viernes, 2 de enero de 2015

De niño solitario a poeta revolucionario-Perlongher por Antonio Gonzalez

 
 
Vivimos una sociedad que aisla a los seres que tienen como principal estandarte una posición contraria a la hipocresía, al machismo fascista y a la revolución sexual. En los trágicos años '70 esta contradicción asumió una nefasta política de Estado que no sólo impedía toda militancia provocadora sino que provocó la tragedia que todos conocemos. El poeta se había comprometido con una militancia que giraba sobre ejes transgresores, a contramano con el autoritarismo de entonces. Viajaba desde Avellaneda -aquí vivía- hacia la Facultad de Filosofía y Letras en Buenos Aires donde integraba el cuerpo de delegados a cargo de la autodefensa de las
movilizaciones universitarias. Gustaba hacerlo enfundado en un tapado blanco, de piel sintética, a las dos de la mañana, bancándose las burlas y la agresión de muchos, incluyendo policías, laburantes y señoras pacatas. No era Maradona para que la extravagancia de su provocación estimulara una sonrisa. Estaba el poeta dispuesto a generar una revolución, tal vez a destiempo, en la peor época, o solamente en el momento en el que le tocó ser poeta, pensador, homosexual, taxi boy, antropólogo, militante, todo junto. Era demasiado para una sociedad
que hace, todavía hoy, un culto de la hipocresía y la marginación. Néstor Perlongher era franco y explícito, su provocación no sólo era visible, sino que se preocupaba por aclararla, manifestarla, como un gesto autoimpuesto para empujar esa revolución sexual en la que creía. Era dueño de una coherencia perturbadora para quienes navegan por los mundos de la duda, los saltos intermitentes y una suerte de acomodo social y cultural. "Yo tenía un espíritu plebeyo, de barrio de extramuros, que me llevaba a sentir la poesía como algo muy bello. Mezclado con lo bestial, enchastrado, embarrado, pero lleno de brillos y de lujos, feo jamás", explica Perlongher en una entrevista. "Lo poético no puede ser feo" afirmaba

Escribió varios libros: “Austria-Hungría” en 1980, “Alambres” en 1987 que obtiene el premio Boris Vian, Hule, “Parque Lezama” y “Aguas Aéreas”,”El negocio del deseo”, “El fantasma del Sida”, y el libro que debió defender como tesis de maestría en la Universidad de Campiñas, en Brasil, “La prostitución masculina”. El niño solitario que creció en un barrio de Avellaneda, cursó sus estudios secundarios y comenzó con sus inclinaciones literarias, integró grupos de poetas, talleres... hasta que intenta escapar de un ambiente opresivo machista, atrasado y anticultural, para comprometerse con los fermentos revolucionarios de su época. Queda su coherencia y su desesperado llamado a respetar la diferencia, el derecho de elegir caminos, cualesquiera que ellos sean. Quedan sus poesías, como la que denuncia la masacre del Proceso. “Bajo las matas. En los pajonales. Sobre los puentes. En los canales. Hay cadáveres” decía.
Murió en noviembre de 1992 en San Pablo y los derechos de su libro fueron donados a una fundación de lucha contra el Sida. El poeta coqueteó con la vida, le mojó la oreja a la muerte... transitando una zona peligrosa que impuso el límite final. “Preciso un poco de mimo –escribía unos meses antes de su muerte- porque en general me siento solo. Esta enfermedad provoca un aislamiento progresivo porque uno no consigue acompañar el ritmo de los otros y va quedando rezagado. La desesperanza (desesperación) desanima, estoy apático, sin ganas”.Un año después sus amigos presentaron el libro “La prostitución masculina” en la Feria Internacional de Libro de Buenos Aires y le rindieron un homenaje póstumo.

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