jueves, 23 de noviembre de 2017

Silvia Favaretto

                                                           Obra de Carmen Parada

 
EL ANIMAL DE LOS POETAS

Por alguna razón que desconozco, siempre me sentí atraída por un extraño representante del mundo anfibio: el ajolote, o como se llamaba en lengua azteca el “axolotl”, o más bien con su nombre científico el “ambystoma mexicanum”. Una salamandra, sí, pero una salamandra muy especial. Sus características son tales que definiría a este monstruecito nativo del ago Xochmilco, en México, el animal de los poetas. A continuación les explicaré por qué.
El lago del que es originario se encuentra al sur del D.F. mexicano: se trata de un lago cuyas frías y calmas aguas hospedan una rica vegetación y estos animalitos que viven a 15-16 grados durante hasta 25 años. Los ajolotes pueden ser verdes (wildtype), albinos con ojos rojos, golden (dorados) o melanoides (negros).
Actualmente se están extinguiendo por la polución y la caza, ya que sus carnes son comidas o utilizadas como ungüento. Y bueno, hasta ahora, nada afuera de lo normal. Algunos detalles más para enterarnos de su carácter: si a muchos ajolotes se los pone a vivir en el mismo acuario, se pueden originar fenómenos de canibalismo y amputación, con pérdida de artos que, sin embargo, y esto es el primer signo de su ser absolutamente especiales, son rápidamente regenerados: un ajolote puede tranquilamente seguir vivo y contento aunque sus coinquilinos le hayan devorado las cuatro patas; no se preocupa demasiado, simplemente las vuelve a crecer: con paciencia y buen humor, en poquitas semanas tendrá manitos y piecitos nuevos y posiblemente mejores de los precedentes. En esto me parecen definitivamente extraordinarios: tienen una capacidad natural de reaccionar a las ofensas sin ser tocados por la tragedia. Si se les hiere, esto no les causa ningún inconveniente, tienen en sí los recursos para restablecer su equilibrio, son del todo autosuficientes. Como decir, “Está bien, hiéreme. Yo saldré de tu amputación, nuevo y resplandeciente, como nunca”. Un animal al que no se pueda hacer daño es un milagro de la naturaleza y, más aún, si es un animal bebé. Sí, porque el ajolote se queda al estado larva durante toda su vida: es el único anfibio que llega a la edad de madurez sexual sin necesitar metamorfosearse en adulto. Esto no significa que no pueda. Claro que puede, pero sólo si decide que los acontecimientos de su entorno lo requieren. Por ejemplo, si su habitat se encuentra amenazado por una temperatura demasiado alta o una superpoblación, en cambio de quedarse a morir en las aguas, decide metamorfosear y volverse una común y corriente salamandra, precisamente el ambystoma tigrinum.
Por lo tanto, como la poesía, el ajolote sabe transformar la dura realidad de la amputación en la serenidad de una nueva creación: como el ambystoma, el escritor, golpeado por la realidad que lo arrolla y lo hiere, es capaz de sobrevivir al horror cantándolo y como el pequeño anfibio el poeta sabe metamorfosear sus palabras según las necesidades, sabe que la transformación es la llave de la vida eterna y también que es el arte la única forma de seguir siendo niños, de poder mirar la realidad jugando con ella.
En fin, este pequeño ser despeinado (hay que ver las branquias que tiene como cuernitos, en los albinos son rosadas y cuando comen se vuelven casi moradas) de gran boca voraz y ojitos redondos se ha merecido ser citado en las páginas de algunos de los más grandes escritores del mundo, tal vez porque en él se reconoce el escritor y e él vislumbra su arte. No sólo tiene el poder de metamorfosear voluntariamente, no sólo puede quedarse un crío toda la vida, no sólo si le amputan partes del cuerpo las puede recrear, sino que de su hado se han interesado nada menos que Julio Cortázar, Juan José Arreola y Octavio Paz, entre otros.
Arreola hunda sus lineas en la mitología tradicional mexicana: «Pequeño lagarto de jalea. Gran gusarapo de cola aplanada y orejas de pólipo coral. Lindos ojos de rubí, el ajolote es un lingam de transparente alusión genital. Tanto, que las mujeres no deben bañarse sin precaución en las aguas donde se deslizan estas imperceptibles y lucias criaturas.»1 Las mujeres debemos mantenernos alejadas de esta criatura mágica porque su misma origen está embebida de sangre y violación (como, de hecho, la historia de todo el pueblo mexicano y su Malinche): según Bernardino de Sahagún, citado por el mismo Arreola, estos animales descienden de una mujer menstruada ya que “un señor de otro lugar la había tomado por fuerza y ella no quiso su descendencia, y que se había lavado luego en la laguna que dicen Axoltitla, y que de allí vienen los acholotes”. Por lo tanto, en la escritura de Arreola se profundiza el aspecto sexual del axolotl: el limgam es en la religión hinduista un símbolo fálico y su destino no puede ser sino el de la violencia y la vejación. Saúl Yurkievich en su artículo “Humana Humanidad en Juan José Arreola” destaca además que Arreola define al ajolote como “pequeña sirenita que menstrua” ya que “es el cuarto animal que padece las reglas (murciélago, mona antropoide y la mujer son los tres restantes)” 2. De la dimensión sexual se pasa a la mitológica e histórica infundida en el poema “Salamandra” de Octavio Paz que he tenido la suerte de escuchar leída por la voz de su autor. De ahí me he enterado que la correcta pronunciación del nombre de esta maravillosa criatura es algo así como “asciólotl”, con la encantadora firmeza de la lengua nahuatl. Recita Paz:
“No late el sol clavado en la mitad del cielo
no respira
no comienza la vida sin la sangre
sin la brasa del sacrificio
no se mueve la rueda de los días
Xólotl se niega a consumirse
se escondió en el maíz pero lo hallaron
se escondió en el maguey pero lo hallaron
cayó en el agua y fue pez axólotl
el dos-seres
y "luego lo mataron"
Comenzó el movimiento anduvo el mundo
la procesión de fechas y de nombres
Xólotl el perro guía del infierno
el que desenterró los huesos en la olla
el que encendió la lumbre de los años
el hacedor de hombres
Xólotl el penitente
el ojo reventado que llora por nosotros
Xólotl la larva de la mariposa
el doble de la Estrella
el caracol marino
la otra cara del Señor de la Aurora
Xólotl el ajolote.”3
Es necesario, para entender este texto remontar a la historia mitológica azteca/nahuatl del nacimiento del axolotl, así como lo cuenta Aida Ortega: “En la mitología náhuatl, el ajolote es la advocación acuática del dios Xolotl, hermano mellizo de Quetzalcóatl, monstruoso a causa del nacimiento gemelar. Xolotl se encuentra asociado a la idea del movimiento y de la vida, de acuerdo con la leyenda del quinto sol. La dualidad se manifiesta en las transformaciones a las que recurre para evitar el sacrificio. Bernardino de Sahagún cuenta que Xolotl rehusaba la muerte, huyendo cuando vio llegar al verdugo y, ocultándose en las milpas, se convertió en una planta de maíz de dos cañas o ajolote (xolotl); al ser descubierto echó a correr otra vez y se escondó en un magueyal, donde tomó la forma de una penca doble o mejolote (metl-maguey y xolotl). Una vez más lo halló el verdugo y escapó de nuevo introduciéndose al agua, donde se transformó en un pez llamado axolotl. Ésta es su última metamorfosis. Finalmente, el verdugo lo atrapó y le dio muerte. Xolotl es un dios que le tiene miedo a la muerte, que no la acepta y quiere escapar de ella mediante sus poderes de transformación”. Más que un dios cobarde, a mi me parece un dios hábil e inteligente.
Los ajolotes son animales esencialmente nocturnos y la luz solar directa los incomoda. Se deslizan suavemente en el agua y tienen una mirada enternecedora, humana. Algo muy especial que divisó también Julio Cortázar: “Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario (...) desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos (...) Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. (...) A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrecencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos”. Cortázar se vuelve axolotl contemplándolos. La mirada de la pequeña criatura lo compenetra tanto que, al final, él mismo se convierte en una presa del acuario: “Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo (...) No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. (...) Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados (...) cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente”4.
La experiencia de Cortázar impresionó también a otro grande de la literatura latinoamericana, Gabriel García Márquez: “Otra de las extrañas experiencias de mi vida fue mi primer encuentro con el ajolote (axólotl). Julio Cortázar cuenta, en uno de sus relatos, que conoció el ajolote en el Jardín des Plantes de París, un día en que quiso ver los leones. Al pasar frente a los acuarios –cuenta Cortázar– “soslayé los peces vulgares hasta dar de pronto con el axólotl”. Y concluye: “Me quedé mirándoles por una hora, y salí, incapaz de otra cosa”. A mí me sucedió lo mismo, en Pátzcuaro, sólo que no lo contemplé por una hora sino por una tarde entera, y volví varias veces. Pero había allí algo que me impresionó más que el animal mismo, y era el letrero clavado en la puerta de la casa: Se vende jarabe de Ajolote.”5
De hecho yo misma, en un mercadillo del D.F. mexicano, en julio de 2008, vi expuestos numerosos envases con dicho ungüento, y no me atrevo a imaginar cómo lo preparan, el simple pensarlo me da escalofríos. Tal vez porque como mi querido Julio yo también siento un extraño parentesco al mirar los ojos de mis 2 ajolotes en la pecera del salón. E, inclusive, no estoy tan segura de la autoría de este artículo...les voy a decir la verdad que puede que me lo haya dictado Frida Marisol, la más chiquita de los cuatro.



Bibliografía:
  • Arreola, Juan José, Narrativa Completa, México, Alfaguara, 1997.
  • Belpoliti, Marco, Primo Levi, Edizioni Marcos y Marcos, 1997.
  • Cortázar, Julio, Final del Juego, Sudamericana, Buenos Aires, 1970.
  • Daumal, René, La grande beuverie, Gallimard, Paris, 1938.
  • De Sahagún, Bernardino, Historia general de las cosas de Nueva España, Conaculta, México, 2000.
  • Dotti, Marco, CsO il corpo senz’organi, Mimesis Edizioni, 2003.
  • García Márquez, Gabriel, Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe, Voces, Arte y literatura Número 2, San Francisco – California, Marzo de 1998.
  • Larraya, Antonio, Perspectivas de “Axolotl” cuento de Julio Cortázar, en Helmy F. Giacomán, ed. Homenaje a Julio Cortázar; variaciones interpretativas en torno a su obra, Las Américas, Madrid, 1972.
  • Levi, Primo, Opere, tomo III, Einaudi, Torino, 1992.
  • Ortega, Aida, The amphibian (ambystoma tigrinum) lateral line, Science direct, México, 2005.
  • Parinetto, Luciano, “Axolotl” en Streghe e potere. Il capitale e la persecuzione dei diversi, Rusconi, Milano, 1998.
  • Yurkievich, Saúl, Humana Umanidad en Juan José Arreola”, en “Formes brèves del’expression culturelleen Amérique Latinè de 1850 à nos tours”, Nouvelle, Conte, Cahiers du Criccal n.18, Presses de la sourbonne nouvelle, Paris, 1997.

1 Tomado de «El ajolote», en Arreola, Juan José, Narrativa Completa, México, Alfaguara, 1997.
2 Tomado de “Humana Umanidad en Juan José Arreola”, en “Formes brèves del’expression culturelleen Amérique Latinè de 1850 à nos tours”, Nouvelle, Conte, Cahiers du Criccal n.18, presses de la sourbonne nouvelle, 1997, p.195.
3 Octavio Paz, “Salamandra”, en Obras completas, Fondo de cultura, 2004.
4 Cortázar J. Final del Juego, Sudamericana, Bs. As., 1970.
5 Gabriel García Márquez, Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe. Voces. Arte y literatura, San Francisco, 1998.

 
Cortázar J. Final del Juego, Sudamericana, Bs. As., 1970
 
Gabriel García Márquez, Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe. Voces. Arte y literatura, San Francisco, 1998.

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