lunes, 6 de julio de 2015

Algunas consideraciones acerca del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán Por Flavio Crescenzi

 

                                           
Oh, Alma mía, no aspires a la vida inmortal,
  pero agota el campo de lo posible.
                                                                                                      Píndaro
 
 
I
 
Es probable que la expresión más significativa del realismo español sea la novela picaresca. Este género que nace oficialmente con el Lazarillo de Tormes (aunque con antecedentes de igual valía) se proyectará a lo largo de los siglos, inundando con su influjo las estéticas del esperpento valle-inclanesco y del tremendismo de posguerra. La picaresca podría definirse como una negación de los valores renacentistas que no eran otros que los clásicos —aquella ortodoxia asfixiante para la emancipación del espíritu— en donde el resentimiento del pícaro vulnera toda moral para entrar en un mundo cerrado y antiheroico, donde no caben ni la gloria, ni la honra, ni la belleza, ni el amor. La existencia es dolor, mal, crueldad, hambre, desconfianza. Tras esta visión se eleva, como suprema ley de la vida humana, el concepto barroco por excelencia: el desengaño.
 
La novela picaresca presenta varios aspectos formales, caracteres específicos que constituyen tópicos legitimadores, marcas identificadoras:
 
  • la forma autobiográfica: el mundo visto a través de los ojos del personaje, en este caso el pícaro;
  • la baja extracción social del héroe, de cuyo deshonroso linaje -padre, madre- suele darse cuenta en el primer capítulo;
  • el que el protagonista, además de pertenecer a una clase ínfima, sea un adolescente, casi un niño, de modo que el tema central es en gran medida el crítico viaje iniciático desde una infancia infausta hasta una madurez equívoca;
  • vagabundeo y servicio a varios amos, con la correspondiente pintura de diversos ambientes, tipos o profesiones;
  • considerar la satisfacción de necesidades primarias, especialmente la del hambre, como móvil supremo de la vida.
 
Estos elementos, con su atendibles variantes, podrán apreciarse en casi todas la novelas del género. Pero, sin lugar a dudas, el sentido, la psicología del pícaro, están cimentados en el uso del engaño, la burla, y el robo como instrumentos, con desprecio marcado hacia el trabajo y un deseo de libertad logrado en una vida andariega.
 
II
 
Si comparamos La vida del Guzmán de Alfarache con el Lazarillo, vemos que Mateo Alemán, sin ignorar los elementos formales ya enumerados, le da mucho más extensión y una estructura más compleja a su novela. El protagonista no es ya un simple chiquillo que se conforma con obtener su alimento a cambio de penurias; es un aventurero que ejerce oficios diferentes pasando por varios estados. Es mozo de venta, esportillero y estafador en Madrid, ladrón en todas partes; en Toledo vive a lo grande; va de soldado a Italia; en Roma es sucesivamente mendigo, paje de un cardenal y criado de un embajador; sirve de tercero a su amos y tiene él mismo aventuras amorosas, hasta que termina en galeras.

No sólo nos pinta el autor la vida en varias ciudades de España y de Italia, sino que el cuadro abarca a casi todas las clases sociales. Entrelazados en el cuerpo de la obra, con la narración de las andanzas del pícaro, aparecen dos nuevas directrices: la digresión moral y la miscelánea literaria. Se relatan novelas de distinto tipo y se introducen fábulas, alegorías y papeles satíricos, tan abundantes en la literatura del siglo XVII. Estamos frente a una nueva técnica novelesca, cuyo carácter esencial consiste en la acumulación de formas y temas dentro de la unidad que da la narración de la vida del protagonista, regida por el sino de la aventura. Esta estructura será seguida por todos los novelitas inmediatamente posteriores, desde el mismo Cervantes hasta Gracián.

La Primera parte de la vida de Guzmán de Alfarache se publica en Madrid en 1599; la segunda, cinco años más tarde. Esta segunda entrega gozaba de un significativo subtítulo: Atalaya de la vida humana. Es que el Guzmán es, en el fondo, un libro ascético, empapado de amargura, basado en el desprecio del mundo y de la vida temporal, tema obsesivo de los predicadores y escritores religiosos de la Contrarreforma. Según esta interpretación, Guzmán, pícaro y antihéroe, sería la encarnación y trasunto del hombre como pecador, y la historia poco edificante de sus hazañas, recorrido desde el pecado original, a través de los vicios y maldades del mundo, hasta la salvación por el arrepentimiento y la renuncia.

A punto de ser liberado de las galeras, Guzmán concluye: «Aquí di punto y fin a estas desgracias. Rematé mi cuenta con mi mala vida. La que después gasté, todo el restante della verás en la tercera y última parte, si el cielo me la diera antes de la eterna que todos esperamos».
 
La tercera parte no llegó nunca a publicarse. Si Alemán llegó a escribirla, o intentó hacerlo —cosa dudosa— hay que suponer que sería testimonio de la penitencia y el buen vivir del pícaro arrepentido y esto, claro está, la alejaría del género y, en consecuencia, del propósito de este trabajo. Ya sea por el morbo latente de todo lector medio, ya sea por alguna clase de determinismo inconfesable, sólo la fatalidad logra encantarnos, sólo la tribulación nos ilumina. Las vidas ordenadas, dóciles, previsibles, nunca serán materia literaria, nunca serán hechos narrables. La poesía es trágica, y el hombre, arrojado a este árido escenario que es el mundo, carga con sus tragedias y carga con sus virtudes; pobre de aquel que no asuma poéticamente esta condena.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

El septyimo cielo en los ojos n°60