domingo, 16 de febrero de 2014

AUTOBIOGRAFÌA :MACEDONIO FERNANDEZ



AUTOBIOGRAFÌA DE ENCARGO
                              
Supongan ustedes que yo nacì, desde chiquito, en una casa de modistas y supongan también que en aquel tiempo, como hoy, habìa cosas, no todas, que se hacìan a prueba, de daban a provar; y que en tal casa habìa una salita ahondada de espejos
Soy argentino, desde hace mucho tiempo: padres, abuelos, bisabuelos; antes España por todos lados. Creo que desciendo de uno de los mayores o màs grandes - que feo y obligatorio modo de calificaciòn - pintores españoles, del cual heredé y he acrecentado una incapacidad completa para el dibujo, vista poderosa, pupilas de un inùtil color azul, pues veo el mundo bajo los mismos colores que lo ven los de ojos negros y el agua es incolora para mì como para ellos, de modo que el que se tomò el trabajo de pintarme las pupilas - debe haber sido Dios - no previò, por esta vez, que yo serìa torpe para utilizar adornos; o quizàs estoy mirando por debajo de las pupilas como quien se levanta los anteojos a la frente; si esto me sucede sin saberlo no es extraño, pues recién a los cuarenta años he sabido que duermo del lado derecho. De que lado duerme usted, lector? Usted me contestarà - Antes dormìa de espaldas, pero ahora... - Còmo “ahora”? Ya se duerme usted en mi primer pàgina? Déjeme hablar...- Còmo “déjeme hablar”: ya quiere usted ser autor! Y bien, sinceramente, somos dos descontentos de lo que estamos: yo escribiendo, usted leyendo, y de buena gana nos intercambiarìamos.
Soy un convencido de que jamàs lograré escribir. Ahì està ese gran pensador que se me hizo odioso desde que quiso encerrarme en el duodécimo paréntesis de su primera pàgina; salté el palito final cuando yo lo estaba parando él y me juré no leer. Pero no leer es algo asì como un mutismo pasivo, escribir es el verdadero modo de no leer y de vengarse de haber leìdo tanto.
Tengo profesiòn liberal; soy bastante pobre. Si dijera “estoy pobre”, el lector creerìa que le iba a pedir algo; es la verdadera frase pues mi mala situaciòn no es accidental. Esto lo explicaré después, recuérdenmelo.
Soy flaco y màs bien feo. En cuanto a mi salud, ni un boticario hijo de medico y casado con partera la tiene peor. tengo un lote de enfermedades, pero creo que con una me bastarà al fin. No las combato porque no sé cuàl es la que necesitaré mi ùltimo dìa, dìa que espero serà muy concurrido y en el cual todo el mundo descubrirà, con un talento que siempre disimularon, que yo era buena persona (como lo proclamaba en vano).
Por el momento no tengo màs que cincuenta años, lo que no es mucho, si se tiene en cuenta mi primera fecha. Contando lo que viviré todavìa algunos me dan sesenta; descontando lo dormido con los ojos abiertos (he leìdo tanto, se hace tanta politica en mi paìs, hay tanto vegetalistas, moralistas, salvacionistas, tantas estatuas de hombres abnegados, tantas hondas y agudas sentencias jurìdicas con “acopio de doctrina” acerca de si los pasadores de ventanas debe reponerlos el propietario o el locatarios, tantos màrtires de la obra pedagògica, tantos centenarios de hombres ilustres a causa de que cada uno de ellos tuvo su respectivo nascimiento, fecha que se soporta cada año por impulsiòn aniversaria, tantos conferencistas y concertistas, tantos discursos de “piedra fundamental” de inauguraciòn), me atengo, por contradecirlos, a cuarenta.
Mi altura no es mala; depende del uso. Por debajo empieza al mismo tiempo con la de Firpo; por arriba deja suficiente espacio hasta el cielo, pero es muy mala para erguirme bajo un postigo de ventana aunque un momento antes me ha servido bien para atarme los botines. Parece increìble que todavìa se usen los botines donde no alcanzan los brazos.


para probar las clientas los nuevos vestidos. (Creo que un ìndice cientifico del grado de felicidad de una época y comunidad es el mayor nùmero de cosas que se acostumbra “dar a probar” y no sé si hoy, me parece que sì, son màs que las que disfrutàbase en mi juventud).
En aquel tiempo, puesto lo vestido, la persona se veìa un poco menos que antes; ahora ese menos verse la persona ha aumentado, menos menos; casi el vestido no tiene nada que ver con esto de cubrirse, con la ventaja, increìble! de que se ve la persona y el vestido. (Alguna vez estudiaré còmo el desnudo se reduce a ser modestamente un escote totalitario simultàneo o la suma de todos los escotes sucesivos inocentes posibles a una sola persona).
Hasta la edad de seis años, yo entraba y salìa (hoy no hubiera salido) de la salita de pruebas y ninguna de las clientas me veìa, veìa que yo andaba viendo. Todo fue descubrirse en casa que yo habìa cumplido lo seis años (yo no creìa que se le conociera a nadie en la cara, como se sabe?) para prohibìrseme la entrada bajo pretexto de que yo antes veìa y ahora miraba. Pero saqué de ello el provecho de una gran inclinaciòn por las matemàticas en punto a curvas y àngulos.
A los siete años ya aprendì a venirme abajo de un balcòn y llorar en seguida; el golpe no me desconcertaba; no me acongojaba antes de llegar al suelo cuando todavìa no tenìa utilidad el llorar ya.
Fue demasiado grave para un principiante: caì diez metros seguidos, orientado en perfecta vertical y sin entretenerme nada en el trayecto como siempre se me ha recomandado en los “mandados”: todo lo hice sin ayuda. 10 metros para piernas de 7 años es mucho siendo uno solo el que se cae y ademàs los matemàticos no lo aprueban ni quieren creerlo por la desproporciòn de metro por año. Tan grave fue que no es seguro que yo exista después de ella y de tiempo en tiempo los diarios anuncian mi defunciòn porque algùn cronista ha oìdo en conversaciòn que hace cuarenta años me tomé de la baranda de la vertical durante diez metros continuos.
(El suelo, que està dondequiera que un porrazo se completa y que, buen compañero, no falta a nadie en la caìda, es la altura nunca menospreciada de un aviator de piso, como yo. Esos navegantes del aire que se lanzan afanosos a lo alto como si se propusieran volver a fumar el humo del cigarrillo exhalado momentos antes, harìan algo anàlogo a lo que recientemente me aconteciò a mì cuando caminando con un amigo tropecé, mientras le hablaba, tan violentamente hacia adelante, que alcancé las palabras que acababa de pronunciar: me oì a mì mismo y tuve oportunidad de corregir un cierto gran disparate comenzado en ellas).
Ejecuté tan bien el venirse abajo que se me atribuyò vocaciòn especial y en el barrio cuando algùn chico por descuido pudo caerse, viéndole todos al borde de un balcòn vacilando, corrìan a mi casa a buscarme para que yo tomara por él el encargo de la caìda. Mis chichones sobresalìa no sòlo en el cuerpo sino en el barrio; aun entre tumefaciones, ya de por sì relevantes, las mìas sobresalìan y en chichoneria comparada era yo persona de fama.
Mi norma, en fin, era: empezar con caìdas la maestrìa de equitaciòn, pero de caballos chicos.
Como escribo bajo la depresiva inseguridad de existir, basta por hoy de una literatura quizà pòstuma; soy màs prudente que Mark Twain, el otro solo caso*.

* Un merito excelso en Twain es que fuera tan jovial a pesar del terrible infortunio en que viviò todos sus años después de la edad de ocho, cuando, bañàndose con su hermano mellizo y en extremo parecido, ahogòse uno de los dos sin que nunca haya podìdo saberse cuàl.

© Macedonio Fernandez, 1928(Argentina)

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