RESPUESTA A UN JOVEN POETA
Mi querido, joven, ansioso
poeta:
He recibido tu amable carta en
la que me haces partícipe de tus dudas y me planteas una serie de
preguntas en la esperanza, supongo, de que te dé respuestas. Me
apresuro a desengañarte. Respecto de las dudas, sólo puedo
compartirlas contigo, y en cuanto a las preguntas, no tengo sino
ideas vagas, presentimientos, pareceres, una visión estrictamente
personal sobre la problemática que me plantean. Estrictamente
personal, repito, porque cada una de mis respuestas lo único que
hará será acarrear nuevas dudas, y abrir, en más de un caso,
camino a la polémica o, en el mejor de ellos, al debate.
La primera de tus preguntas ya
me pone frente al precipicio: “¿Qué es la poesía?”. Le
preguntaron lo mismo a Federico García Lorca en una plaza pública
donde había dado una conferencia, y sólo atinó a decir: “Me
preguntais qué es la poesía. ¿Y qué puedo yo deciros de esas
nubes, de ese cielo?”. Uno de los más grandes filósofos del siglo
XX, Martín Heidegger, el pensador que más acercó a la filosofía
la poesía, pensó de ella: “Un pájaro que vuela siempre más
rápido que la mirada”. Estas dos respuestas, y mil más que
existen tan bellas y acertadas como ellas, lo único que nos están
mostrando es la imposibilidad de explicar con palabras su esencia.
Como el amor, como Dios. Podemos hablar días enteros y ponernos o no
de acuerdo sobre amar, sobre religión o sobre poetizar, pero nunca
con nuestro pobre lenguaje, siendo tan rico, podremos explicar qué
es Dios, qué es el amor, qué es la poesía, porque su ser estará
siempre un paso más allá de las palabras.
Cuando yo era joven como tú,
mi querido amigo, tuve la suerte, por esos misteriosos avatares del
destino, de formar parte de un grupo de poetas de vanguardia que
creían firmemente en que la poesía es una manera de vivir, que la
poesía tiene más que ver con la vida que con la literatura. Y
durante toda mi ya demasiado larga vida he tratado de ser fiel a ese
precepto, y desde esa creencia te hablo. Como me pides consejo (a mí,
apenas poeta desvalido ante el dolor del mundo) debo aconsejarte eso,
justamente: que seas poeta, que el poema se te dará o no, en todo
caso por añadidura. No se puede, en tanto sincero, escribir un poema
todos los días, pero todos los días se puede ser poeta.
Me preguntas también sobre
palabras permitidas y palabras prohibidas para escribir un buen
poema. Eso mismo le pregunté yo a un viejo maestro que frecuenté
hace años, y él me respondió que todas las palabras que existen y
las que van a existir pueden entrar y brillar en el poema. Y para
ejemplificar su aserto me pidió que imaginara colocar un tosco
ladrillo en una cuna, sobre las sábanas blancas bordadas. Y cuando
yo estaba por reírme ante semejante grotesco, me dijo: “Sin
embargo, con ese mismo ladrillo puedes comenzar los cimientos para
erigir la más bella de las catedrales”. La identidad de la
palabra, mi querido poeta, como la del ladrillo, aparecerá según el
lugar donde se los coloque.
Me hablas también de ser
moderno en el poema. De estar en tu época. Y te digo que si vives,
es decir, si miras, si sientes, si piensas, de cualquier manera lo
estarás. En cambio, si te esfuerzas para que tu poema esté en tu
tiempo, si lo escribes con ese expreso propósito, lo único que
conseguirás es sobreactuarlo. Creo yo.
Me preguntas qué pienso de la
llamada poesía hermética. Pues que si es realmente poesía y no la
puedes entender, sentir, es porque te falta camino por andar, y si
eres consciente de ello, si tienes ante el poema críptico una
actitud de espera, de humildad, un día descorrerá sus velos y te
mostrará su sentido. Ahora bien, creo que si el poeta se propuso ser
hermético, entonces no ha hecho poesía. Por tanto, no escribas de
intento versos oscuros, pero si eres sincero y te expresas en un
lenguaje que a fuerza de ser tuyo puede parecer oscuro para quien lo
lea, no te preocupes. La historia del arte nos enseña que una
expresión que no es comprendida en un tiempo, en el tiempo siguiente
puede llegar hasta a ser popular. Lo que quiero decirte es que no
caigas en el error de muchos, que por no hacer un arte elitista, una
poesía “en frac”, como dicen, caen en la chabacanería y en la
estupidez, y de esta manera, pensando en el pueblo, que es más
inteligente y sensible de lo que ellos imaginan, lo traicionan
haciendo un arte que a fuerza de querer ser para todos termina siendo
para nadie.
En cuanto al párrafo donde me
hablas con entusiasmo sobre publicar en revistas literarias y editar
tus poemarios, como te noto un poco ansioso sólo te diré que pienso
que hay que dar a conocer lo que uno escribe, sí, pero sin olvidar
que más importante que publicar la obra es hacerla.
Quiero alertarte, también, en
este oficio de consejero al que me has arrojado, sobre ese otro
fenómeno que yo llamo “la máquina de hacer poemas”. Si notas
que una imagen te trae otra, y esa otra otra y otra, si no puedes
parar, algo anda mal. Abandona el escritorio, rompe los últimos
siete u ocho poemas nacidos de esa verborragia, sal a vivir, a
sentir, a mirar a tu alrededor, a soñar, y espera a que la chispa
ilumine tu dolor, o tu amor, o tu alegría. Y cuando tu poema haya
crecido y te abandone no intentes consolarte improvisando otro. Ten
paciencia. Ese otro, que es sabio, sabe cuándo llamará a tu puerta.
En otro
párrafo me preguntas cuáles son las reglas, las normas para
escribir poesía. Los profesores de literatura inventaron muchas
normas, que pueden ser útiles para escribir una poesía bien
educada, mansita, digamos una poesía escolar. ¡Pero normas para la
poesía, cuya arisca característica es precisamente la imposibilidad
de sujetarla! No hacer descripciones en el poema, dice la norma, y
tal vez sea un buen consejo, pero aparece Juan L. Ortiz y la norma
hace agua. No nombrar colores, dicen los técnicos del lenguaje, y la
formidable poesía de William Carlos Williams está llena de ellos.
No usar palabras muy cargadas de implicancias sentimentales, como
“madre”, por ejemplo; puede ser una buena norma, sí, pero, ¿y
cuando César Vallejo dice “madre”? O también puede ser una
buena norma no usar anacronismos o palabras que suenen bellas en sí
mismas; pero escribe Jorge Ariel Madrazo y con palabras como
“myosotis” o “ajonjolí” y anacronismos como “búrlase”
o “veníate” construye una de las más notables obras de nuestro
tiempo. No poner en el poema nombres propios o vocablos que sean
patrimonio de la cultura, artística o científica. Buen consejo…
hasta que aparecen las Polifonías
de
Leonor Bonfanti. Los dadaístas y los surrealistas no aceptaron ni
siquiera las normas ortográficas, y cavaron para los cimientos de la
gran poesía del siglo XX. Vida, por un lado, y lecturas, por el
otro, pueden ser las únicas normas posibles, mi querido amigo. Un
poema puede ser aquella misma dulce intuición infantil expresada
ahora con todo el dolor y toda la alegría de una vida entera más
todas esas vidas vividas en tantas noches en que un libro nos
desveló.
Me dices también que te
preocupa el tan mentado compromiso del poeta. El compromiso
político-social. Y éste es un tema tan polémico que no hay acuerdo
posible, creo. Y por suerte, porque quiere decir que la poesía está
viva. Te diré lo que pienso, pero por favor, en esto (como en todo,
pero especialmente en esto) debes tomar tus propias decisiones. Por
mi parte, ante la sociedad y en tanto ser humano y ente social, estoy
comprometido con mi cuerpo y mis ideas. Pero como poeta, mi único
compromiso es con la poesía. Si el hambre y el dolor de los otros no
te hace llorar el corazón, entonces no eres poeta. Ni siquiera un
buen hombre. Pero si te llenas de odio y rencor por los eventuales
culpables, y vuelcas eso en el poema, no alcanzarás la poesía. Si
amas ese dolor, si en tu corazón alumbra la ternura y la esperanza
del cambio, si trabajas por ese cambio, si estás cerca, entonces
puedes escribir tu poema, porque además de dolor tendrá belleza. Y
sólo por el camino de la belleza puedes inducir a otros al
compromiso. Sí, se puede llegar a la belleza por el dolor y el
desgarramiento. ¿O acaso no hay belleza en el “Guernica” o en
“Los heraldos negros”? A ver si nos entendemos: el compromiso y
el poema transitan por la misma autopista, pero cada uno por su
carril individual.
Me dices también que estás
un tanto desconcertado porque frecuentando cafés literarios y
leyendo las novedades literarias has notado que hay varias corrientes
en la poesía actual y no sabes cuál seguir, cuál será la poesía
que algún día se identificará como la de comienzos de siglo. Sobre
esto sólo puedo decirte que se está escribiendo una gran poesía
actualmente, que va a dar que hablar en el futuro. ¿Qué corriente,
me dices? No sé cuál será la que tú elijas. Por mi parte, creo
que la gran poesía argentina actual es la que está representada en
estas líneas que te voy a leer, de diversos poetas jóvenes, que he
tomado al azar, sólo porque los conozco personalmente y tenía sus
libros a mano cuando te escribía esta carta. Pero hay más,
muchísimos más. Y seguro que vas a pensar, como yo, que la fuerza
que tiene la poesía actual pocas veces se dio en nuestro país.
Vayan los versos: “…y me raspé hasta el alma con las piedras que
desprendió el silencio cuando callé tu nombre”. O: “…dadme lo
que menos se parece a morir, dadme los sueños de mi padre”. O esta
línea: “Vino a mí una mujer con el prado en las manos”. O
también: “…el viento espanta los cuerpos que no quieren ser
bruma de una noche que muerda el silencio”. Otra línea: “Y cómo
salir si no es desangrada / para que al menos se riegue vida en esta
casa baldía”. O: “Cuando me acerco / el miedo es quien gobierna
el instante / Previo a todo / un miedo voraz / me acerca”. Y estos
dos muy finos pensamientos de una jovencísima poeta: “En la noche,
no en la oscuridad”. “La belleza nunca es inocente”. Y escucha
esta línea: “Un mar tan seco como la boca de un hombre sin
futuro”. Y qué alto erotismo en estos versos: “Enciéndeme el
plumaje hasta que cante el pájaro de la piel”. Y este final para
un poema de amor: “…y en el lugar de cada dios está tu nombre”.
Creo que es suficiente para muestra de la joven poesía argentina de
principios de siglo.
Me dices
que vas por la gloria. ¿Pero qué es realmente la gloria para un
poeta? No lo sé. ¿Será tal vez dejar poemas dispersos en revistas
literarias y antologías poéticas, reportajes en radio y televisión
y comentarios favorables en los suplementos de los grandes rotativos,
para finalmente dejar veinte títulos impresos que el tiempo irá
cubriendo de polvo en los anaqueles de la Biblioteca Nacional? No lo
sé. Tal vez la gloria sea acertar a escribir dos versos, tan sólo
dos líneas, pero que pasen a ser algo así como patrimonio de la
humanidad, como éstos que te cito, entre tantos otros, a medida que
acuden a mi memoria: “Nel mezzo del cammin di nostra vita / mi
ritrovai per una selva oscura / chè la diritta via era smarrita”,
o aquel verso final acuñado bajo el yugo nazi: “J’écrit to nom,
liberté”, o en nuestro idioma, para no parecerte culturoso: “Serán
ceniza, mas tendrá sentido, / polvo serán, mas polvo enamorado”,
y acercándonos en el tiempo: “Puedo escribir los versos / más
tristes esta noche”, o entre nosotros: “Setenta balcones hay en
esa casa / setenta balcones y ninguna flor”. O: “No nos une el
amor sino el espanto / será por eso que la quiero tanto”. O
también: “Nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada”.
Y visitemos a ese insomne trasnochado porteño, atormentado de amor y
de nostalgia, que camina por las calles de nuestra ciudad querida
mientras en su mente va reproduciendo los versos que sostienen la
música que silba: “Sus ojos son oscuros como el olvido / sus
labios apretados como el rencor”. Y por qué no el dolor del héroe
de nuestro poema fundacional: “Yo también tuve en un tiempo /
hijos, hacienda y mujer / pero empecé a padecer / me echaron a la
frontera / y qué iba a hallar al volver / tan sólo hallé la
tapera”. Tal vez eso sea la gloria, dos o tres versos que perduren
en el tiempo. Y voy más lejos, querido joven. Tal vez la gloria para
un poeta sea llegar a ser anónimo (¡el Poema
de Mío Cid
es un anónimo!). Que unos versos tuyos estén en boca de todos
cuando ya tu nombre se haya olvidado. Como quería el gran Antonio
Machado: “Hasta que las canta el pueblo / las coplas coplas no son
/ y cuando el pueblo las canta / ya no se sabe el autor”, y como
cantaba con el mismo tema nuestro Atahualpa Yupanqui: “Quiero que
ruede mi copla / cuando ya no ruede yo, / abrojo que nadie sepa / ni
dónde se le prendió”. O tal vez la gloria no sea nada más, ¡y
nada menos! que compartir con amigos sagrados la sacralidad de la
poesía.
En mi último mensaje voy a
introducirme en otra vieja polémica, porque hay quienes opinan que a
un grande se le puede perdonar todo, y no es ese mi parecer. Un
poeta, por genial y glorioso que sea, es, ante todo, un ser humano,
y, por ende, un ente social. Por eso, mi querido poeta joven, yo
pienso, siempre he pensado, que la obra de ningún gran poeta lo
autoriza para ser una mala persona.
Te abraza, esperanzado
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