Las
almejas son las castañuelas del mar.
Ramón
Gómez de la Serna
I
El
humor y la literatura han estado vinculados desde el comienzo de las
letras. Podemos pensar, a modo de ilustración y sin temor a caer en
un equívoco, en las Comedias de Aristófanes, los Epigramas de
Marcial o el desenfado boyardo del Arcipreste de Hita. Por más que
le pese a los sectores más solemnes del ámbito académico (aquellos
que sólo aceptan la belleza de ceño fruncido y rengo júbilo), el
humor ha sido un sabrosísimo aderezo en el banquete canónico de las
obras literarias. De Rabelais a Breton, de Sterne a Wilde, la
literatura ha sabido valerse de la broma para enfatizar cada acierto
escriturario. En plena época de «ismos» vanguardistas, España fue
testigo de las andanzas de un personaje que se ocuparía de renovar
la tradición de lo risible: Ramón Gómez de la Serna, quien a su
vez impondrá una escuela, el «ramonismo».
Ramón
nació en Madrid en 1888. Su primer libro, Entrando
en fuego,
de 1904, escrito cuando apenas tenía 16 años, dio inicio a una
prolífica producción. Exceptuando la poesía en verso (aunque poeta
era también a su manera), abarcó todos los géneros: novela,
ensayo, teatro, biografía, artículos periodísticos, etc.
Recordadas son también las tertulias
de la Sagrada
Cripta del Pombo, reuniones literarias de frecuencia semanal donde se
daban a conocer, no sólo sus ideas estéticas, sino también su
juglaresca personalidad.
Pero
su logro más significativo fue el haber creado la «greguería», a
la que definió a través de una fórmula aritmética: greguería =
humorismo + metáfora. Redefinir metafóricamente aspectos de la
realidad mediante asociaciones inesperadas, conservando un tono
aforístico, pero privilegiando el humor en la imagen resultante,
sería el procedimiento para obtener una greguería ramoniana. He
aquí algunos ejemplos de nuestro autor:
El
hielo en la capa es azúcar de frío.
La
luna es el ojo de buey del barco de la noche.
Tres
golondrinas paradas en el hilo del telégrafo forman el brote de la
tarde.
En
los tres casos, el desarrollo metafórico se da por intermedio de
metáforas impuras, contrastando los elementos reales e irreales, que
funcionan, a su vez, como términos. Las imágenes generadas por los
enunciados propuestos son siempre visuales, puesto que una greguería
es el producto de una observación distorsionada (ya sea por
amplificación, ya por superposición) de aquello que, tal como
apuntamos más arriba, convencionalmente llamamos realidad.
El
efecto sorpresa también puede obtenerse de las siguientes
combinaciones:
-
La inversión de una relación lógica: «El polvo está lleno de viejos y olvidados estornudos».
-
La asociación libre de conceptos ligados: «El par de huevos que nos tomamos parece que son gemelos, y no son ni primos terceros».
-
La asociación libre de conceptos contrapuestos: «Lo más importante de la vida es no haber muerto».
II
La
greguería funda espacios trascendiendo los límites genéricos, se
hace discurso. Es por eso que, en el proyecto total de escritura de
Ramón Gómez de la Serna, la greguería se presenta como una
constante estilística. Sus novelas claramente lo demuestran. Así es
como La
mujer de ámbar (1927),
El
caballero del hongo gris (1928),
La
nardo (1930),
entre
otras,
conforman
un derrotero donde elegancia, sonrisa y señorío abren las puertas
al profundo misterio de la experiencia literaria, a ese limbo que
existe entre el ser y la máscara gregaria que la sociedad nos obliga
a usar a cada paso. El
hombre perdido,
novela en cierta medida radical, un tanto unamuniana (el personaje
principal nos recuerda a Augusto Pérez, más allá de que la
nebulosa que transita sea menos «pirandellesca» que la de la
«nivola» del rector de Salamanca), es la obra donde los recursos
propios de Ramón se extreman aún más, acercándose por momentos a
la estética surrealista. Ante lo gregario, greguerías; tal parece
ser la premisa ramoniana, forma o cosmovisión funambulesca, premisa
que permite dar cuenta de una realidad mucho más amplia que su
versión instituida.
III
Ramón
viaja, eludiendo el conflicto del 36, a Buenos Aires, donde se
conecta con la revista Sur
y sus conspicuos integrantes. Oliverio Girondo sería, entre todos
ellos, quien mejor asimilaría la técnica ramonista, ya puesta en
evidencia en 20
poemas para ser leídos en el tranvía
y Calcomanías,
sus dos primeros libros.
Las
greguerías de Ramón no logran formar un género literario nuevo:
sí, en todo caso, una modalidad nueva de un género antiguo y
desprestigiado como el género aforístico. La greguería, sin
embargo, se diferencia del aforismo en el tono, pero al igual que
aquél, se presenta reunida en colecciones más o menos numerosas.
Ramón Gómez de la Serna logró, merced a esta invención, como
dirían los formalistas rusos, «violentar organizadamente el
lenguaje ordinario», aquel que nos tiene todavía prisioneros.
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