martes, 9 de febrero de 2016

Cartografía de las Revelaciones Alfredo Perez Alencart ©


COMUNIÓN CON JUAN DE YEPES


Mío también es ese corazón
que una vez dijo: fuente, cielo,
pan, cántico, agua, amor, vida…

Recuerdo el verbo del génesis
y la ebriedad no llena mi alma
cuando digo oraciones sagradas
hasta hallar sobrevida en la fe
que nutre generación tras generación.

Y, aunque es de noche en Ávila,
recojo ese corazón
que no es para los ojos.

Por mi sangre gira la última cena.
Por mi pecho se posa la paloma
que pacifica a los recién llegados.
Por mi abierta piel entra la luz
para la ceremonia del domingo.

Y, aunque es de noche en Ávila,
guardo como sol de mediodía
este abrazo con mi hermano mayor.

Diálogo con Juan de la Cruz (Homenaje en Ávila, 2008)


PENSATIVOS EN ESTA NOCHE DE NADIE
(José Hierro, in memoriam)


Pensativos en esta noche de nadie,
radiados por la fusión de átomos invisibles,
sentimos que lo nuestro es estar manchados de infinito
bajo una tenaz pedriza de revelaciones


Las estrellas parecieran estar en el sitio acostumbrado,
pero la noche se ha tornado irreparable:
Nos toca pesar el alma de José Hierro,
toparnos con su viento, darle direcciones
para cuando visite aquellas pupilas estelares


Lo miramos sin verle.
Lo sentimos rescatando mendrugos de esperanza.
Lo escuchamos afilando su canción abierta



Apenas hecho humo viene a repartirnos mundos de ternura,
licores habitando labios, humedeciendo sus propias cenizas
con lágrimas que ponemos en cabestrillo
un sábado veintiuno de este invierno


Camina por las sienes de España. Camina
entre gredas y mármoles, sin trucos
camina hacia los que no pueden verlo.
Nos toca cortar la noche en rodajas,
leerlo de inmensidad a inmensidad,
marcar su número de teléfono móvil
para decirle que nuestras gargantas están heladas,
y que en esta latitud de Iberia
se ha estancado la tristeza.


Nos hemos puesto la bufanda para entrar en frías catedrales
donde pernoctan himnos sin dueño
y siguen existiendo sepulcros repitiendo penumbras,
o ahuecándose en el misterio.
Viene y va el poeta con sus letras de diferentes colores,
fumando sin permiso de médicos y parientes,
masticando geografías de su patria
hasta que la respiración se le va distorsionando
en presentimientos.

Diciembre quita la vida a quemarropa,
sin ton ni son.
Recogemos el déficit y nos ponemos a reparar la noche,
convirtiendo sueños en ecuaciones de segundo grado,
alucinaciones en abrigos de luz
donde sostener el avispero de la realidad

Pensativos en esta noche de nadie,
seguimos el camino que el poeta siguió
de sus maestros en el sagrado oficio.

Siempre faltan las penúltimas palabras;
aún no se han leído todos los mensajes


Los rumbos del viento

DOS
Husmea el viento,
acecha por los rincones hermosos de la primavera,
se torna dócil entre tus manos porque parece pertenecerte.
En vano le convidas amor hasta en los sueños. ¿No ves
que el viento está hecho de lejanías? ¿No comprendes
que repentino se torna el viento salido del vientre de los mares?
Una copa puedes derramar entre tantos presagios,
un brindis por el viento legado por milenios de probar mundo,
una oración para que bellos pájaros se suban a su hombro
y contentos canten
al pasar por nubes llenas de agua, guitarreando
cara al cielo, de espaldas a la lluvia
parturienta de vida.
Después te descuelgas del pendiente de las adivinas,
posándote en la nada, en el emborrachado aletazo del viento
que todo lo destapa porque no se acuerda de su sombra
cobijada en el pasado, contrabandista
de sueños inútilmente vivos, de raíces de infinito
alimentando múltiples eternidades.
¿Qué come el viento sino partículas de polen vagabundo?
Así hace germinar sus venas,
así se desparrama para no apagarse nunca,
así va en blanca caravana junto a infinitas golondrinas.
Lo encontrarás luego de cualquier desalojo,
pisando cenizas por si obtiene pálido vino que libará
en ardorosos ceremoniales, bailoteando
con bulla jubilosa o marcando el paso
en la alta cúpula de los cipreses.
Cuando ya estés quieto, mira los ocasos cayendo asustadizos
al fondo de la meseta, más allá de las montañas,
yéndose con el viento
para volver mañana con el almíbar del día.
| 45 | Cartografía de las revelaciones
Recuéstate en la hierba,
recuenta lunas extraviadas y embalsama tu vida
con la brisa del amor que invade los sentimientos.

SIETE
¿Navegar viento en popa,
moverse uno a todos los vientos,
ir contra viento y marea,
echarse el viento,
arrimarse a buen viento
o dejar atrás los vientos?

Otro cuaderno para Jacqueline

AVISORA , FER MOSA MÍA
¡Avisora, fermosa mía,
la savia estimulante que mana en torno a mis empeños
primordiales! ¡Avisora al Ser que me respira
desde las hojas de su cielo! ¡Avisora el semblante
que ya me empieza en estos años!
 

Oh virtud tan alta después de las estaciones
de este mundo viejo, ¡adelántate y prevalece,
desposada por mis querencias!, ¡adelántate al canto del gallo
que no podrá recoger su sombra!, ¡adelántate
al gran Abrazo que ha logrado quitarse sus relojes!
 

Mi corazón remoto va en pos de ti. Llamando
y llamando suenan sus movimientos imperiosos, los ríos
de su fortaleza voraz, las floraciones flexibles
inspirando el arrastre de simientes.
Mi querer tiene lámparas propias para los ojos que anido
en bíblicos olivos o en tu cabellera azabache
oliendo a ensoñación.
 

¡Ten sed de mí, fermosa de temperaturas tropicales!
¡Ten sed de unas sonrisas que escardan los momentos rotos!
¡Y ten sed del Dios que viaja en nuestro Amor, aquí
o detrás de la vida!
 

Oh cielo del Amor que gotea miel de edénicos panales.
Oh salomónica entrega que nadie oye al revés.
 

Canta la alondra acerca de lo que le convoca.
Claro, es el giro de tu sangre viva,


los campos desatados, el eco de la tibieza tuya
desde el fondo de donde sabe despertarse para marear
la ecuación: ¡Sumérgete, fermosa, en mi pecho
de parábolas que siguen interrogando como hace siglos!
¡Vuela o voltéate
espejeantemente lenta por este cuerpo que te piensa!


Te beso, y aún es poco.

Te amo para que no se borre el Reino. ¡Avisora la levadura
de los anhelos, mujer mía tan parecida a la de Magdala!
¡Avisora el discretísimo ritual con el que me despedirás
con inaudito sosiego!


He regresado a tu boca, y así pasaré otro año
que a mucho me sabrá.


En días como estos

EL VIA


JE OSCURO
Parecemos pájaros salidos de un sueño
que sujeta nuestras lenguas
por las entrañas de una urbe con su torre de luz
muerta hace tiempo,
aunque suene un violín en vano
mientras viajamos contemplando largamente
cómo es de agobiante el abordaje
de quienes a diario se empujan en los vagones
para no quedar a ras del hambre
y no zozobre su médula en el horror
de la desesperanza.
 


Si hermosa la ciudad por fuera,
sus adentros nos arrastran mordiendo nuestra
respiración que contradice la madrugada anónima
como voz de los desesperados
de un aprendizaje que no sabe clamar en francés
ante todo el mundo encima.
 


Buceamos en la oscuridad
y sobre nuestras cabezas vuelve a pasar
un ángel que nos rescata del percance. Oímos himnos
y campanas, como si Dios
obedeciera las oraciones sin edad que salen
de nuestras gargantas,
cual salmos madrugadores
ante la suma de extravíos continuados: estamos
entristecidos
pero nos apremia el tiempo
y nos guía un grande sacrificio, una ofrenda
|vigorosa que va de pueblo en pueblo
traspasando fronteras para que abran su boca
quienes la mantienen cerrada


Maraña de rieles que chirrían al roce del acero,
pensamientos que resbalan por los párpados.
¿Tiene una forma la metamorfosis
que nos pesa en la carne? ¿Cayó algo de lluvia
allá por Chatelet?


Charcos y barro para los que transitar
bajo el sol opaco que algo clarea sus ajetreos.
Caminamos, pero no es el lugar.
Vuelta al vagón de cercanías porque las nueve
se pone boca arriba
y hay que exponer los éxodos, los exilios,
lo que está escrito o pintado en la memoria
y en las venas: rumbo exacto para trasquilar fatigas
cuando todo parece oscurecido
por los túneles que nosotros vamos viendo


 Los puntos cardinales

 VENE ZUELA
Tierra escogida,
brisa respirada lejos del álgebra del fracaso
y de las bengalas malditas:
un río serpentea o galopa entre los Andes
y yo estoy arriba, por el páramo merideño, poniendo
piedras que faltan a la capilla de Mucuchíes, Juan Félix
abrazado del doctor Contramaestre, en alma
los dos bajando de otros firmamentos en un diáfano arcoiris,
serafines que luego la niebla no desvanece en mi retina,
tahúres celestiales como el librero Caupolicán
que muere y se agiganta en Salamanca
donde antes hablamos de ronquidos presidenciales,
enfermo ya, como doliéndole su nascencia en la negra boina
junto al tanatorio: cháchara gustosa que ungimos
con grasa de ballena y vino tinto de viejas tabernas.
Pero estoy por Maracaibo, en casa de los Crespo
o al habla con César David, mientras corporalmente
me criogenizo y sensible bulle mi corazón
la madrugada que transito al encuentro de Ramón, del Viejo
Lobo,
del Capitán que lagrimea, como yo, por aquel
cuyo fantasma fue avistado en una esquina de Tovar.
Voy con mis muertos venezolanos, inquilinos
del sentimiento incandescente: atrás de todo, su tierra
y sus zapatos negros, las uñas que siguen
creciendo, la cicatriz del abrazo de sus historias inverosímiles
que suceden allá por La Hechicera, otra vez en Mérida
igual a sí misma donde bebo unas cervezas con Pepe Barroeta

yy Salvador Garmendia una noche que se abre a la muerte,
como uno más de los misterios.
Entonces alguien llama: “¡Alfredo, Alfredo”, y yo
reconozco a Jesús Serra en cuya casa pernocté
antes de subir al páramo. Y luego otra voz:
“Ayúdame, hermano”, y llego a vislumbrar cómo disparan
contra Giandomenico, allá por la Pedregosa Alta.
Pero voy por Caracas con el viejo Adriano exacerbado,
acompañándolo porque no soporta la soledad
de sus huesos portátiles; pero voy con Domingo Miliani
para que me cuente más historias; pero voy con Eugenio,
tan magno en la anunciación de su terredad,
hermano que al centro de la palabra había llegado.
Voy por ahí sabiendo que hay nieblas y tinieblas,


que hay señales furiosas. Pero sigo adelante,
vendándome la cabeza.
Sigo la pista de mis amigos muertos, pálidos diamantes
que desentumezco para la resurrección. Ellos están conmigo
porque vuelven desde la garganta del infinito y porque
yo sé darles un ánimo salvaje.
Venezuela,
¡préstame un poco de tus muertos
y deja que los frote adentro de mi corazón!


POEMA FINAL
Vivo cual espíritu que al tiempo ignora,
añejo de eternidades, como un ángel raro
tratando de convencer a los entristecidos
que la soledad no quema, que sólo suma
intimidades para enresinar lo celebrante.

Al fin un sol donde llamear cual nómada,
pasando el invierno trémulo, los talones
levantiscos, el naufragio del vértigo ágil
sobre la sangre congelada y compungida
en su morada vieja, en su vistosa ruina.

Pero quedo sin sal para saborear auroras,
un día y otro y otro sin la sazón del cielo,
noches tras días astronómicamente sosos,
con vihuelas y chirimías astillando astros,
turbándome la fe insonora de la creencia.

Al silencio mayor voy quitándole musgo
y así no hay más grito, ni ruido ni coplas
resbalando sus uñas o acuchillando luces.
Tierna hogaza de regocijo, tan alta mudez
abejeando en mi sangre su paz sin espinas.

(Rapsodia del existir)



Editorial Verbum  ©
Trilce Ediciones  ©

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El septyimo cielo en los ojos n°60