¿Qué
sentido tiene la literatura en un mundo sin sentido? No hay más que
dos respuestas. La primera: ningún sentido. La segunda es
precisamente la que hoy no parece estar de moda: el sentido de la
literatura es imaginarle un sentido al mundo y, por lo tanto, al
escritor que la escribe.
Abelardo
Castillo
El
escritor se reconoce en la Revolución. Es su verdad. Todo escritor
que, por el hecho mismo de escribir, no se ve empujado a pensar: soy
la revolución, solo la libertad me hace escribir, en realidad no
escribe.
Maurice
Blanchot
En cuanto artistas estamos prestos a comprometernos por una sociedad que sea digna de nuestros servicios, pero rehusamos hacerlo tanto en una sociedad decadente y burguesa del Occidente como en la abominable tiranía del Este. Cuando se quiere crear es necesario destrozar; y el agente de destrucción en la sociedad es el poeta. A mi juicio el poeta es necesariamente un anarquista y debe oponerse a todas las concepciones organizadas del Estado, no sólo a las que heredamos del pasado, sino igualmente a aquellas otras que se nos imponen en nombre del futuro.
Herbert
Read
I
Todo arte es político, sería sumamente ingenuo sostener lo contrario. Ningún acontecimiento que tenga lugar en la polis puede escapar de lo político, todo acontecimiento público es en sí mismo un hecho cívico o, por lo menos, pasible de ser interpretado como tal. Con la literatura no ocurre algo diferente. Los mismos entramados simbólicos, los mismos esquemas de valores, juicios e ideologías que atraviesan la sociedad como sistema estarán inevitablemente presentes en el universo literario. Como es sabido, el campo intelectual y el mercado editorial, entre otros, contribuyen y han contribuido a la formación de gustos y opiniones, legitimando el sospechado canon literario y ampliándolo según las conveniencias del momento. Ser funcional o refractario a esa dinámica es el verdadero dilema que debemos analizar y, además, el nudo de la cuestión que presentamos. Del mismo modo, ser funcional o refractario al orden cultural y político imperante es algo que debe decidir todo escritor, artista o intelectual en algún momento de su vida.
El
dasein,
ese ser arrojado al mundo del que hablaba Heidegger, no tiene más
opción que comprometerse con su fatalidad, hacerse carne en ella. De
esto podemos inferir que nuestra tragedia como seres gregarios es
precisamente la de ser también sujetos políticos, sujetos que
buscamos realizarnos a pesar de la pugna que supone vivir en una
sociedad codificada y represiva. El existencialismo sartreano tenía
muy presente estos conceptos al hablar de compromiso. En definitiva,
Sartre nos hablaba de responsabilidad, es decir, de ética. El
escritor debe estar comprometido con su época y con una estética
que pueda dar cuenta de esa época. Escribir es comprometerse, y la
literatura, admitiéndola finalmente como un discurso específico, no
será nunca inocente con relación a otros discursos. Aquel que usa
la palabra porta un arma: la literatura es un polígono de tiro.
II
El
escritor debe asumir entonces un doble compromiso. En primer lugar,
con su visión de mundo, con su conjunto de ideas y valores
(compromiso ético); en segundo lugar, con su escritura, es decir,
con aquellos materiales y recursos que la mantengan viva (compromiso
estético). Ambos compromisos se nutren mutuamente y forman uno solo.
Subordinar la creación literaria a una determinada ideología sería
más o menos degradarla al nivel de instrumento, de vehículo
propagandístico, volverla ancilar. Subordinar la ideología a una
serie de postulados estéticos sería probablemente asesinarla.
El escritor doblemente comprometido parte del supuesto que hemos querido presentar: tanto la literatura en particular como el arte en general (y creo haberlo dicho en otro artículo) son artificios subversivos. Se presenta así un escenario que tiene a la sociedad por un lado, intentando absorber y transformar en mercancía la obra de arte, y por el otro lado, la obra de arte ofreciendo resistencia. El hecho literario es un hecho social, pero también una realidad autónoma y para conservar su independencia de la sociedad que pretende cosificarlo no debe descuidar aquello que garantiza su autonomía, esto es, su discurso. En su Estética, Adorno sostenía que, ya el discurso realista, ya el panfletario, en literatura, no sirven como discursos disidentes en la medida en que se presuponga que la literatura tiene algo que decir. Si la obra dice, ya está derrotada. Por lo tanto, cuanto menos dice en forma explícita, cuanto más expresa en ese otro lenguaje que no es el ordinario, más resistencia ofrece al medio que quiere doblegarla. Adorno es muy claro en lo que sigue: «El arte es algo social, sobre todo por su oposición a la sociedad, oposición que adquiere sólo cuando se hace autónomo. Lo que el arte aporta a la sociedad no es su comunicación con ella, sino algo más mediato, su resistencia, en la que se reproduce el desarrollo social gracias a su propio desarrollo estético aunque éste ni imite a aquél».
III
El
entrecruzamiento entre política y literatura, en nuestro país,
comienza con las primeras obras publicadas. El
matadero,
Facundo,
Amalia
son claros ejemplos de una literatura que tenía una finalidad
política confesa expresada en su carácter de denuncia. El siglo XX
tendrá en exponentes como Rodolfo Walsh o el recientemente fallecido
David Viñas reconocidos cultores de un discurso literario
evidentemente cimentado en lo político. Podríamos mencionar también
a Juan Gelman en muchos de sus poemas o mismo al Manuel Puig de El
beso de la mujer araña.
Pero también podemos encontrar expresiones políticas (y esto es lo
que quiero transmitir en este artículo) en Rayuela
de Cortázar, en Sudeste
de Haroldo Conti, en los poemas de Néstor Perlongher, en El
limonero real
de Juan José Saer, en las novelas y cuentos de Abelardo Castillo,
etc., etc. La literatura será política siempre, ya que la lectura
política es una lectura ineludible dentro de las tantas posibles.
Pero será, además, políticamente disidente cuando el escritor
asuma el doble compromiso estético y ético del que hablamos más
arriba. Siempre habrá marcas, por más sutiles que parezcan, que la
muestren como discurso divergente, agonista, enfrentado al statu quo
no sólo literario, sino también a aquel otro de orden económico y
social.
Para
concluir, debo reconocer que no creo que exista una manera más cabal
de entender la literatura que no sea dentro de un marco político, es
virtualmente imposible eximirla de ese contexto, aun si se pretende
un análisis eminentemente formal. Asimismo, creo que la creación
literaria tiene misterios que trascienden, en un primer momento, la
esfera de lo político. El resultado será directamente proporcional
al hombre que esté detrás de las cuartillas.
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