Yukio Mishima (Japón)
Titulo original:Tennin Gosui La corrupción de un ángel (天人五衰; Tennin gosui).
Traductor:
Guillermo Solana Alonso
Capítulo 1
Mar afuera,
la neblina tornaba negros los barcos lejanos. Aun así el día era más claro que
el precedente.
Podía distinguir las crestas de la península de Izu. El mar de mayo se hallaba tranquilo
Podía distinguir las crestas de la península de Izu. El mar de mayo se hallaba tranquilo
El sol
era fuerte, apenas había mechones de nubes y el mar estaba azul.
Contra la
orilla rompían diminutas ondas. Pero antes de quebrarse había algo de
repelente en los colores de ave nocturna de las panzas de las ondas, como si contuvieran
todas las variedades desagradables de algas marinas.
El batir
del mar, jornada tras jornada, diaria repetición del batir del mar de leche en la
leyenda india. Tal vez el mundo no le permitía reposo. Tal vez algo en el mar conjuraba
toda la maldad que había en su naturaleza.
La
turgencia del mar de mayo, agitando incansable e inquieto sus reflejos, una miríada de
diminutos clavos.
Tres aves
parecieron trocarse en una en lo alto del cielo. Luego se separaron en desorden.
Había algo maravilloso en aquella unión y en aquel la separación tenía que significar algo aquel llegar, tan juntas que podían sentir el viento agitado por otras alas; y luego, de nuevo, la distancia azul entre ellas. Tres ideas se fundirán alguna vez en nuestros corazones.El negro casco de un pequeño mercante, cuya chimenea lucía como emblema una montaña sobre tres líneas horizontales, brindó con su relieve una sensación de grandeza y repentina pujanza. A las dos de la tarde el sol se envolvió en un tenue capullo de nubes, un gusano blanquecino y brillante.El horizonte era un acerado arco de azul oscuro que encajaba perfectamente en el mar.
Había algo maravilloso en aquella unión y en aquel la separación tenía que significar algo aquel llegar, tan juntas que podían sentir el viento agitado por otras alas; y luego, de nuevo, la distancia azul entre ellas. Tres ideas se fundirán alguna vez en nuestros corazones.El negro casco de un pequeño mercante, cuya chimenea lucía como emblema una montaña sobre tres líneas horizontales, brindó con su relieve una sensación de grandeza y repentina pujanza. A las dos de la tarde el sol se envolvió en un tenue capullo de nubes, un gusano blanquecino y brillante.El horizonte era un acerado arco de azul oscuro que encajaba perfectamente en el mar.
Por un
instante, en un solo punto de la orilla, una blanca ola se alzó como un ala blanca
y tornó a caer ¿Qué significaría aquello? Tenía que ser alguna gran señal o quizás
una grandiosa fantasía. Ascendía poco a poco la marea, crecían las olas, la tierra
yacía ante el más fuerte de los acosos. El sol se ocultaba tras nubes y el
verde del mar cobró tonos sombríos y un tanto coléricos. Una larga línea blanca
se extendía por encima, de
este a
oeste, como una especie de gigantesco triángulo invertido. Parecía liberarse de la llana superficie y, cerca, hacia el vértice, unas líneas en
abanico se perdían sombríamente
en el mar verde oscuro.
El sol
salió de nuevo.
Otra vez
dio el mar terso cobijo a la blanca luz y a las órdenes de
un viento del sudoeste, sombras innumerables, como lomos de leones
marinos, se
desplazaron hacia el nordeste y el noroeste, manadas inmensas de olas que se
alejaban de la costa. La luna lejana mantenía un férreo dominio de la marea.
Nubes
aborregadas cubrieron la mitad del cielo y su línea superior cercenó
quedamente
el sol.
Dos
pesqueros se hicieron a la mar. Más allá navegaba un mercante. El viento cobró más
fuerza. Del oeste llegó un pesquero como si hubiera de señalar el comienzo de
una ceremonia. Era una humilde embarcación; pero, sin ruedas ni palas,
avanzaba con una orgullosa gracia como si barriera la superficie con un vestido de
cola.
Hacia las
tres los cúmulos se tornaron más livianos. Por el cielo de mediodía las nubes se
desplegaron como las timoneras de una blanca tórtola hasta arrojar una profunda
sombra por encima del mar.
El mar: un
mar sin nombre, el Mediterráneo, el mar del Japón, la bahía de
Suruga,
aquí ante él; una vasta, innominada y absoluta anarquía, captada tras una larga pugna
como algo llamado «mar», mas en realidad rechazando ese
nombre.
Cuando el
cielo se cubrió el mar se sumió en una hosca meditación, tachonado por
diminutos puntos de color de un ave nocturna. Se erizó con olas espinosas como la
rama de un rosal. En las propias espinas había indicios de tersura. Las espinas del
mar eran tersas.
Tres y
diez. No había barcos a la vista.
Muy
extraño. Todo el vasto espacio se hallaba abandonado.
Ni siquiera
alasde gaviotas.Luego, hacia el poniente, surgió y desapareció un barco
espectral.
La
península de Izu quedó envuelta en la niebla. Durante algún tiempo dejó de ser la
península de Izu. Era el fantasma de una península perdida. Luego desapareció
por completo. Se había tornado una ficción en el mapa. Tanto los barcos como
la península pertenecían al «absurdo de la existencia».
Aparecía y
desaparecían. ¿En qué diferían?
Si la
visibilidad era la suma del ser, entonces, el mar, mientras no se perdiera en la niebla,
existía allí. Se hallaba sinceramente presto a la existencia.
Un solo
barco trocó todo.Cambió toda la composición. Desgarrando toda la trama del ser,
un barco fue acogido por el horizonte. Se rubricó una abdicación. Todo un
universo quedó arrumbado. Un solo barco a la vista para arrojar de allí al
universo que había velado su
ausencia.
Múltiples
cambios en el color del mar, instante tras instante. Cambios en las nubes. Y la
aparición de un barco. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué eran aquellos sucesos?
Cada
instante les traía unos eventos, más transcendentales que la explosión del
Krakatoa. Pero nadie los advirtió. No vale la pena tomar en serio la pérdida de un universo.
Los sucesos
son los indicios de una reconstrucción, de una reorganización
interminable.
El tañido de una lejana campana. Un barco aparece y tañe la
campana. En
un instante el sonido hace todo suyo. En el mar son incesantes y la campana
tañe continuamente.
Un ser.No
es preciso que sea un barco. Para que la campana empiece a tañer basta una sola
naranja agria, surgida quién sabe de dónde.
Tres y
media de la tarde. Una sola naranja agria manifestó su existencia en la bahía de Suruga.
Oculta tras una ola y apareciendo de nuevo, flotando y hundiéndose como un ojo que
parpadeara incesantemente, el brillante puntito anaranjado iba poco a poco hacia
oriente, entre las ondas próximas a la orilla.
Tres y
treinta y cinco. Por poniente, de la dirección de Nagoya apareció,
tétricamente,
un negro casco.
El sol se
hallaba tras las nubes, como un salmón ahumado.
Tôru
Yasunaga apartó el ojo del catalejo de treinta aumentos.
Aún no se
veía rastro del mercante Tenr maru, que debía estar en el puerto a las cuatro.
Volvió a su
mesa y distraídamente pasó la mirada por los avisos del tráfico portuario de
Shimizu..Arribadas previstas. Navegación no regular. Sábado, 2 de mayo de 1970.
Tenr Mar japonés,
16,00. Naviera Taish Agente, Suzuichi. Procedente de
Yokohama.
Fondeadero 4 5, muelle Hinodé.
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