Roberto Díaz: un poeta
que nos falta
Si pensamos que el poeta, en todos sus
significados, no se deshace en el olvido ni es polvo esparcido en la tormenta de
los días futuros. Si creemos que las huellas que marcan su camino no es barrido
por la hojarasca con tanta facilidad. Entonces, accederíamos a la trascendencia
de la poesía y los poetas. Tal es la imagen que aparece ante la noticia cruel
del fallecimiento de Roberto Díaz, tras uno de esos percances del funcionamiento
humano que nos sacude con sus largos brazos de imprevisibilidad y parálisis.
Roberto, como todos sus amigos acostumbraban llamarlo, era el entusiasta cultor
de la amistad, de la solidaridad y de la carnadura humana que, si repasamos sus
poesías, nos revelarían cada uno de sus rasgos más cerca de la simple y llana
cotidianidad de los humanos. “Un hombre igual que usted –diría- que casi todos /
ni más y menos mortal que los demás, / ni valiente ni cobarde / que sabe que
existe un final…”
Todo el mundo cabía en él, como es natural
en la raíz poética. Va más allá, percibe lo no visible,
registra las iluminaciones no habituales.
Es, en síntesis, un iluminador de oscuridades.
Su canto existencial está en sus libros, en
sus palabras, en sus ideas… y allí quedan. Era una forma de vida elegida,
amasada con pasión y esfuerzo.
La palabra en todas sus expresiones era para
él “la” materia viva, la argamasa con la que se podía inventar mundos, miradas,
conexiones, pensamientos… A ella le dedicó sus mejores años, desde los primeros
libros en la década del ’60. “Epitafio del gris”, “El rocío en la piedra”, “Esta
ternura compartida” “El límite del ojo”, “Toda sed y toda fuente”, “Esta memoria
que no calla”, “Umbral de otoño, “Viajero de esta agua”… y sus publicaciones
fueron mojones donde el escritor descansa de sus fatigas. Les siguieron muchos
otros libros publicados hasta estos días.
Era infatigable en esa búsqueda de imágenes
y confidencias. Para ello buscaba canales diferentes de la comunicación. Fue
autor de canciones ciudadanas y además periodista. Fue subdirector y
editorialista del diario “La Ciudad” y colaborador de toda publicación
independiente. Integró en sus comienzos la redacción de la revista Suburbio,
participó del grupo “El pan duro”, y muchas otras aventuras literarias que lo
tuvieron como un camino convergente y solidario. Sus poemas, su producción
cancionística y sus escritos periodísticos merecieron muchas distinciones y
premios en el país y en el exterior. Transmitía toda esa carga humanística e
intelectual en sus charlas formales e informales, en sus seminarios en la
Dirección de Cultura municipal, en su taller literario en Gente de Arte, en cada
una de sus presentaciones ante jóvenes o adultos, aspìrantes a escritores o
poetas.
Nos sigue acompañando su obra. Es un llamado
hacia los sentimientos más cotidianos. Los padres, el barrio, los amigos, los
seres que aparecen y desparecen a nuestro alrededor. El amor forma parte
vertebral de sus poesías. “…esos ojos curiosos de la brisa / que una mujer y un
hombre / se despojaron del olvido, / dejaron para siempre su cuajarón de luto /
sobre la tierra amanecida.”
Pero allí estaban las sombras al acecho…
“Ha llegado el invierno / La ciudad despertó sin una manta / sin un fuego
encendido. / El viento soplaba su vejez / y un antiguo dolor se derramó en el
cielo. / La muerte caminaba muy cerca / oliendo cada cosa, distraída”.
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