martes, 21 de noviembre de 2017

El tiempo

 

El Tiempo en la Filosofía

«Si nadie me lo pregunta, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé.»

   Esta frase de san Agustín expresa muy bien la confusión que siempre ha suscitado la pregunta de la existencia del tiempo entre los filósofos y su dificultad para definir en qué consiste. Se trata de un debate sin fin que arranca con los antiguos pensadores griegos, encabezados por Platón y Aristóteles; continua en la edad Media temprana, cuando destacan las ideas agustinianas; alcanza su punto álgido en el siglo XVIII, con el desencuentro entre las posturas de Newton y Kant, y llega hasta nuestros días.

El tiempo que marcan los astros como imagen móvil de la eternidad.

   Platón, en su diálogo Timeo, es el primero en ocuparse de la realidad temporal, aunque en forma de relato mítico más que como una formulación lógica. Según su narración, el tiempo fue creado después del universo para perfeccionar el movimiento de los astros en sintonía con un modelo matemático de una realidad superior, el mundo de las Ideas. De esta forma, el tiempo que marcan los astros en su perpetuo vaivén resulta la imagen móvil de la eternidad.
   Pero es su discípulo Aristóteles, quien ofrece en la obra titulada Física, una primera explicación racional, al observar que la percepción del tiempo es conjunta a la del movimiento. Cierto que podemos estar en la oscuridad y no percibirlo al no moverse ningún cuerpo, razona el filósofo; sin embargo, basta un movimiento en la mente para darnos cuenta de que el tiempo transcurre. Siguiendo con su argumentación, Aristóteles cree que «el tiempo es la medida del movimiento según el antes y el después». Pero entonces, ¿Qué sucede con el efímero «Ahora»? ¿Dónde está lo pasado antes de hacerse presente y que ocurre con este, que se ha desvanecido al instante? Ahí reside el problema del tiempo para Aristóteles: «parte del mismo pasado y ya no existe, y la otra parte del futuro y no existe todavía; y sin embargo, esta hecho de aquellos. Es difícil concebir que participa de la realidad algo que está hecho de cosas que no existen». Es decir, sería lógico pensar que, puesto que no hay presente ni pasado ni futuro, no hay tiempo.
   Claro que estas dificultades pueden soslayarse si se piensa, como el filósofo Alejandrino Plotino (siglo III), que el tiempo es, además de una imagen móvil de la eternidad al estilo platónico, algo «real» en el alma. Y aun mejor si dejamos de empeñarnos en que el tiempo es algo «externo», que «está ahí» como están las cosas, y lo radicamos enteramente en el alma. Así lo propone san Agustín, para quien pasado, presente y futuro adquieren otro significado al identificarse con memoria, atención y espera. Según el célebre teólogo y filósofo del siglo IV, el pasado es lo que se recuerda, el presente es a lo que se está atento y el futuro, lo que se espera. Son entidades que no poseen realidad propia, salvo la que les regala el ser humano. San Agustín inaugura así una tendencia filosófica que cree que la idea de tiempo tiene su origen en el interior del ser humano, sea en su vertiente psicológica, racional o espiritual.
   Sin embargo, no todos los pensadores admiten esta solución. En el siglo XIII, santo Tomas de Aquino define el tiempo siguiendo a Aristóteles «el tiempo es el movimiento según el antes y el después)». Es decir, recoge la vieja idea de que el tiempo es algo externo, pero no resuelve las dudas acerca de la realidad que lo constituye.
   Hay que esperar hasta en el siglo XVII para encontrar una nueva explicación esta vez, avalada científicamente por Isaac Newton. El gran físico ingles distingue en los Principia dos tiempos diferentes, uno absoluto y otro relativo. El primero, «verdadero y matemático, por sí mismo por su propia naturaleza, fluye uniformemente sin relación con nada externo, y se le llama así mismo duración». El segundo, «aparentemente, nada común, es una medida sensible y externa de la duración por medio del movimiento, que es comúnmente usada en vez del tiempo verdadero». Los cambios que apreciamos sensiblemente en las cosas lo son, pues, en relación con un tiempo uniforme que les sirve de marco «vacío», en un sentido análogo a como se suponía que los cuerpos se hallan en el espacio.
   Sin embargo, unas cuantas décadas después de Newton, Immanuel Kant devuelve el origen del tiempo al ser humano; pero no desde el punto de vista de la experiencia del individuo, sino desde la perspectiva del sujeto universal y su modo de conocer la realidad. Para este pensador alemán, el tiempo es una intuición que forma parte de la estructura del sujeto cognoscente, con la cual este ordena los fenómenos del mundo según la sucesión y la simultaneidad.
   Con Newton y Kant, la polémica había llegado a su formulación más refinada, pero la gran cuestión seguía en el aire sin encontrar solución definitiva. Es más, a día de hoy los pensadores continúan preguntándose en que consiste el tiempo y su origen es «interno» o «externo» al ser humano. Por más que constituya una realidad mensurable, no ha dejado de ser un enigma.
   Por eso fue una salida tangencial la del francés Henri Bergson, filósofo y premio nobel de Literatura en 1927, cuando quiso consolidar el concepto de tiempo orgánico propuesto con anterioridad por otros grandes poetas y pensadores. Frente a la concepción del tiempo como flujo medible de la física newtoniana y de la filosofía kantiana, aparece el tiempo de la experiencia, fundado en la unidad orgánica, en el tiempo vital, en los ritmos de los procesos orgánicos, en los relojes internos del organismo.
   Después, otro filósofo alemán, Martin Heidegger, confirmo en El Ser y El Tiempo la neta distinción entre tiempo «propio», al que dio una función constitutiva «existencial» del ser humano, y el «tiempo del mundo» como medida. La infancia, la juventud, la madurez, la ancianidad y la muerte articulan el camino vital de toda persona, el cual halla su regulación social en las instituciones y en las costumbres. La experiencia humana a lo largo de las diversas etapas de la vida constituye una autentica vivencia del tiempo en sí, muy distinta de la experiencia de contar y utilizar un tiempo «vacío». Todo individuo experimenta que el horizonte abierto del futuro se estrecha sobre si se da en día. Se trata de una experiencia histórica, que entraña la conciencia de nacimiento, de evolución, de caducidad y, sobre todo, de muerte. En definitiva, la vida es una carrera anticipada hacia la muerte, sostiene Heidegger. Y con ello ha derivado, partiendo del problema del tiempo, hacia el tema de la muerte, otro de los grandes enigmas tratados intermitentemente en la historia de la filosofía y con el que está estrechamente relacionado.

 http://lapiedradesisifo.com/2016/11/01/el-tiempo-en-la-filosofia/

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