martes, 7 de julio de 2015

Y en eso llegó Ramón Por Flavio Crescenzi

Las almejas son las castañuelas del mar.

Ramón Gómez de la Serna


I

El humor y la literatura han estado vinculados desde el comienzo de las letras. Podemos pensar, a modo de ilustración y sin temor a caer en un equívoco, en las Comedias de Aristófanes, los Epigramas de Marcial o el desenfado boyardo del Arcipreste de Hita. Por más que le pese a los sectores más solemnes del ámbito académico (aquellos que sólo aceptan la belleza de ceño fruncido y rengo júbilo), el humor ha sido un sabrosísimo aderezo en el banquete canónico de las obras literarias. De Rabelais a Breton, de Sterne a Wilde, la literatura ha sabido valerse de la broma para enfatizar cada acierto escriturario. En plena época de «ismos» vanguardistas, España fue testigo de las andanzas de un personaje que se ocuparía de renovar la tradición de lo risible: Ramón Gómez de la Serna, quien a su vez impondrá una escuela, el «ramonismo».

Ramón nació en Madrid en 1888. Su primer libro, Entrando en fuego, de 1904, escrito cuando apenas tenía 16 años, dio inicio a una prolífica producción. Exceptuando la poesía en verso (aunque poeta era también a su manera), abarcó todos los géneros: novela, ensayo, teatro, biografía, artículos periodísticos, etc. Recordadas son también las tertulias de la Sagrada Cripta del Pombo, reuniones literarias de frecuencia semanal donde se daban a conocer, no sólo sus ideas estéticas, sino también su juglaresca personalidad. Pero su logro más significativo fue el haber creado la «greguería», a la que definió a través de una fórmula aritmética: greguería = humorismo + metáfora. Redefinir metafóricamente aspectos de la realidad mediante asociaciones inesperadas, conservando un tono aforístico, pero privilegiando el humor en la imagen resultante, sería el procedimiento para obtener una greguería ramoniana. He aquí algunos ejemplos de nuestro autor:

El hielo en la capa es azúcar de frío.

La luna es el ojo de buey del barco de la noche.

Tres golondrinas paradas en el hilo del telégrafo forman el brote de la tarde.

En los tres casos, el desarrollo metafórico se da por intermedio de metáforas impuras, contrastando los elementos reales e irreales, que funcionan, a su vez, como términos. Las imágenes generadas por los enunciados propuestos son siempre visuales, puesto que una greguería es el producto de una observación distorsionada (ya sea por amplificación, ya por superposición) de aquello que, tal como apuntamos más arriba, convencionalmente llamamos realidad.

El efecto sorpresa también puede obtenerse de las siguientes combinaciones:
  1. La inversión de una relación lógica: «El polvo está lleno de viejos y olvidados estornudos».
  2. La asociación libre de conceptos ligados: «El par de huevos que nos tomamos parece que son gemelos, y no son ni primos terceros».
  3. La asociación libre de conceptos contrapuestos: «Lo más importante de la vida es no haber muerto».

II

La greguería funda espacios trascendiendo los límites genéricos, se hace discurso. Es por eso que, en el proyecto total de escritura de Ramón Gómez de la Serna, la greguería se presenta como una constante estilística. Sus novelas claramente lo demuestran. Así es como La mujer de ámbar (1927), El caballero del hongo gris (1928), La nardo (1930), entre otras, conforman un derrotero donde elegancia, sonrisa y señorío abren las puertas al profundo misterio de la experiencia literaria, a ese limbo que existe entre el ser y la máscara gregaria que la sociedad nos obliga a usar a cada paso. El hombre perdido, novela en cierta medida radical, un tanto unamuniana (el personaje principal nos recuerda a Augusto Pérez, más allá de que la nebulosa que transita sea menos «pirandellesca» que la de la «nivola» del rector de Salamanca), es la obra donde los recursos propios de Ramón se extreman aún más, acercándose por momentos a la estética surrealista. Ante lo gregario, greguerías; tal parece ser la premisa ramoniana, forma o cosmovisión funambulesca, premisa que permite dar cuenta de una realidad mucho más amplia que su versión instituida.

III

Ramón viaja, eludiendo el conflicto del 36, a Buenos Aires, donde se conecta con la revista Sur y sus conspicuos integrantes. Oliverio Girondo sería, entre todos ellos, quien mejor asimilaría la técnica ramonista, ya puesta en evidencia en 20 poemas para ser leídos en el tranvía y Calcomanías, sus dos primeros libros.

Las greguerías de Ramón no logran formar un género literario nuevo: sí, en todo caso, una modalidad nueva de un género antiguo y desprestigiado como el género aforístico. La greguería, sin embargo, se diferencia del aforismo en el tono, pero al igual que aquél, se presenta reunida en colecciones más o menos numerosas. Ramón Gómez de la Serna logró, merced a esta invención, como dirían los formalistas rusos, «violentar organizadamente el lenguaje ordinario», aquel que nos tiene todavía prisioneros.

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