SR — Cuando cumplí cuatro años, mis padres se mudaron a la casa propia, mi casa natal. Él tenía un bar y mi mamá se dedicaba a nosotros y a mirar cuadros. Ella cantaba. Su madre había fallecido debido al parto. Convivíamos con mi bisabuela. El barrio fue el primer continente, el que gesta hasta la marcha de la respiración. Desde los cinco años hasta los dieciocho, estudié en una escuela religiosa. Cofradía que me transmitió el germen de lo que después sería el puente a la adultez. Fui una niña introvertida cuya alegría era compartir las siestas y los secretos con mi hermano menor. Lamentablemente falleció a sus veintinueve años, herida que no sé si cerrará. Yo no fui de hablar mucho pero sí inquieta, entiéndase que me costaba un esfuerzo sentarme a ver televisión, esa novedad. Un sábado a la tarde escuché la voz de un muchacho que decía “que por doler me duele hasta el aliento”. Era Joan Manuel Serrat entonando a Miguel Hernández. Ahí supe que me iba a dedicar a leer y escribir.
Al lado de mi casa hubo una librería en mi adolescencia (antes era un delicioso espacio con árboles frutales); pero la librería fue la fuente de mis primeras lecturas importantes. En casa había enciclopedias, biografías y lo que la escuela pudiera sugerir. ¡Pero yo estudiaba para Perito Mercantil! Así que comencé con los españoles, el ya citado Hernández, Antonio Machado, Federico García Lorca, también Pablo Neruda y todo lo que pudiera averiguar que existía. Nacía mi espíritu de investigación. Con el tiempo supe también que, al haber concluido la secundaria, ese mundo me expulsaba a la realidad. Nunca se sabe cuál es la realidad. Sin embargo, haber elegido la enseñanza con adolescentes, me pareció uno de los logros más valiosos, educar y aprender continuamente. Así que mi universo de lecturas nocturnas nunca se fue, transmutó, se flexibilizó, se expandió. Allí sigo, está en mí. La vida también me sorprendió ya que aunque no tengo un temperamento gregario, me sugirió un destino nómade. Me he mudado veintidós veces; y desde 2002 estoy asentada. Con respecto a mi casa natal, mis padres la vendieron en 1978. No puedo regresar y un espejismo me muestra que entonces era feliz, tema espléndidamente tratado por Marcel Proust en “El tiempo recobrado”.
2 — ¿Cuáles fueron las marcas dominantes, positivas y negativas, del período de tu formación?
SR — El profesorado me dio lo que estaba necesitando, que era “método”. Un método desde donde arribar la literatura. Antes había estudiado Relaciones Públicas, es decir, siempre las lecturas, los libros entraban en el territorio del placer. Y eso continúa. Ejercer la docencia me instruyó en esa patología que trae la denominada vocación; en mí se reveló después de estar ejerciendo. Los estudios posteriores me permitieron categorizar, priorizar, poder ver los universos que convergen en la palabra. Las ramificaciones, los rizomas bibliográficos se expandieron, fue un enriquecimiento. Alcanzar desde otros lados las palabras. Así fue como, en algún momento, trabajé en la Escuela de Orientación Lacaniana, motivando a los pacientes desde el área escritural. En 2009 me llamaron de la Facultad de Psicología para formar parte de un grupo cuya investigación se centraba En el nombre del padre; por supuesto, mis aportes siempre estuvieron enmarcados dentro del espacio de lo literario. Exploré la paternidad en “Pedro Páramo” de Juan Rulfo; la novela ofrece frondoso material, debido a la categorización de los hijos, especialmente la orfandad. Luego, busqué modelos más actuales y con respecto a la ausencia del padre, llegué a Manuel Puig [1932-1990] y “La traición de Rita Hayworth”. Escribí algunas ponencias relacionadas con el entorno político de la Argentina. Y me relacioné con una profesora que me propuso asociarnos para el análisis de las ocho novelas de Puig. No se puede obviar que “Pubis angelical” es la primera novela feminista. Concluida la elaboración, publicamos el volumen “Laberinto de ficciones”. Un mundo mágico y glamoroso.
No sé si hay marcas negativas, sé que nunca tomé examen si no era a carpeta abierta; me interesa que los alumnos (especialmente en el terciario, donde se preparan para ser profesores) sean capaces de razonar y de crear.
3 — Ni lo que solemos denominar “performances”, ni la actuación teatral, ni la locución, te son ajenas.
SR — Bueno, estos terrenos que encubren la exposición del cuerpo más que la letra escrita donde nos escondemos, me han ofrecido experiencias diversas, situaciones dispares. Cuando hice una prueba para actuar en “Saverio, el cruel”, de Roberto Arlt, me fue fabuloso. Aclaro que no soy buena actriz, sólo puedo hacer de mujer cruel. Lo que me resultó extraño a cualquier vivencia, fue la adrenalina con que se vive en el ambiente teatral. Hacíamos dos funciones los sábados. Fue maravilloso. Cuando comenzaron a superponerse las fechas, los horarios de ensayos con los exámenes, dejé el teatro y seguí estudiando.
En cuanto a la radio, trabajé como locutora publicitaria, pasando las tandas. Así era antes del auge de las FM. Había que hablar muy bien, saber coordinar el tono correcto. Nada de improvisar. Tiempo después tuve un programa en FM sobre temas de la cultura, y ya en 2004 acompañé al poeta Armando Raúl Santillán con un bloque que iba los jueves, efectuando algún reportaje. Me reencontré con Juan José Hernández [1931-2007], con quien había estado unos años antes en su departamento. Siento una profunda admiración por su obra; por trabajar con la parodia y la ironía de forma refinada, elegante. Cuando le comenté que enseñábamos literatura en 2º año con cuentos suyos, se horrorizó entre risas: “¿Cómo pueden hacerle leer mis cuentos a un adolescente?”. De esa etapa guardo recuerdos fuertes; y una foto de J. J. Hernández y Alejandra Pizarnik cuando reciben el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires: ella en poesía y él por sus relatos. La radio es un medio magnífico y la relación que se va estrechando con el micrófono permite un modo de expresión: soltar la voz con vida propia.
Con respecto a las performances, fue el principio de todo este recorrido, aún antes de publicar un poemario. Habíamos formado un grupo que llamamos Ixión. Éramos cuatro poetas (jovencísimos): tres compañeras del profesorado (de ahí el nombre hallado en el diccionario de latín) y un estudiante de psicología (todos nos recibimos); había una acompañante en flauta y Carlos Luchesse, que se convertiría en el mejor percusionista de mi ciudad. Recitábamos poemas con melodías adecuadas al texto. Lo más importante, sin embargo, fueron otros detalles: el montaje y habernos presentado el día en que Jorge Rafael Videla visitó Rosario, a causa del Mundial ’78. Habíamos provisto la sala (en un teatro) con candelabros de latón y velas, no usamos electricidad; detrás del escenario hervía una olla con eucaliptos —no se comercializaba el sahumerio—, y recibíamos al público con copas de vino. Un ambiente donde se despertaban los sentidos y se homenajeaba la poesía. Presentamos ese espectáculo, “Permeón, el camino de la poesía”, unos meses después en la Sala de la Pequeña Muestra, que pertenecía a Armando R. Santillán. Años después, con la artista plástica Marta Greiner realizamos una performance, “Poesía de lo efímero”, donde también nos acompañó Carlos Luchesse, coincidencias que nos regala la vida. Con una caja de luz donde depositábamos poemas, todo en un papel de transparencias dando ilusión por lo sutil. El sonido era suave, hecho con metales. También estuvo Marcelo Juan Valenti y el dibujante Max Cachimba. Al año siguiente, Marcelo y yo presentamos de ese modo nuestra novela a cuatro manos: “Caballo bifronte”. En cuanto a una performance titulada “Donde crece el silencio”, participamos dos poetas. Aquí el eje estaba puesto en lo visual, la ropa, los objetos. Guitarra de Carlos Casaza y un homenaje central en rojo y algo de negro hacia García Lorca, de parte de mi compañera, y por mi lado, a Miguel Hernández. Eso sucedió en 1983.
Las performances me dan mucho placer; es más: intento eso cuando presento los libros. La más parecida a una producción de esa índole fue la realizada por “Laberinto de ficciones”. Respetando la época en donde se plasma especialmente la literatura de Puig y los años dorados de Hollywood, la poeta Clara Rebotaro, quien me acompañó, lució un traje varonil blanco y corbata, tipo Marlene Dietrich y, por mi parte, intenté una Hedy Lamarr. La sala tenía arreglo para cine y Leandro Arteaga proyectó fragmentos de “Gilda” (Rita Hayworth), “El beso de la mujer araña”, un reportaje a Manuel Puig y una escena de la obra del chileno José Donoso [1925-1996], “El lugar sin límites”. Al público que llegaba se le regalaba un lápiz labial (por “Boquitas pintadas”) y una copa de licor (rojos y verdes). La música fue la recopilación de tangos y boleros que Puig intercala en los capítulos de sus obras, y también de la canción “La distancia” interpretada por el brasileño Roberto Carlos, ya que es el fondo donde se sitúa su novela “Sangre de amor correspondido”. Clara Rebotaro fue invitada para hablar acerca de las locuciones y giros cotidianos propios de esa época, ya que es contemporánea a Puig. La presentación se produjo entre las diez y las trece horas de un sábado; el impacto entre el ambiente y el mediodía rosarino fue portentoso. Una nota que reproduje en el blog de “La anémona vidente”, realizada por la periodista Eleonora Marín, da constancia de este hecho. Te cuento que tanto Clara como yo nunca nos informamos sobre el atuendo. Una vez más Roberto Juarroz se me presentó por su frase: “El azar es siempre una mano más segura.”
4 — Fuiste seleccionada en un concurso de Afiches por los Derechos de la Mujer. Pintás, creo. Y has expuesto Arte Correo.
SR — Sí, en 1997 hasta el ‘99 inclusive, tomé clases de dibujo y pintura con pastel. Una gran sorpresa, porque no se usan pinceles, los dedos hacen todo. Trabajé mucho y me gustaba, un día el profesor trajo la invitación a participar en el concurso de Afiches. También fue él quien envío los trabajos. Sólo éramos dos alumnos. Los docentes hacemos esas cosas, como alumna no lo hubiera presentado nunca. No gané, pero haber sido seleccionada me conmovió.
Ahora, este año estoy pintando con óleos y siempre acrílico; soy mejor dibujando. Todo esto que hago es como mail art. Empecé cuando Marcelo Juan Valenti me trajo una propuesta, a partir de cómo a cada uno le resonara el título “La condesa sangrienta”. Me entusiasmó, recuerdo haber hecho lágrimas de sangre con pétalos de malvón. Se envía por correo…, así que el original se fue pero eso no importa, lo que sinceramente vale es estar produciendo sin palabras, un recreo. En 2010 me llegó el catálogo de la Tercera Edición Bienal de Poesía Experimental de Euskadi. Y luego, varios de exposiciones. Lo mágico es que, por lo menos en mi caso, ni bien llevo el sobre al correo ya está, lo disfruté. Me encanta el collage y creo que aprendí en este tiempo.
Otra de las bifurcaciones fue trabajar con objetos intervenidos; hice varios, pero el que más me estimuló y cuyo resultado me satisfizo fue una convocatoria titulada “Corpiños”. Me valí de uno de una amiga; más bien grande, lo decoré con hojas, flores y bastante pintura, desde las más ingenuas, pasando por el dorado y arribar al otoño. Lo titulé “La edades de Clara-Eva”.
También adopto las mixturas con la literatura, y de esa manera, en 2006 he hecho plaquetas, un tríptico que se llamó “Biografía”, en sobres artesanales estampados entre hojas y flores del herbario y tinta, difundiendo una prosa poética. Lo hice en adhesión al Segundo Congreso de Poesía Latinoamericana, organizado por René Villar, en Mar del Plata.
5 — Participaste, cuatro años después, en el XIV Encuentro Internacional de Poetas en la ciudad de Zamora, Michoacán, México.
SR — Una experiencia brillante e inesperada. Viajé junto al poeta Gustavo Tisocco. Nunca había participado fuera del país y me sorprendió la camaradería que se produce entre los poetas en esa convivencia, no sólo literaria sino que surgieron espontáneas coincidencias, expectativas. El nivel de los poetas latinoamericanos, en esa oportunidad, fue muy elevada. Conocer parte de México, maravilloso. El color y la historia penetran en el ánimo, pude escribir. Se impusieron otros parámetros y modalidades, el humor y las canciones. En un marco distendido, la disposición de Roberto Reséndiz Carmona, el organizador del evento, fue ideal. En los días en que me alojé en el Distrito Federal, vino a visitarme la poeta Carmen Amato, con quien nos conocimos en Mar del Plata con motivo del Primer Encuentro Latinoamericano de Poesía. Ella me llevó a conocer Cuernavaca, y fue así que paseamos por el Jardín Borda. Le dije: “Acá voy a presentar el libro sobre Manuel Puig”, y en efecto, allí en 2011 presenté “Laberinto de ficciones”. Por cierto, lo más significativo es que aún se conservan algunas admiraciones y amistades. Eso es impagable.
6 — En co-autoría con Maira Máscolo, en 2010, se difundió “Interiores”, narrativa en CD. ¿Prevén editarlo en soporte papel? ¿A qué interiores aluden?
SR — El CD está conformado por dos partes. La primera se llama “Interiores” y consta de cuatro cuentos y un tango de Maira Máscolo, con prólogo mío. Y esos interiores aluden a lo más turbio de la personalidad. Mi sección, titulada “El pentágono de Bajtín”, son cinco cuentos unidos por la teoría crítica del lenguaje, el planteamiento de Mijaíl Bajtín [1895-1975]: "Hablamos con nuestra ideología (nuestra colección de lenguajes, de palabras cargadas con valores)”. Son ficciones concebidas con delectación, desde ese dicho: somos lo que leemos. No hay proyecto para llevarlo al papel, quedó todo ahí, surgió espontáneamente y el trabajo dual fue más que satisfactorio, pero ya está.
7 — Eduardo D’Anna es el autor —estudio y prólogo— de “Capital de nada. Una historia literaria de Rosario (1801-2000)” (Editorial Identydad, 316 páginas, 2007), en el que has sido incluida.
SR — Para mí fue una sorpresa recibir la invitación para la presentación de este volumen que trasunta una investigación concienzuda, comprometida, respecto a publicaciones de mi ciudad. Transcribo de la contratapa: “Más de 500 nombres y referencias a más de 2000 obras literarias constituyen el contenido de este libro, de consulta indispensable para cualquier interesado en la cultura de Rosario”.
8 — Otra propuesta se materializó en otro volumen, en 2008, y de ella sos la compiladora y prologuista: “Hybris”, poesía póstuma de René Villar (1964-2008).
SR — En 2004, cuando viajé a Mar del Plata para participar en la Marathónica, cuyo lema era “Cuando cese la noche”, línea de César Vallejo, conocí a René Villar e inmediatamente nos unimos como pareja. Me interesó de una manera recóndita su concepción poética: su elaboración para ser dicho el poema, su plasmación para la lectura individual. Su muerte fue rápida, enigmática y radical en mi vida. Generador de tantos espacios artísticos, y que tenía editado un sólo poemario: “El canto de la mujerosa”, que prologué con un texto denominado “Funámbulo de la palabra”. Teníamos como proyecto armar una editorial —“Del pasaje”—, y estaba en edición mi nouvelle “Polifonía”. El impacto de su ausencia me hizo olvidar todo, llegó el libro y dejé que quede así, sin presentación.
Entonces una fortaleza mágica, quizás, me llevó a empeñarme en buscar sus plaquetas. En Rosario él había ofrecido un recital llamado “Hybris”, con exposición de poemas objetos escritos, y trabajos con pinturas y collages realizados por él en tan sólo un mes. Armé un volumen y lo titulé como a su presentación, lo prologué. Ahora, han pasado siete años y puedo hablar de esto. El tiempo cercano a su muerte fue impregnado por la dolencia (que siempre resulta impotente y creemos infinita) y no tuve la fuerza de espíritu para asumirlo de inmediato. “Hybris” está agotado; ya ronda la idea de la segunda edición ampliada. Hay algunos amigos que tienen otras plaquetas de las que él colocaba en cada mesa de los ámbitos públicos de lectura y estoy efectuando una nueva recopilación. Este año pude publicar “Hacer el olvido”, un largo lamento a su ausencia. La Fundación de Poetas continúa con sede en la bonaerense ciudad de Mar de Ajó, y todos los noviembres se realiza una Marathónica. También mantuve la revista virtual de Villar, “La Anémona Vidente”, durante dos años, desde el 2008. Y esta labor me pareció determinar un territorio entre Villar y yo.
Como una cierta vuelta al inicio de lo que voy trasmitiendo, me agradaría compartir un breve texto de Marguerite Yourcenar, que incorporé en la contratapa de “Las palabras no pronunciadas”: “He soñado mis sueños; no pretendo que sean más que sueños. Me guardé muy bien de hacer de la verdad un ídolo, prefiriendo dejarle su nombre más humilde de exactitud. Mis triunfos y mis riesgos no son los que se cree; existen glorias distintas de la gloria y hogueras distintas de la hoguera. He llegado casi a desconfiar de las palabras. Moriré un poco menos necio de lo que nací”.
9 — ¿Hay por allí algún libro que preveas editar?
SR — No lo hay. En realidad, nunca preparo un libro y espero. Viene la oportunidad y extraigo de la computadora lo que ya está corregido. Tengo pendiente un volumen de cuentos desde 1993, con varios intentos fallidos. Estoy elaborando una ponencia sobre “La carta como recurso de estilo”. Y se está extendiendo porque en mis lecturas va apareciendo cada vez más bibliografía para aportar. Lo aplico en el Taller con mis alumnos —cuyas edades van desde los quince a los sesenta años— y escucho sus opiniones y observaciones.
10 — Has ido mencionando a un poeta —y también galerista— santafesino al que has tratado, imagino, bastante: Armando Raúl Santillán (1929-2013). ¿Quisieras ofrecernos una semblanza de él y de su poética?
SR — Sí, ha sido una amistad de cuatro décadas, alimentada lentamente. Armando fue una persona muy importante en la cultura de la ciudad, por sus conocimientos, sus contactos, su gusto. Estaba en todo evento, no sólo de literatura y pintura. Hemos compartidos lecturas, películas, música y también domingos en casa de Clara Rebotaro. A su galería se acercaban toda índole de artistas: Marco Denevi y Ernesto Sábato, entre los narradores más reconocidos; Pedro Giacaglia y los plásticos y escritores de Rosario. Esencialmente era un difusor y un compañero para la conversación y el intercambio de opiniones.
De su poética puedo acercarme con sus propias palabras, los últimos versos de “Poema con perfil nunca elaborado”: “Ahora marcho a decir por esta aurora, / no me arranquen el temor / de lo vivido, no me duelan la injusticia / de lo amado. / Que llovizne / sembrando con mis manos / los secos brotes de malvones, / sobre la casa triste, / que nunca pudo superar / mi infancia.” Así lo evoco. Y lo extraño.
11 — ¿Qué alternativas muestra u ofrece tu “Alternativas”?...
SR — Es una novela breve cuyo tema fundamental es la crisis de los cincuenta años en dos hombres. El título juega con la polisemia que depara el vocablo, ya que se refiere a las posibilidades de seguir o quebrar caminos. Uno de los personajes pasa de ser un psicólogo ortodoxo a implementar medicinas “alternativas”. Y entre otras ramificaciones, la nostalgia de los años juveniles.
12 — ¿Artistas plásticos, cineastas, narradores?
SR — Siempre estoy cercana a las artes plásticas, recorro museos, estudio un poco; pero fundamentalmente es como una herramienta en mis clases de escritura. Hay cuadros que cuentan historias, otros que derraman pinceladas de sentidos. La imagen es un motivador desmesurado. Para nombrar alguno, más allá de los clásicos, ahora estoy trabajando con cuadros de Edward Hopper. Fijate, Rolando, que “casualmente” una de sus pinturas inspiró la casa de “Psicosis”. ¿Ves?, esa película de Alfred Hitchcock la he visto innumerables veces. (De chica me había enamorado de los cuadros de Utrillo y creo que de él también. Fue la primera biografía que leí.) He tomado pequeños cursos de cine, nada más que para aprender, y tengo un listado variopinto de films que me atraen: cito uno: “Los sueños” de Akira Kurosawa. También elijo las películas por las actuaciones: Daniel Day-Lewis me parece el más maleable de los actores. Me entusiasma lo que hace Rebecca Miller (esposa de Day-Lewis e hija de Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath), guionista y directora de cine, actriz, pintora y novelista.
Fui formada en literatura latinoamericana y mis trabajos finales en cada carrera han sido sobre Juan Rulfo y luego Juan Carlos Onetti (quien me enseñó el uso de la adjetivación comprometida con el texto). Pero más allá de Faulkner, Henry James, Milán Kundera, Yourcenar, Roberto Bolaño, Yasunari Kawabata, que están dentro de mi categoría de relecturas, los últimos descubrimientos fueron, apenas por nombrar a algunos, Irène Nemirovsky, J. M. Coetzee, Alessandro Baricco, Sándor Márai, Doris Lessing.
13 — En 2005 dictaste un seminario, “Imposturas de las tramas”, sobre la obra de la gran Silvina Ocampo (1903-1993) en el Centro Cultural “Villa Victoria Ocampo” de la ciudad de Mar del Plata. ¿Cuál fue tu enfoque, los ejes principales?
SR — El grupo estaba integrado por escritoras. Participaban la poeta de México que ya nombré, Carmen Amato, y Leticia Ruíz, de Puerto Rico. Para ellas, Silvina —de quien sólo me aboqué a su obra narrativa— era una novedad reveladora, y terminado el curso fueron a las librerías a buscarla. La idea de elaborar un trayecto con respecto a la extensa y heterogénea producción de Silvina Ocampo, surgió de la necesidad de articular los conocimientos que se podían transmitir, ya que la autora innovó desde el ámbito semántico tanto como desde la estructura formalista. Si algo justifica su vigencia es la perdurable gravitación que poseen para la imaginación infantil las voces que cuentan los cuentos. Esto acerca al relato con sus raíces populares para encontrar una sintaxis más próxima a la del sueño y del recuerdo que a la linealidad del discurso comunicativo.
Me basé en el artículo “Tesis sobre el cuento” de Ricardo Piglia: Primera Tesis: Un cuento siempre cuenta dos historias. “El cuento clásico narra en primer plano la historia 1 y construye en secreto la 2.” Segunda Tesis: “La historia secreta es la clave de la forma del cuento y de sus variantes.” El eje fue desprendiendo otras ramificaciones, como la inclusión de lo kitsch, la evolución y desdoblamiento de los narradores en el mismo texto, el corte social, la perversión en la infancia. Nos valimos, además, del ensayo “Sobre los recuerdos encubridores” de Sigmund Freud. Los textos analizados de la Ocampo fueron: “Cielo de claraboyas”, “El impostor” y “Las fotografías”. Y concluyo esta respuesta con una frase de Silvina que me impacta: “No queremos a las personas por lo que son, sino por lo que nos obligan a ser.”
14 — Fritz Perls, entiendo, es el autor de la oración de la Gestalt: “Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo./ No estoy en este mundo para llenar tus expectativas./ Y tú no estás en este mundo para llenar las mías./ Tú eres tú y yo soy yo./ Y si por casualidad nos encontramos es hermoso./ Si no, no puede remediarse.” ¿Comentarios... o, acaso, una “oración” de tu autoría?
SR — Como expresé en renglones anteriores, mi acercamiento al pensamiento de Mijaíl Bajtín me hace comprender que somos una cadena de voces, nada es tan personal. No puedo adjudicarme ningún pensamiento propio, lo que es propio es el modo en que la experiencia nos lleva a producir.
15 — ¿Cómo afecta tu obra el mundo de los sueños? ¿Tomás prestado o trasponés el contenido de tus sueños o ensoñaciones a la literatura?
SR — El mundo de los sueños es el germen de la mayoría de los cuentos y prosas poéticas, es algo tan inconsciente que el mecanismo se me escapa, pero no lo sabría traspasar sin filtrarlo por la literaturidad que da la escritura. Lo más atrayente es la función estética que indulgentemente aporta. El estallido inimaginable de sinestésicas emociones.
16 — ¿Te sentís vinculada a la estética de una generación o grupo literario?
SR — Realmente no; quizás otros al leerme encuentren afinidades porque los autores tenemos la posibilidad de cambiar permanentemente; los grandes que han marcado camino nos han legado un estilo, una ruta necesaria para la formación en nuestra condición de lectores. En un comienzo atino a entrever una adhesión a la poética setentista con el verso libre y una protesta camuflada en mi caso, pero luego vinieron otros descubrimientos y en la actualidad me apoyo en mis textos para partir de allí y alumbrar otras voces.
17 — ¿Cómo juzgar la autenticidad de un poema? ¿Cómo juzgar la validez de un poema?
SR — Entiendo que el arte poético tiene alguna normativa, especialmente en el ritmo y la estructura. Hay poemas que son buenos y a veces no logran conmoverme, porque les falta la pulsión, el desprendimiento del autor. El dejar todo allí. Al trabajo, al oficio hay que sumarle el misterio. Y a la manifestación volcada desmesuradamente hay que atraparla con la estructura que corresponde a cada argumento.
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