domingo, 14 de diciembre de 2014

Mi padre, Fermín Estrella Gutiérrez.por Alba E.Gutierrez

Fermin E.Gutierrez con sus tres hijas josefina maría del mar y alba en su escritorio de Beauchef 229
OTROS TEXTOS
Publicado con autorización de la autora, quien agradezco enormemente. Seguramente son muy pocos lo a argentinos que alguna vez por lo menos no hayan estudiado con un libro de él. Pero para su hija existe otra cosa rescatable.Es la primera vez que escribo sobre vos, papá, algo nada fácil, te lo aseguro. Hablaré de tu labor docente, de tu vida literaria, del hombre y del padre que hay en vos y que está por encima de todo aquello. Porque sos alguien que puede todavía, en este siglo XX tan conflictivo y caótico, conservar la frente alta. No todos podrían hacer lo mismo. Y eso es porque amás la justicia y la libertad, con las que actuaste y enseñaste siempre. Con las que cultivaste la palabra y extendiste, en gesto de generosidad, tu mano franca y amplia. A veces me digo que fuiste como una luz para la belleza y la verdad. Y sé que detrás de tus gruesos lentes tenés ojos de niño. Porque trabajaste sin descanso para dar siempre lo mejor, por eso es que hoy escribo de vos y te escribo a vos.Naciste con el siglo, el 28 de octubre de 1900. Tu padre fue Fermín Estrella Moreno y tu madre, Dolores Gutiérrez Aznar, te imprimió el primer estímulo en la vocación por las letras. Eso siempre lo dijiste. Muy joven aún, editaste un libro de poemas de ella, donde tu madre señalaba hablando de sus hijos: “Tened gran serenidad para ordenar vuestras vidas, si no en la dicha, en la paz. No corráis tras lo superfluo, no halagéis la vanidad”. Y todo esto vos lo cumpliste, con tu vida y con tu obra.
Muy niño, a los seis años, descubriste lo que iba a ser tu verdadera vocación con el literato español Benito Pérez Galdós, cuyo nombre habías escuchado siempre en tu casa paterna. Cuatro años más tarde fue otro gran escritor que entró en tu vida. Esta vez un francés, Víctor Hugo, que con su libro Los miserables te causó una revolución interna muy fuerte, Dijiste de él: “Hizo feliz a aquel niño”
En el cuarto grado del colegio San José de Morón, siendo tu maestro de grado don Joaquín Oertiz, recién llegado de España, hablaste por primera vez en público. Allí empezaste a vencer tu gran timidez, una timidez casi patológica. Siempre me contabas que hasta en el simple hecho de comprar algo, sufrías mucho. En el mismo colegio, en 1913, recibiste el premio al mejor alumno.
Tu primer trabajo literario fue en 1915: un poema titulado Dejad entrar al sol, en la revista El pájaro azul. Y llegó ese invierno decisivo para vos. Estabas en el segundo año de la Escuela Normal y te tuvieron que operar de la nariz. De regreso a tu casa, esa noche, sobrevino una hemorragia. Te vinieron a buscar en una ambulancia, en esa época tirada por caballos. En el San Roque oíste afirmar que el tuyo era un caso perdido. Y también a un practicante que se animó apenas a proponer que te aplicaran suero fisiológico. Años más tarde, el tímido estudiante llegaba a ser nada menos que el célebre doctor Luis Ayerza. El hombre que con su propuesta había salvado tu vidaLa pasión de escribir te salía –según vos- como algo inevitable, imposible de reprimir. Escribías en la calle, en el tranvía, en los formularios de telegramas como aqueñ otro grande de las letras que fue Florencio Sánchez. Hace dieciocho años tuve la suerte de viajar con vos y sé que sos un guía perfecto. Recuerdo que no te faltó piedra del Foro romano por conocer y que en el Vaticano nos siguieron los guardias suizos, porque nunca terminábamos de marcharnos.Podría referirme exclusivamente a tu obra de escrito, a las funciones que cumpliste, pero en verdad me intención es hablar del hombre que está más allá de todo eso. De ese hombre callado y taciturno, que cada noche se queda hasta muy tarde en su escritorio de la calle Beauchef, frente a la máquina de escribir, una Remington portable que hace sesenta años te regaló tu padre. Ese hombre “minucioso y archivero” como te definiste, que aún guarda sus cuadernos escolares y los de sus hijos. De mi padre que tiene la humildad y sabiduría de los grandes, que siempre desconoció los favoritismos y rechazó las promociones tan propias de seres sin capacidad humana. Detallista, prolijo al extremo, con armarios que servirían de ejemplo a las mujeres de la casa. Todo clasificado en cajas, cada caja en su lugar, como para que pueda ubicarse lo que necesitaba, con los ojos cerradosSon muchas las cosas que recuerdo de vos, papá, cosas simples, las que verdaderamente hacen a la vida y te muestran en tu auténtica dimensión. Ahora me viene a la memoria cuando me llevabas –yo era muy niña- sobre tus hombros. ¡Qué importante me sentía entonces! O cuando me esperaste, con paciencia infinita, en el patio del colegio, el día que ingresé al primer grado inferior, porque lloraba. Cuando me llevabas de la mano y me aguardabas a la salida. Como yo era vergonzosa te hacía quedar en la esquina. Es que mis compañeras regresaban solas y vos, para ayudarme, te tapabas la cara con un diario. Sería lindo volver atrás, papá. Para que me volvieras a esperar.Cuando volví del primer viaje sola, me recibiste con un ramo de flores y carteles de bienvenida. Cuando murió la perrita que queríamos mucho, tu fiel compañera en las noches de trabajo, lloraste como un niño.Ahora pienso que tu escritorio sos vos, conviviendo con Plutarco, Séneca, Tácito, Molière, Gide, Anatole France y tantos otros. Hay libros en todas partes, salvo en la cocina. Muchos cuadros, por supuesto el de Walt Whitman, uno de tus favoritos, el de Arturo Marasso, Alfonsina Storni, el retrato de mamá –hermosísima- también el de tus padres. Y en una silla, colgada, tu boina negra. Más allá tu lupa, porque últimamente te está resultando difícil leer. ¡Con cuánta dificultad lo hacés y qué ternura me invade cuando veo tu esfuerzo!Ahora estás sentado en tu silla estilo español, y nace el diálogo espontáneo. Por un momento dejamos de ser padre e hija y somos dos viejos amigos, que imaginan que hace mucho tiempo que no se ven y entonces preguntan y responden.

-¿Qué es para vos la poesía?
-Una especie de vertiente espiritual que proyecta lo más puro del espíritu concretado en palabras que deben significar un mensaje de emoción y belleza del poeta hacia su hermano, el Hombre.
¿Qué fue para vos la docencia?
-Para mí enseñar es ayudar al niño, al joven y al adulto a mejorarse, a enriquecer el espíritu y a realizarse. Yo he sido feliz tratando de comunicar lo que sabía a mis alumnos, a los que quise como hijos.
-Qué poetas influyeron en tu obra?
-Muchos porque en el proceso de creación son muchas las devociones que se escalonan a lo largo de los años e inconscientemente van dejando su huella. Si tengo que dar nombres diré Gracilazo, Góngora, Bécquer y Machado entre los de nuestra lengua; Heine, Verlaine, Mallarmé y Walt Whitman de los otros.
-Qué anécdota recordás con más cariño?
-La ves en que mi madre, teniendo yo dieciséis años, al leerle un breve poema en octavas reales que me había inspirado una linda muchacha a la que nunca llegué a hablar, me dijo entre sorprendida y preocupada: “¡Pero hijo, tú eres un poeta!”
-¿Qué le dirías a los jóvenes que quieren escribir?
-Que piensen en el arte, el verdadero; implica trabajo y sacrificio. Que es necesario leer y estudiar mucho a los grandes autores y que, más allá de la tendencia que escoja, sea siempre él mismo.

Termina el diálogo y pienso que por encima de biografías y definiciones, lo que mejor puede explicarte es tu credo.
Creo en la vida: el hoy y el mañana
Creo en la muerte: la última aventura,
Creo en el bien, que alienta y qu perdura
Creo en el sol que alumbra mi ventana
 
Creo en la paz que con amor se gana
Y creo en el amor y su dulzura,
Creo en la rosa y en el alma pura
Creo en la fuente que sin tregua mana.
 
Creo en el hombre, artífice constante
con su luz y su sombra y su pujanza
y su eterno marchar hacia delante.
 
Y creo en la justicia y la esperanza
y en la belleza, oh, gozo delirante
y en el placer que con el bien se alcanza.
Creo yo también, valga la redundancia, que con este bellísimo soneto está dicho todo. También para nosotros, tus cuatro hijos –Josefina, Fermín Félix, María del Mar y yo, Alba- que agradecemos tu más alto título: el de tu bondad.
 
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