnos como hombres emancipados. Algo
de todo esto debió prender fuerte en nosotros, años más tarde. Luego de la
compra de "El Ombligo de los limbos" de Artaud, llegó a nuestras
manos "Los manifiestos del surrealismo". Cómo nos dio vuelta la cabeza
ese libro. Nos costaba entender como Bretón, Eluard, el mismo Artaud y tantos
otros podían escribir esas cosas por esos años. Como dos adolescentes
contestatarios frente a nuestros padres y los demás adultos, nos paseábamos con
nuestra bibliografía superadora, creyendo firmemente que cambiaríamos el curso
de la historia, creyendo en nuestra capacidad infinita de rebeldía, "hay que
destruir todas las normas que por la razón se han impuesto al hombre.",
decíamos, mientras algunos fulanos nos miraban medio estupefactos. Embestir
contra la razón significaba exponer la totalidad del orden social. "Para
el espíritu supone no una maldición sino una bendición (y casi habría que
hablar de gracia) esa discrepancia con el mundo externo pues, si nada le
chocase de las apariencias o de las leyes que los hombres se han dado a sí
mismos, el espíritu al confundirse con esas apariencias y con esas leyes
carecería, de vida propia", decía Crevel en "El espíritu contra la
razón". Después llegó el viejo maestro , ese sí que la tenía clara, se
notaba que aborrecía las matemáticas porque prácticamente no formaban parte de
su agenda diaria, pero amaba el arte, la cultura, nos mandaba a investigar a
las bibliotecas, nos inducía a recurrir al "mataburros" para conocer
el significado de las palabras, sobre todo las de más infrecuente uso, nos
recordaba cada tanto que "El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de
sus palabras", "les va a servir para la vida " nos decía a modo
de argumentación y citaba periódicamente a Polifemo, hijo de Poseidón, Dios
griego del mar. "El ojo de Polifemo es el tercer ojo, no todo es blanco o
negro, también hay grises ", razonaba en voz alta. La voz del viejo
maestro resonaba como algo bastante transgresor para esa época de verdades
irrefutables. Incitaba también, nuestro deseo por saber, por conocer. De un
disciplinamiento rígido en nuestras escuelas, atravesado por golpes militares,
marchas patrióticas, discursos prometedores de un futuro mejor, a filmes
contestatarios, o sátiras virulentas. Así, sin piedad, también nos sentíamos
nosotros, con esa falta de libertad para expresar nuestras ideas. En este
tránsito por el aprendizaje, la escuela dejó marcas, avizoró el porvenir como
algo venturoso, la perseverancia y la constancia como aspectos valiosos para
alcanzar nuestros deseos. Pero también dejó marcas "el afuera", con
su contracultura, los grupos de "música progresiva" hoy música de
rock; los poemas de Neruda; Miguel Hernández; Machado, no sólo Antonio, también
Manuel; Pedro Salinas, menos difundido pero gran poeta; Artaud, "poeta maldito",
genio, loco, con sus sórdidas críticas a la sociedad de aquel entonces;
Schopenhauer, Nietzsche, Saura, Bergman, y tantos más. En medio de estas
contradicciones creo que se fue construyendo nuestra subjetividad. Evoco
diferentes escenarios recorridos, rutas fragmentadas, voces quebradas, utopías
que nos permitieron sobrevivir en momentos de tanto dolor, crueldad, que
atravesaron nuestra historia de vida en "un país que comenzaba a darnos muerte
ya de pequeños". "El peor destino de un profeta es pasar años
tratando de convencer a sus contemporáneos, y cuando lo logra, sus adversarios
también consiguieron sus fines; es más, acaban por persuadir al profeta y este
ya no está tan seguro de su verdad". (Nietzsche)
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