miércoles, 9 de septiembre de 2015

Narrativa de Pablo Ramos, dulce y dura. Por Antonio Gonzalez


Con medio siglo de edad ya pesan sobre él dos premios trascendentales en la historia de cualquier narrador: el de Casa de las Américas de Cuba y el del Fondo Nacional de las Artes. Pablo Ramos nació en Sarandí, donde vivía su familia, y una de sus novelas premiadas describe la vida y orígenes del barrio. El clásico viaducto ferroviario que se levanta allí constituye la referencia indispensable para su novela “El origen de la tristeza”, editada por Alfaguara en el 2004, donde narra la etapa entre la infancia y la adolescencia en medio del país conflictivo de los primeros años del siglo 20. Había trabajado en un supermercado y caminado las calles como cadete de oficina. En 1997 publicó un libro de poemas, “Lo pasado pisado”, y fue distinguido en varios certámenes de poesía. Se abre entonces el desafío de la literatura y en el 2002 un amigo suyo envía sus narraciones “Cuando lo peor haya pasado” a la embajada cubana en Buenos Aires a último momento, casi sobre la hora de cierre, mientras Ramos cumplía un riguroso tratamiento antialcohólico. Al poco tiempo recibe el máximo galardón por la obra que luego es traducida al francés (Metaillé) y al alemán (Surkhamp). En 2005 la misma editorial publicó “Cuando lo peor haya pasado”, el volumen de cuentos ya mencionado.
La mirada crítica sobre la transformación del escenario barrial no está ausente en sus textos, con un aire melancólico y evocativo. “Cambió la geografía, la dimensión de las villas y su peligrosidad – dice el novelista- Los lugares que ocupaban los terrenos baldíos de las grandes fábricas de pintura como Alba, Pajarito y las curtiembres, el matadero, la fábrica de vidrio, son ahora un enorme ‘coto’, quizás el más grande de la Argentina”.
Su pensamiento fluye claro y contundente. “…como dijo Arlt –expresa en un reportaje- entre los ruidos de un edificio social que se desmorona, los escritores tenemos un compromiso inmediato: escribir buenos, excelentes libros, como bombas, que desnuden nuestra alma frente a los demás, meternos con nosotros mismos, sin adornos, sin posturas, sin adjetivar el dolor o el placer. Poco a poco, sin esperanzarse pero sin desesperar, hacer desde la literatura un mundo mejor".
Este hombre-escritor que fuera monaguillo, repositor de góndolas, coordinador de taller literario, empresario, como un mosaico que estampa sus hologramas, habla de sí mismo y de nosotros. “Dejo todo en lo que escribo –señala. En una novela dura sobre mi relación con mi padre, hay días en que quedo vacío. Me parece que no puedo seguir. Abandono casi todo lo demás por escribir… Bien de salud, mal de salud, bien de dinero y amor, mal de dinero y amor. Yo sigo dejándolo todo en lo que escribo. Ahora la búsqueda es otra, pero la ideología, la integridad de mi ser, el mapa de mi alma, sigue estando ahí. Más que nunca".”
Y en esa continuidad Pablo Ramos busca su historia. En la última novela, publicada hace un año, responde a la historia padre-hijo. “La Ley de la ferocidad” es el título. El padre muere y el personaje busca no odiar más a su padre, llorar por él. Busca reconstruir a un hombre, a un padre que nunca estuvo y cuando estuvo, todo fue para mal. Intenta salir, pasar de esa ley... Tal vez un signo de nuestra propia existencia en tiempos de crisis, no solamente en la sociedad.
Laura Restrepo se refirió a este libro con estas reflexiones: “Aquí Pablo Ramos se la juega a dentelladas y escribe con ferocidad, desde el propio título. Quizá por eso mismo el resultado final es tan dulce".





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