viernes, 8 de mayo de 2015

Las Voces de Antonio Porchia:por Antonio Gonzalez

               Con frecuencia lo veíamos en los actos que Gente de Arte realizaba en su vieja casona de la esquina Belgrano 601. Vivía en Olivos en una sencilla casa con jardín al frente, pero desde hacía muchos años era asiduo concurrente a los actos, actividades y peñas que realizaba el grupo de pintores y escritores de La Boca , entre ellos Lácamera y Quinquela. Él permanecía de pie o sentado en un rincón de la sala de actos, silencioso, con los ojos abiertos y con una angelical máscara de ternura. Si hablaba, su palabra surgía como un sonido interior, cargado de misterio, y había que registrar cada una de sus modulaciones de aquella voz gruesa que surgía lentamente de su boca inmensa. Era amigo también de nuestro pintor José Luis Menghi, tal vez el principal vínculo de Porchia con la institución de Avellaneda. Pero allí estaba. Algunas veces leyó sus voces desde el clásico tablado de aquella casona, pero todos teníamos ante él una actitud de veneración. Era de gestos humildes y verdaderos. El silencio significaba para él un diálogo consigo mismo, tal las voces a las que él hacía referencia.
Carta de Antonio Porchia a Antonio González en 1958

           Su único libro justamente lleva ese distintivo, “Voces”, que fue publicado en 1943 con el sello editorial de la Agrupación Gente de Arte y Letras Impulso de La Boca , del que se publicó una segunda parte en 1948 y tuvo también varias reediciones. “Percibir esas voces –decíamos en 1981 desde la revista Suburbio- que afirman, golpean, suavizan, levantan, desconciertan. Se necesita paz, mucha paz, una inmensa cavidad de sosiego para oír las voces”. Sus frases tienen el formato de aforismos pero escapan a cualquier calificación. En 1949 el intelectual Roger Callois traduce al francés sus textos y veinte años después W. S. Merwin los lleva al idioma de Shakespeare. Este respaldo internacional sacude a los intelectuales argentinos que no conocían todavía esas “voces”. A Porchia ese acontecimiento no lo alteró. Don Antonio siguió cultivando sus rosales en el jardín de su casa, contemplándolas una a una, hasta que una de esas flores se desmayó en sus manos, junto con él, un día de noviembre de 1968. “Llevo entrañablemente conmigo –dijo Roberto Juarroz- su increíble humildad, ese pudor de la grandeza que le hacía referir a su obra como a “esas pequeñas cosas que yo hago” u ocuparse con la mayor naturalidad de ir al mercado y limpiar la casa”.


 
 Junto al grupo de LA BOCA

Hablaba Juarroz  de quien había escrito: “Quien oye el silencio ¡cuánto dolor callado oye!”, “Sí, ya he oído todo. Ahora sólo me falta callarme.”, “No me hables. Quiero estar contigo”, “Lo que me digo, ¿quién lo dice? ¿A quién lo dice?”, “A veces, de noche,  enciendo una luz para no ver”. “Éramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo. Uno de los dos faltaba.”, “Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien.”



 
Porchia Libero Baldii


La trascendencia que Porchia asignaba a las relaciones entre los hombres, superando cualquier actitud marginal, lo muestra de cara contra cualquier exaltación del individualismo. “El hombre, cuando es solamente lo que parece ser el hombre, casi no es nada”, “Y si llegaras a hombre ¿a qué más podrías llegar?”, “Lo indomesticable del hombre no es lo malo que hay en él, es lo bueno”.

Tal vez el eco de Porchia resuena, una y otra vez, en nuestras propias voces… Es fiel a Don Antonio, aquel que en pantuflas y piyama recorría los canteros de su jardín, registraba cada temblor de las rosas con una ancha sonrisa. “Nadie te ha dado nada por nada, si nadie te ha dado el corazón -decía- porque solo el corazón se da por nada"                                        

                       Porchia por H.Sabat                         
       


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