miércoles, 8 de julio de 2015

La Ciudad con LAURA -Flavio Crescenzi

  El libro estuvo presente, junto al resto del catálogo de la editorial, en la Feria del Libro de Guadalajara

                                     

 

Patibularios




I

 

Mi corazón, en su afán de no ser piedra ni reliquia, insiste en suavizarse con cualquier sumiso advenimiento: se arroja a los pies de damas leves y les lame las suelas y las sombras y espera, jadeando, a que le arrojen el hueso merecido. Inútil es advertirle de su error, acusarlo de complaciente y de rastrero, no me hace caso; como mi hígado, esta otra achura se rebela queriendo abandonar la gélida fortaleza que lo cubre. Por ahora, lo tengo controlado. Las mujeres que frecuento hasta dudan de su existencia debido a sus escasas manifestaciones, pero no puedo darle rienda suelta, sé de lo que es capaz de hacer si me descuido. El corazón, ese fruto amargo que nos come, no está preparado para la filosofía ni para otras estrategias. Como todo animal es un tirano, como todo tirano es un temblor de dientes o un volcán que nos ordena.

 

II

 

La escritura como osamenta. Esta escritura desatada, tan cervantina ella, tan invisible pese a las manchas que la ciñen, es lo único que justifica el paso cansino de los días. Hay un escritor verdugo en este rostro, una escolta que avasalla la letra y la palabra hasta llenar de enjambres lo pálido de esta hoja fatal que no comprendo. Lo verdadero es sólo lo que está escrito entre mil ruinas, lo otro es la marea ágata que agota sus recursos de sirena en pos de un sueño, lo otro no me basta. La literatura es el espacio de paz que me resuelve, la instancia final en donde el signo cumple sus rituales más pesados, en donde el nombre y las cosas víctimas del nombre se divorcian para dejar un niño hermoso llorando en el silencio. Siempre estaré empapado de escritura, siempre seré el niño antes mencionado, tal vez el signo o la cosa que lo porta, siempre el navegante entre dos mundos de miserias, el que abre un libro, no ya para robar sus secretos de huracán en bocas rotas, sino para leer lo que danza azul en mi añejada biblioteca, en ese suspiro trivial que nos deshoja.

 

III



El suicidio de Werther, el de Larra, pero también la belleza mercurial de Lady Lilith, la de las vírgenes carnales de un Botticelli ambiguo en sus seis trazos, la extravagancia del dandismo impenitente que ahora exhibo, han equilibrado el cosmos buenamente, lo han inclinado unos milímetros al norte de mis ecos. El gesto provocador que me endilgan las comadres es parecido a ciertos paisajes restaurados con incienso, a rosas que se encienden sin alivio. En esta aristocrática revuelta hecha de alcoholes, en donde establezco un culto a mí mismo sin cantos asordados (ay, Whitman barbado e insolente), sólo busco el placer de sorprender sabiendo que ya no podré sorprenderme casi nunca, sabiendo que esta vida de fealdades aparentes es una ironía leve como las clínicas de dios o el plenilunio. Anuncian nuevas ejecuciones públicas hoy día; yo, como Valéry, languidezco de belleza.

 

IV

 

Barroco y surrealista me dicen. Honestamente, no sé dónde termina lo uno y dónde comienza lo otro. Mi barroquismo es visceral, enfático, lleno de la desesperación del que es conocedor del vacío y lo combate. Barroco es aquel que no conforme con vivir en un mundo vacuo, incoloro, moderado, intenta llenarlo con lo que tiene a su alcance. Yo tengo a mi alcance el surrealismo. Dejando toda teoría de lado, afirmo que mi barroco/surrealismo es algo así como una militancia. ¿Y el poema entonces? El poema lo estoy haciendo con mi pecho, lo miro con mi boca, lo oigo con mis ojos y está, seguramente, en algún lugar fuera de esto, digo, de este texto apenas si visible entre mil sueños.

 

V

 

Magnificamos los hechos para darle la espectacularidad requerida; focalizamos la mirada en un fragmento de escena y lo resignificamos para que el momento, «la epifanía» (¿no es así, Joyce?), adquiera el valor estético apropiado. Nos manejamos con elipsis porque no hay que nombrar los objetos escogidos para el trabajo en cuestión que es innombrable. Toda descripción será una imagen, toda imagen una metáfora violenta que arranque dentaduras, que consterne hasta el desmayo. Dominamos esta técnica a la perfección para que nuestras miserables, intrascendentes vidas, a la hora de ser narradas, tengan algo de belleza. El estilo lo es todo, lo único que nos diferencia, en realidad, de un barbero o de un agente bursátil. Sólo el estilo perdura y define una conducta, lo otro es anécdota, sentimentalismo barato o jactancia intelectual. Lo otro, como probará este texto que respira mil veces tu nombre en cuatro síncopas, no me importa en absoluto. 


 Arte poética










Escribir, pintar, hacer arte es sorprender la cosa en su momento metafórico.

 

Francisco Umbral 
este puño de óleos y tijeras

esta tinta de hambrunas transformada

el gozo estrellándose en el lienzo como una gran prudencia

se agitan frente al aire y aire azul son en su idioma

porque la lengua es ya palabra que mancha sus raíces



de ser cierto el ojo y su arrebato

el mundo sería un mantel de furias o dinteles

piedra inacabada que habremos de esculpir en los follajes

con una ausencia de aves provisoria

hasta que nos llueva un puente de azúcar o silencio



es en lo blanco en donde el papel se abriga

se asoma mercenario del alba con sus frases

como un dilema de astucias entrando en su coherencia

y una música de ámbar o cuchillos

a punto de confesarnos en ciernes su bravura



mirar la tarde de la letra en su apogeo

tardes de niños pecosos y en polainas

dándome ya un bullicio pueril de arroyo intacto

miel que se me antoja un suave aroma

para que el color adquiera su forma verbal definitiva










Paisaje de lluvia y flânerie










La lluvia registra los días hasta el fondo de los ojos

que viajan a la velocidad de los ritmos conocidos 

 

 Juan Larrea



fluye una saliva vertical un tiempo roto

tiempo o quejido quebrándose en dos ya por el aire

temblor seguro o mancha o pliego yerto

ojos rapaces en marcada actitud mesopotámica

sutiles ojos anteriores a la invención de la imprenta



la lluvia es una maltrecha realidad de bronce y humo

el día es un sopor ardiendo incluso más por sus costados

un giro gris un improbable y último drenaje

luctuoso rostro que le lame los labios al hastío

porque el hastío es ahora un saco de azúcar y hemorragias



no alcanza ya la música ni el labio demorado

el día irrumpe livianísimo con sus frailes y sirenas

las calles insisten en huir al sur por otras calles

como serpientes únicamente hambrientas de su espejo

ya que no hay más ventanas dispuestas al sólido beso de un ladrillo



fluye una saliva vertical un tiempo roto

una flauta dibuja la lluvia que las palomas inventan










Oda a Enrique Molina










y justo al decir amor hermano mío

el mediodía se nos cagó de risa en pleno rostro

abrió sus venas como exclusas o calandrias

porque sabía que un barco se llevó nuestros nombres en su huida

y porque no hay incesto mayor que el del viento y el oleaje



la memoria danza todavía sobre sus pájaros largos

como en una serie tropical de goce indefinida

y es tan vegetal el cuello amado su piel su cabellera

tan beduina su ansia cuando se nos escapa el mundo

que es imposible no fundirse esperanzado a los caprichos del verbo



yo comparto tu sed tu mar tu laberinto

me inmolo en los papeles tardíos de mi hartazgo

surco las normas con un espanto dulcísimo

hasta que podamos pintarle en los párpados al planeta sus temblores

ni bien un volcán se haga riesgo o beso en mis heridas



tu nombre guarda en sus tres sílabas una amistad y un guante

es menos una mano que un racimo de dedos señalando

señala puertos cuando son tímidos adioses o pañuelos

la materia vuelta espejo o agua o sueño esquivo

el breve salto a lo profundo del que hablaban las sirenas





Nocturno de fuego y de caballos













                               Un caballo que relincha es un alma en pena, y es también un metal noble.

  Eduardo Chicharro

qué clase de sombra piafa ahora por los callejones nocturnos

qué asordado tropel de amianto o de topacio

si hay crines azules clavadas a lo ancho de mi sangre

metálicos cascos por mis venas de azufre cabalgando

como si fuera yo también un hipódromo de cobre que no duerme



ya he dicho que galopan millones de equinos por mi sangre

que un triunvirato de furias se escapa azul por mis rodeos

que no tengo más audacias en mi lengua que un quebranto

durísimo quebranto que en su sed de tropa se apresura

arrasando a su paso con el frío mineral y la prudencia



a veces el destino de mis lágrimas asciende

al nivel del éter del mar del plenilunio

corrompe con su asfixia las ventanas

y unos párpados se cierran ya dolidos

al tiempo en que el metal se funde con un nombre



qué clase de sombra piafa ahora por los callejones nocturnos

una que ampara en su espuma sus relinchos









Balada para lo que sí vuelve











Todo en vos suena a futuro. Lo dicen mis brazos que se extienden, lo dice el viento en su sentencia, lo claman las campanas de un templo que se hunde. No sé tu voz ni tus recelos, no sé si hay huesos en los guantes, pero ya me han brotado mares de los ojos y un pez enorme se ha comido mi orgullo en dos mordiscos. Hay un revés de sombras en mi boca, ya se las escucha volver a sus corrales, tienen miedo de nosotros cuando tejemos brumas polvorientas, miel de estambre, pájaros que explotan de funestos perdiendo su gordura. Sobran las palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos, falta un grito. Me he puesto pestañas de aluminio para que el sol no me enceguezca, me he puesto tu recuerdo de risas como líneas, toda eras de vidrio si tu palabra me marcaba, toda de una dulzura añeja y conocida. Sobran las palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos, falta un grito. Tu rostro es un palacio del que debo rescatarte, las nubes se enciman como heraldos y cambiarán este buen clima. Ya piafan los caballos su coz de siete trinos y no hay relincho que quepa en un anzuelo. Sos la hermosura que viene a hacer justicia en un desierto de morsas que se expande, sos la hermosura y ya no importa. Sobran las palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos, falta un grito. Me encadenaré a tu alma bulliciosa como un preso a la piedra que lo guía, me haré tu sombra compañera por los próximos eclipses, por los próximos fulgores y te haré saber de dónde hemos venido y hacia dónde vamos para amarnos. Que nos teman los cuervos pendencieros, que nos tema la estéril vanidad de los narcisos, que nos teman, vida mía, que nos teman. Sobran las palabras, falta un cuerpo; sobran los cuerpos, falta un grito. Un huracán guarda su semilla dentro tuyo, yo recogeré toda cosecha.









Pasos












ya he dicho que tu voz es fuego funerario

futuro azul o mar que vuelve

que en ella las aves se incendian sordomudas

porque tu rostro es verbo en tiempo no corrupto

metonímico rostro de cuello y de muñecas



soy la sombra de tu cuerpo últimamente

una batería de guantes y de nombres que no acaba

aquella que transforma en plenilunio los faroles

golpeando el aire con más aire y fina hierba

manos que asumen fatalmente su caprichosa simetría



los árboles nos dictan su verde melopea

y estás a cada paso bebiendo de mis manos

artera en tu presencia aguda en tus anuncios

provocando catástrofes de azúcar en la tarde

como viejos cuchillos de pluma y de degüello



todo el paisaje es tu rostro de nupcias cabalgando

todo es un clamor antiguo de ramas o silencio

pasos de niebla de música o escarcha

cuerpos precediendo a la noche que llorando

hace que el sol se descuelgue a lo lejos de rodillas








Plus Ultra














porque la muerte ha escupido neblina sobre los últimos barcos

y en el pecho hay tambores ametrallando una herida

cal que se yergue sal que se instaura

la noche se escapa de mi pecho como un tigre que ríe

o como cuando un ave en su ojo una grieta se lleva



porque todavía un sudor no es mar ni colofón ni duda

y en la cama hay campiñas esperando su arado

cuerpo tendido mueca anhelada

tu boca es un corso de añoranza y azufre

una caverna a oscuras donde no se leen los mitos



porque todo abrazo es temblor o una mejilla sin rumbo

y hay voces colgando de millones de tímpanos

llanto no dicho ceja o silencio

no debe dudar tu nombre de este mar sin pupilas

ni de estos pies sin estribos que en tus aguas pasean











Retorno


















entre temblores entre dulces espesuras
urgida de vaivenes y mareos
de hilos que atan lo inefable
volviendo al filo de tu voz que se proyecta
hilo a filo de seda o alfil triste
fijando un punto de mármol en el cielo
moviendo el tiempo de tus besos a mi carne
así volviste

mirando el negrísimo mar que ya se enarca
con un desdén de luna forajida
con un relieve de arena en cada mano
jinete o montura de tu cuello
público templo que en soledad se arriesga
a la faena de ser alma en voz que trina
a recuperar sus propias odiseas
así volviste

siendo rumor de lo que fuiste entre mis brazos
sabor de almíbar en mi lengua
página erguida que busca su palabra
y es más palabra azul que tanta búsqueda
con ojos entregados al asombro
con esos ojos que hablan cuando besan
pan para mi hambre remotísima
así volviste

y volviste sin nunca haberte ido
con eso de fragancia o de postales que tienen los regresos
con tímidos anhelos de gloria en los bolsillos
un sol en cada dedo y un milagro
cuerpo que pasa silbando mi nombre más secreto
tren que hace escala en todas mis certezas
y en cada una suben más con su gran carga
llena de mí para llenarme


así volviste



 

Tríptico de regresos



I

Aquellos ojos tuyos de diciembre, aquel temblor de juncos o de sables (ay, cuello de nácar e insolencia, vientre insumiso) han decidido regresar por fin a mi elocuencia. Y ha sido una erosión de ansias y saliva, un estrépito de cáñamo y de versos, el que ha logrado acercarte un poco más a estos caprichos. No he visto más astucia que una tarde enfriando el horizonte con su calor de rímel y plegarias, no ha sido el sol sino un sirviente; este río de sed y platería, este río mismo en que te beso, no ha cesado de incendiarse, y no alcanzan ya las cimitarras para repartir el cielo en tajadas justas para el mundo. Tu boca ha dicho «he vuelto», mis piernas ahora se burlan del asfalto.

II

Te he mantenido viva a fuerza de tinta y jazz y whisky turbio. El humo ha sido un ánfora de rezos en donde tu rostro se asomaba como una inmensa epifanía. El humo no sabe de romances, sólo cabalga como un necio por un mar de dunas y de escombros, sólo le muestra los colmillos al rocío, le esculpe un torso al desamparo. Las veces que le he hecho el amor a tu nombre al escribirlo.



III


Tu boca es de fuego nuevamente, hembra de nata y espejismos, hembra tatuada de mí hasta en tu sexo. Los golpes ya son puños; el tórax, un galope; las manos que han moldeado tu sombra la están palpando fuerte (materia o sangre, aroma o ruido) hasta que un cónclave de lunas oscurísimas delimite tu forma más perfecta. Todavía es amor aquí en el calendario, todavía el corazón es un perro silencioso riéndose a lo lejos.











Tríptico de éxodos











                                                                    I

Las piernas te pesan como mares, tu espalda carga con cientos de molinos (molinos de fuego como aspas, molinos de prisa o de silencio), un toro impenitente suplica por más campo, y el campo es un oleaje de truenos que te nombra. Las madres que te niegan se esfuman como humo, tu mano es un pájaro que aferra ya tu cuerpo, este níveo cuerpo que devoro, hoy te duelen de furia tus ojos de metralla.



II



Ya nada se asemeja al claustro o las plegarias, esos ritos de insomnio y de temblores que seguías, te han visto las lunas llorando un gran desierto, de fósiles y lava, de aire o pesadilla (ay, corcel de mármol que cabalgo, lienzo o herida), como si alguien mereciera inmolaciones de suelo y de derrumbes. La palabra esconde otras palabras que detonan más palabras sin atajos, familia esconde fámulo o siervo o mayordomo, la huida es un verso pintando sus urgencias con saliva.



III



Los días pasan díscolos como un arroyo afilado, le cantan loas a tu carne, se estilizan, como si ya hubiese un punto de quiebre en cada astro o astros azules se entregaran al asombro. Bisagra de tu historia es esta historia, sopor de alba o luz que llega, marea anclada a un horizonte de melindres. Mi brazo se adhiere a tus reservas, a tu dolor se suma, nada como un perro al punto abierto en que te beso, y hay más beso en el mañana que se abre, coros que ensayaron su entonación en un crepúsculo.






Una selección de poemas y prosas poéticas de La ciudad con Laura.

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El septyimo cielo en los ojos n°60