da en la ciudad solía verla casi todos los días porque la casa en
la que vivía estaba justo enfrente del anexo del Ayuntamiento.
Salía y entraba con su hermana pequeña, acompañada a menu-
do de otros chicos jóvenes, cosa que, como es lógico, no me
agradaba. Cuando las carpetas y los libros me daban un respiro
me ponía de pie junto a la ventana y miraba sobre la carretera
esperando encontrarla. A última hora de la tarde lo consignaba
en mi diario de notas, al principio con una X y luego, cuando
supe su nombre, con una M. También la vi en la calle varias
veces. En una ocasión estuve justo detrás de ella en una cola en
la biblioteca pública de Crossfield Street. No me miró ni una
sola vez pero pude observar su cabeza por detrás y su pelo re
-cogido en una larga coleta. Era muy pálido y sedoso, como los
capullos de Burnet.
Siempre llevaba el pelo recogido en una
única coleta que casi le llegaba hasta la cintura y que a veces
le caía por la espalda, otras de lado y otras por delante. Hubo
sólo una ocasión, antes de que viniera aquí como mi huésped,
en la que tuve el privilegio de vérselo suelto. Era tan hermoso
que casi me dejó sin respiración, parecía una sirena.
Hubo también otra ocasión, un sábado libre, en que fui
al Museo de Historia Natural y regresamos en el mismo tren.
Se sentó a tres filas de distancia de donde yo estaba sentado y
en el mismo lado y se puso a leer un libro. Pude observar-
la durante treinta y cinco minutos. Siempre que tenía oca-
sión de observarla tenía la sensación de estar atrapando un
ejemplar muy raro, de que mis movimientos debían ser muy
cautelosos. Tenía siempre el corazón en la boca, como suele decirse.
Una Amarilla Pálida por poner un ejemplo. Siempre pensé en ella
de esa forma; utilizando palabras y formas
esporádicas y elusivas, y muy refinadas también... no como
las otras, ni siquiera las hermosas, palabras de verdadero
conocedor.(Fragmento )
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