Carta a Baudelaire
Mi querido Charles:
Te preguntarás el porqué del “querido”, el porqué de la lívida hipocresía de osar equipararme a ti, del ansía de acercar incongruentes líneas de tiempo sólo para que las podredumbres de nuestros jardines se fusionen.
¡Pregunto y mi osamenta no responde!
Poco importa la fuente cuando los ojos son cuencos vacíos.
Heme aquí… buscando olvidos en los etílicos vahídos que no logran saciar la sed; cegándome la vista con tus letras cargadas de roja tinta que me hieren placenteramente.
¡Ay!, y te siento el patíbulo donde he de colgar la despreciable cáscara que arrastro como mortaja.
¡Tú, que viviste en el spleen que hoy habitan mis días! Sal del mismo infierno y ofréceme el silencio con que se visten tus huesos.
¡Apiádate de la miseria en que el poeta reencarnado en Lilith implora!
Porque no hay peor oscuridad que la del luminoso discernimiento, no existe más horror que el abrir los ojos a diario con la esperanza del no poder hacerlo.
“Semper Eadem” exclamaste en uno de tus versos…quizás esculpiste con tu sangre la frase en alguna orquídea negra de tus flores del mal; da igual.
Mi Pierrot interior se inclina ante tu nombre y besa tus despojos con el mórbido encanto de la envidia.
¡No habrá necrofilia que robe el corrupto secreto de tu sapiencia!
He de sorber el opio de los días hasta que el caprichoso acto de la tumba recién excavada asile este cuerpo que ya ha muerto hace tiempo, pero aún camina, vaya a saber por culpa de qué extraña inercia.
Me despido mi “querido” Charles, sin haber dilucidado el misterio del adjetivo aplicado.
O tal vez sí pero aún sin reconocerlo.
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