El libro estuvo presente, junto al resto del catálogo de la editorial, en la Feria del Libro de Guadalajara
Patibularios
I
Mi corazón, en su afán de no ser piedra ni reliquia, insiste
en suavizarse con cualquier sumiso advenimiento: se arroja a los pies
de damas leves y les lame las suelas y las sombras y espera,
jadeando, a que le arrojen el hueso merecido. Inútil es advertirle
de su error, acusarlo de complaciente y de rastrero, no me hace caso;
como mi hígado, esta otra achura se rebela queriendo abandonar la
gélida fortaleza que lo cubre. Por ahora, lo tengo controlado. Las
mujeres que frecuento hasta dudan de su existencia debido a sus
escasas manifestaciones, pero no puedo darle rienda suelta, sé de lo
que es capaz de hacer si me descuido. El corazón, ese fruto amargo
que nos come, no está preparado para la filosofía ni para otras
estrategias. Como todo animal es un tirano, como todo tirano es un
temblor de dientes o un volcán que nos ordena.
II
La escritura como osamenta. Esta escritura desatada, tan
cervantina ella, tan invisible pese a las manchas que la ciñen, es
lo único que justifica el paso cansino de los días. Hay un escritor
verdugo en este rostro, una escolta que avasalla la letra y la
palabra hasta llenar de enjambres lo pálido de esta hoja fatal que
no comprendo. Lo verdadero es sólo lo que está escrito entre mil
ruinas, lo otro es la marea ágata que agota sus recursos de sirena
en pos de un sueño, lo otro no me basta. La literatura es el espacio
de paz que me resuelve, la instancia final en donde el signo cumple
sus rituales más pesados, en donde el nombre y las cosas víctimas
del nombre se divorcian para dejar un niño hermoso llorando en el
silencio. Siempre estaré empapado de escritura, siempre seré el
niño antes mencionado, tal vez el signo o la cosa que lo porta,
siempre el navegante entre dos mundos de miserias, el que abre un
libro, no ya para robar sus secretos de huracán en bocas rotas, sino
para leer lo que danza azul en mi añejada biblioteca, en ese suspiro
trivial que nos deshoja.
III
El suicidio de Werther, el de Larra, pero también la belleza
mercurial de Lady Lilith, la de las vírgenes carnales de un
Botticelli ambiguo en sus seis trazos, la extravagancia del dandismo
impenitente que ahora exhibo, han equilibrado el cosmos buenamente,
lo han inclinado unos milímetros al norte de mis ecos. El gesto
provocador que me endilgan las comadres es parecido a ciertos
paisajes restaurados con incienso, a rosas que
se encienden sin alivio. En esta aristocrática revuelta hecha de
alcoholes, en donde establezco un culto a mí mismo sin cantos
asordados (ay, Whitman barbado e insolente), sólo busco el placer de
sorprender sabiendo que ya no podré sorprenderme casi nunca,
sabiendo que esta vida de fealdades aparentes es una ironía leve
como las clínicas de dios o el plenilunio. Anuncian nuevas
ejecuciones públicas hoy día; yo, como Valéry, languidezco de
belleza.
IV
Barroco y surrealista me dicen. Honestamente, no sé dónde
termina lo uno y dónde comienza lo otro. Mi barroquismo es visceral,
enfático, lleno de la desesperación del que es conocedor del vacío
y lo combate. Barroco es aquel que no conforme con vivir en un mundo
vacuo, incoloro, moderado, intenta llenarlo con lo que tiene a su
alcance. Yo tengo a mi alcance el surrealismo. Dejando toda teoría
de lado, afirmo que mi barroco/surrealismo es algo así como una
militancia. ¿Y el poema entonces? El poema lo estoy haciendo con mi
pecho, lo miro con mi boca, lo oigo con mis ojos y está,
seguramente, en algún lugar fuera de esto, digo, de este texto
apenas si visible entre mil sueños.
V
Magnificamos los hechos para darle la espectacularidad requerida;
focalizamos la mirada en un fragmento de escena y lo resignificamos
para que el momento, «la epifanía» (¿no es así, Joyce?),
adquiera el valor estético apropiado. Nos manejamos con elipsis
porque no hay que nombrar los objetos escogidos para el trabajo en
cuestión que es innombrable. Toda descripción será una imagen,
toda imagen una metáfora violenta que arranque dentaduras, que
consterne hasta el desmayo. Dominamos esta técnica a la perfección
para que nuestras miserables, intrascendentes vidas, a la hora de ser
narradas, tengan algo de belleza. El estilo lo es todo, lo único que
nos diferencia, en realidad, de un barbero o de un agente bursátil.
Sólo el estilo perdura y define una conducta, lo otro es anécdota,
sentimentalismo barato o jactancia intelectual. Lo otro, como probará
este texto que respira mil veces tu nombre en cuatro síncopas, no me
importa en absoluto.
Arte poética
Arte poética
Escribir, pintar, hacer arte es sorprender la cosa en su momento metafórico.
Francisco Umbral
este puño de óleos y tijeras
este puño de óleos y tijeras
esta
tinta de hambrunas transformada
el
gozo estrellándose en el lienzo como una gran prudencia
se
agitan frente al aire y aire azul son en su idioma
porque
la lengua es ya palabra que mancha sus raíces
de
ser cierto el ojo y su arrebato
el
mundo sería un mantel de furias o dinteles
piedra
inacabada que habremos de esculpir en los follajes
con
una ausencia de aves provisoria
hasta
que nos llueva un puente de azúcar o silencio
es en
lo blanco en donde el papel se abriga
se
asoma mercenario del alba con sus frases
como
un dilema de astucias entrando en su coherencia
y una
música de ámbar o cuchillos
a
punto de confesarnos en ciernes su bravura
mirar
la tarde de la letra en su apogeo
tardes
de niños pecosos y en polainas
dándome
ya un bullicio pueril de arroyo intacto
miel
que se me antoja un suave aroma
para
que el color adquiera su forma verbal definitiva
Paisaje de lluvia y flânerie
La lluvia registra
los días hasta el fondo de los ojos
que viajan a la
velocidad de los ritmos conocidos
Juan Larrea
fluye
una saliva vertical un tiempo roto
tiempo o
quejido quebrándose en dos ya por el aire
temblor seguro
o mancha o pliego yerto
ojos
rapaces en marcada actitud mesopotámica
sutiles
ojos anteriores a la invención de la imprenta
la
lluvia es una maltrecha realidad de bronce y humo
el
día es un sopor ardiendo incluso más por sus costados
un
giro gris un improbable y último drenaje
luctuoso
rostro que le lame los labios al hastío
porque
el hastío es ahora un saco de azúcar y hemorragias
no
alcanza ya la música ni el labio demorado
el
día irrumpe livianísimo con sus frailes y sirenas
las
calles insisten en huir al sur por otras calles
como
serpientes únicamente hambrientas de su espejo
ya
que no hay más ventanas dispuestas al sólido beso de un
ladrillo
fluye
una saliva vertical un tiempo roto
una
flauta dibuja la lluvia que las palomas inventan
Oda a Enrique Molina
y
justo al decir amor hermano mío
el
mediodía se nos cagó de risa en pleno rostro
abrió
sus venas como exclusas o calandrias
porque
sabía que un barco se llevó nuestros nombres en su huida
y
porque no hay incesto mayor que el del viento y el oleaje
la
memoria danza todavía sobre sus pájaros largos
como
en una serie tropical de goce indefinida
y es
tan vegetal el cuello amado su piel su cabellera
tan
beduina su ansia cuando se nos escapa el mundo
que
es imposible no fundirse esperanzado a los caprichos del verbo
yo
comparto tu sed tu mar tu laberinto
me
inmolo en los papeles tardíos de mi hartazgo
surco
las normas con un espanto dulcísimo
hasta
que podamos pintarle en los párpados al planeta sus temblores
ni
bien un volcán se haga riesgo o beso en mis heridas
tu
nombre guarda en sus tres sílabas una amistad y un guante
es
menos una mano que un racimo de dedos señalando
señala
puertos cuando son tímidos adioses o pañuelos
la
materia vuelta espejo o agua o sueño esquivo
el
breve salto a lo profundo del que hablaban las sirenas
Nocturno de fuego y de
caballos
Un
caballo que relincha es un alma en pena, y es también un metal
noble.
Eduardo
Chicharro
qué
clase de sombra piafa ahora por los callejones nocturnos
qué
asordado tropel de amianto o de topacio
si
hay crines azules clavadas a lo ancho de mi sangre
metálicos
cascos por mis venas de azufre cabalgando
como
si fuera yo también un hipódromo de cobre que no duerme
ya he
dicho que galopan millones de equinos por mi sangre
que
un triunvirato de furias se escapa azul por mis rodeos
que no
tengo más audacias en mi lengua que un quebranto
durísimo
quebranto que en su sed de tropa se apresura
arrasando
a su paso con el frío mineral y la prudencia
a
veces el destino de mis lágrimas asciende
al
nivel del éter del mar del plenilunio
corrompe
con su asfixia las ventanas
y
unos párpados se cierran ya dolidos
al
tiempo en que el metal se funde con un nombre
qué
clase de sombra piafa ahora por los callejones nocturnos
una
que ampara en su espuma sus relinchos
Balada para lo que sí vuelve
Todo en vos suena a futuro. Lo dicen mis brazos que se
extienden, lo dice el viento en su sentencia, lo claman las campanas
de un templo que se hunde. No sé tu voz ni tus recelos, no sé si
hay huesos en los guantes, pero ya me han brotado mares de los ojos y
un pez enorme se ha comido mi orgullo en dos mordiscos. Hay un revés
de sombras en mi boca, ya se las escucha volver a sus corrales,
tienen miedo de nosotros cuando tejemos brumas polvorientas, miel de
estambre, pájaros que explotan de funestos perdiendo su gordura.
Sobran las palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos, falta un
grito. Me he puesto pestañas de aluminio para que el sol no me
enceguezca, me he puesto tu recuerdo de risas como líneas, toda eras
de vidrio si tu palabra me marcaba, toda de una dulzura añeja y
conocida. Sobran las palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos,
falta un grito. Tu rostro es un palacio del que debo rescatarte, las
nubes se enciman como heraldos y cambiarán este buen clima. Ya
piafan los caballos su coz de siete trinos y no hay relincho que
quepa en un anzuelo. Sos la hermosura que viene a hacer justicia en
un desierto de morsas que se expande, sos la hermosura y ya no
importa. Sobran las palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos,
falta un grito. Me encadenaré a tu alma bulliciosa como un preso a
la piedra que lo guía, me haré tu sombra compañera por los
próximos eclipses, por los próximos fulgores y te haré saber de
dónde hemos venido y hacia dónde vamos para amarnos. Que nos teman
los cuervos pendencieros, que nos tema la estéril vanidad de los
narcisos, que nos teman, vida mía, que nos teman. Sobran las
palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos, falta un grito. Un
huracán guarda su semilla dentro tuyo, yo recogeré toda cosecha.
Pasos
ya
he dicho que tu voz es fuego funerario
futuro
azul o mar que vuelve
que
en ella las aves se incendian sordomudas
porque
tu rostro es verbo en tiempo no corrupto
metonímico
rostro de cuello y de muñecas
soy
la sombra de tu cuerpo últimamente
una
batería de guantes y de nombres que no acaba
aquella
que transforma en plenilunio los faroles
golpeando
el aire con más aire y fina hierba
manos
que asumen fatalmente su caprichosa simetría
los
árboles nos dictan su verde melopea
y
estás a cada paso bebiendo de mis manos
artera
en tu presencia aguda en tus anuncios
provocando
catástrofes de azúcar en la tarde
como
viejos cuchillos de pluma y de degüello
todo
el paisaje es tu rostro de nupcias cabalgando
todo
es un clamor antiguo de ramas o silencio
pasos
de niebla de música o escarcha
cuerpos
precediendo a la noche que llorando
hace
que el sol se descuelgue a lo lejos de rodillas
Plus Ultra
porque
la muerte ha escupido neblina sobre los últimos barcos
y en
el pecho hay tambores ametrallando una herida
cal
que se yergue sal que se instaura
la
noche se escapa de mi pecho como un tigre que ríe
o
como cuando un ave en su ojo una grieta se lleva
porque
todavía un sudor no es mar ni colofón ni duda
y en
la cama hay campiñas esperando su arado
cuerpo
tendido mueca anhelada
tu
boca es un corso de añoranza y azufre
una
caverna a oscuras donde no se leen los mitos
porque
todo abrazo es temblor o una mejilla sin rumbo
y hay
voces colgando de millones de tímpanos
llanto
no dicho ceja o silencio
no
debe dudar tu nombre de este mar sin pupilas
ni de
estos pies sin estribos que en tus aguas pasean
Retorno
entre temblores entre dulces espesuras
urgida de vaivenes y mareos
de hilos que atan lo inefable
volviendo al filo de tu voz que se proyecta
hilo a filo de seda o alfil triste
fijando un punto de mármol en el cielo
moviendo el tiempo de tus besos a mi carne
así volviste
mirando el negrísimo mar que ya se enarca
con un desdén de luna forajida
con un relieve de arena en cada mano
jinete o montura de tu cuello
público templo que en soledad se arriesga
a la faena de ser alma en voz que trina
a recuperar sus propias odiseas
así volviste
siendo rumor de lo que fuiste entre mis brazos
sabor de almíbar en mi lengua
página erguida que busca su palabra
y es más palabra azul que tanta búsqueda
con ojos entregados al asombro
con esos ojos que hablan cuando besan
pan para mi hambre remotísima
así volviste
y volviste sin nunca haberte ido
con eso de fragancia o de postales que tienen los regresos
con tímidos anhelos de gloria en los bolsillos
un sol en cada dedo y un milagro
cuerpo que pasa silbando mi nombre más secreto
tren que hace escala en todas mis certezas
y en cada una suben más con su gran carga
llena de mí para llenarme
así
volviste
Tríptico de regresos
I
Aquellos ojos tuyos de diciembre, aquel temblor de juncos o de sables
(ay, cuello de nácar e insolencia, vientre insumiso) han decidido
regresar por fin a mi elocuencia. Y ha sido una erosión de ansias y
saliva, un estrépito de cáñamo y de versos, el que ha logrado
acercarte un poco más a estos caprichos. No he visto más astucia
que una tarde enfriando el horizonte con su calor de rímel y
plegarias, no ha sido el sol sino un sirviente; este río de sed y
platería, este río mismo en que te beso, no ha cesado de
incendiarse, y no alcanzan ya las cimitarras para repartir el cielo
en tajadas justas para el mundo. Tu boca ha dicho «he vuelto»,
mis piernas ahora se burlan del asfalto.
II
Te he mantenido viva a fuerza de tinta y jazz y whisky
turbio. El humo ha sido un ánfora de rezos en donde tu rostro se
asomaba como una inmensa epifanía. El humo no sabe de romances, sólo
cabalga como un necio por un mar de dunas y de escombros, sólo le
muestra los colmillos al rocío, le esculpe un torso al desamparo.
Las veces que le he hecho el amor a tu nombre al escribirlo.
III
Tu boca es de fuego nuevamente, hembra de nata y espejismos, hembra tatuada de mí hasta en tu sexo. Los golpes ya son puños; el tórax, un galope; las manos que han moldeado tu sombra la están palpando fuerte (materia o sangre, aroma o ruido) hasta que un cónclave de lunas oscurísimas delimite tu forma más perfecta. Todavía es amor aquí en el calendario, todavía el corazón es un perro silencioso riéndose a lo lejos.
Tríptico de éxodos
Las piernas te pesan como mares, tu espalda carga con cientos de
molinos (molinos de fuego como aspas, molinos de prisa o de
silencio), un toro impenitente suplica por más campo, y el campo es
un oleaje de truenos que te nombra. Las madres que te niegan se
esfuman como humo, tu mano es un pájaro que aferra ya tu cuerpo,
este níveo cuerpo que devoro, hoy te duelen de furia tus ojos de
metralla.
II
Ya nada se asemeja al claustro o las plegarias, esos ritos de
insomnio y de temblores que seguías, te han visto las lunas llorando
un gran desierto, de fósiles y lava, de aire o pesadilla (ay, corcel
de mármol que cabalgo, lienzo o herida), como si alguien mereciera
inmolaciones de suelo y de derrumbes. La palabra esconde otras
palabras que detonan más palabras sin atajos, familia esconde fámulo
o siervo o mayordomo, la huida es un verso pintando sus urgencias con
saliva.
III
Los días pasan díscolos como un arroyo afilado, le cantan loas
a tu carne, se estilizan, como si ya hubiese un punto de quiebre en
cada astro o astros azules se entregaran al asombro. Bisagra de tu
historia es esta historia, sopor de alba o luz que llega, marea
anclada a un horizonte de melindres. Mi brazo se adhiere a tus
reservas, a tu dolor se suma, nada como un perro al punto abierto en
que te beso, y hay más beso en el mañana que se abre, coros que
ensayaron su entonación en un crepúsculo.
Una selección de poemas y prosas poéticas de La ciudad con Laura.
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