miércoles, 8 de julio de 2015

Prosas Poéticas -Flavio Crescenzi

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La literatura es un río de letras y memoria en el que tanto el lector como el que escribe se sumergen, quizás para salvarse de la inmediatez de lo real, quizás para volverse un poco más personas. Leer y escribir son de alguna forma una misma y gratificante actividad, las dos cabezas de la hidra en la que se ha transformado, por voluntad o por desidia, la cultura que dice dictarnos nuestros pasos. No obstante, con el siglo XX —siglo inquietante, convulso, violento en su fulgor—, murió mi fe en la Literatura.

Alguna vez dije que el escritor debe estar comprometido con su época y con una estética que pueda dar cuenta de esa época. Pues bien, este nuevo siglo que ha empezado no hace mucho sólo me permite escribir acerca de mí mismo, acerca de la precaria situación de mi existencia, acerca de la vida de los otros; pero fundamentalmente, acerca de la literatura, que, como ya dije, veo que está siempre al borde de la muerte. 

                                                                              

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Los barrios marginales del cielo, la soledad del hambre (esa apostasía temprana de no pertenecer a ningún sitio, esas ascuas), es lo único que me mantiene en vilo ahora que agonizo.

Sé que en realidad pretendo hablar de la pureza, de lo vital perfecto, de cómo puede acercarse uno a la poesía. La poesía —ahora ya me queda claro— es este hombre tendido en medio de la calle, con su hedor a licor rancio y su improvisado lecho de cartón; y el cartón, un discurso secretísimo, una desértica y tímida mortaja.

Es que el hambre sigue anidando en los ojos de aquellos que transitan la indigencia, como una lagaña que se aloja en un telar adoquinado, como una cruda memoria de talco y bisturíes.

No, no hay unidad ni bellezas esenciales, sólo hay poesía, cruda poesía de gresca y latifundios. Y así, de espaldas a esta ciudad perdida y repugnante, poeta del oro y de la juventud que ya no tengo, surco la superficie caída del planeta, la incertidumbre del presente, para poner la obra en marcha hacia algún sitio y, de alguna forma, salir de este limbo pueril de sexo y miedo
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La nieve es tiempo diluido, agua de Heráclito, el plumaje blanco de un pájaro promiscuo. Ver caer la nieve es ver cómo el tiempo cae, pero cuando la nieve se hace superficie, cuando el suelo se establece como hielo, se forma un cementerio para arcángeles donde todos iremos a morir tarde o temprano. Bajo la blancura afable de la nieve —aun cuando pocas veces haya nevado en mi ciudad— se diría que sólo duermen vírgenes y ángeles caídos.

La laguna está helada, y el sol es un gran reloj de bronce, un sol antártico y remoto sobre el piano difunto de las aguas.

Quizá la nieve sea sólo un tiempo blanco, un gato, una bufanda, en fin, cosas profanas que soñamos los que no tenemos un lugar adonde ir.


 
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De qué planeta extraño o de qué furia, de qué órbita de polen o de besos, de qué síncopa profana surgió este anómalo corazón que ya se impone, diámetro o golpe o su juntura, piedra autorizando un labio mansamente.
 
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Salgo de mí para seguir un par de piernas. Piernas que transitan la intemperie, piernas que son en sí todo el ocaso.



 
I



Y entonces apareció la niña, orgullosa de sí misma, fresca y sagaz como un arroyo, acechada desde todos los rincones del mundo por las bestias de la muerte. Con su biografía de fruta, con su sabiduría de ave, la niña hacía hablar a los objetos, a las esquinas, encontrándole a la tierra agujas misteriosas, espirales de payaso. Tomados de la mano, nos adentramos con la niña por mil calles suicidas, por la cintura anónima del tiempo, por las lágrimas no escritas de un rostro que asciende, jovencísimo, hasta el limbo exacto de la vida. Un perro nos mira de reojo, como si fuéramos el ladrido que se escapó de su hueso predilecto.





II



Recuerdo ahora tus ojos desatados, la violenta belleza que te asiste, lo que tenés de niña, el cuchillo con que cifro tu tristeza. Recuerdo hoy una candente niña que se me fue ayer con los fuegos de la luna (entre oro, espumas y cristales), lo que tanto he querido, hablo de esa penumbra que se teje al día siguiente, cuando todo ha pasado. Recuerdo hoy, amor, como una tapia, el trayecto que dejaste sembrado ante mi tiempo; y llorando en lo dulce de la piedra, ese manto de sombra que te abriga.







III



Me he sumergido una vez más en un agua estival y femenina, en un líquido de sangre, tránsito y fervores, en un apremio de niña que no cesa. Esta niña es un cuerpo categórico, ardiente, mórbido de luna, un cuerpo en el que conseguí al fin desguarnecerme. El tiempo me la trajo como trae siempre las cosas imprevistas: el tiempo es un gitano, ya lo he dicho. Nació del agua aquella niña, brotó de enero, y es sabido que los que afectamos cierta gravedad frente a un espejo, frente al anónimo rescoldo de mil rostros derogados, podemos llegar a ser solubles (sí, como pez surrealista u hostia consagrada) en el agua bendita y profunda del estío.







VI



En atardeceres de viento, en noches de neblina, atravesando una multitud de ojos imprecisos, circunvalando panaderías y curtiembres, amenazado por todas las astucias del mundo, llegaba tardísimo a tu casa. Subía por un ascensor viejo y difícil hasta una habitación verde donde había peces que colgaban del techo, una canasta con frutas, reproducciones de pintores cubistas y un libro abierto de hojas amarillas sobre el que se posaban, como dos bicicletas de vidrio y agudeza, tus anteojos favoritos de lectura. Todo se incendiaba en torno a vos, y el fuego, renovado fuego natural donde ibas poniendo a arder los días, apenas rozaba tu nostalgia. Tu pelo, partido en dos, peinado por la soledad y el miedo, tus ojos vidriosos de cansancio, la arcilla apasionada de tu rostro, como una piedra o un pequeño animal asustadizo, le quitaban a las estaciones proscriptas su capa de hollín y hechicerías. Cuántos pasos de rastreador por la ciudad, cuántas leguas de arrebato y desconfianza, tuve que cruzar guiado por tu canto, criatura solitaria, niña lista, para que tu mirada finalmente consumiera nuestros cuerpos.





IX



El verano te ha llevado hacia otros soles, hacia otras arboledas de sombra y espejismos, hacia otras playas exaltadas donde sé que correré el riesgo de perderte. Y mientras te cantan los espejos de los grandes almacenes, mientras lucís inocentemente tus bikinis y piyamas, yo sigo aquí parado en del desorden de tu ausencia, tropezando con las cosas que dejaste tiradas en tu cuarto, deshaciendo con los pies los colores, animales, libros y seres de tu mundo, tan muertos sin vos como yo mismo. Un pizarrón me mira con su opacidad de siglos, yo podría sin mayores problemas tomar una tiza y dibujar tu nombre, escribir el salmo adusto de tu vientre, hacer garabatos sencillos que remitan a tu rostro, pero eso sería de algún modo convocarte, alterar el cosmos con liturgias, y a decir verdad, mi niña lista, no me atrevo a tanto.






X



He llorado en silencio por un rostro de niña. Su recuerdo ha llegado hasta mí, tan de repente, como un meteoro de pestañas y de ojos, ojos brillosos que, no obstante, ya van tomando un matiz de noche y lejanía. Recuerdo que en su piel podía sentirse el ardor de los establos del cielo, es decir, de esos rebaños celestes que llegan, antes que a los astros, a un vientre de apremios y licencias, a una hondísima piel vuelta hacia fuera. He llorado en silencio —llanto que gruñe y lucha— por una lista muchacha de oro y prisa. El viento se filtra por la lánguida ribera de la tarde, se encabrita, bestia se vuelve, llora conmigo el caprichoso recuerdo de una joven que, como un pájaro, languideció de cielo a costa de mi vida.




                                                       Good Morning Heartache


Buenos días, corazón que llora y duele y ruge hondo. La mañana se extiende como una gran condena, como un bergantín encallado en su mesura. Mis límites (esos rostros de desayuno con tostadas, de desayuno con jalea y amnesia y desencanto) se han vuelto una acrobacia que debo violentar a fuerza de suspiros. Mi corazón sale a la calle usando el collar de un perro muerto, orina los árboles del parque, sus glorietas por momentos levadizas, y ladra un triste tango esperando de mi parte una tibieza. Nada es lo mismo desde que mi cuerpo te recuerda, nada es lo mismo desde que mi corazón le aúlla a la luna sus cenizas.





Hot House (Charlie Parker & Dizzy Gillespie)



Dizzy tiene un pájaro trinando dentro de su boca, hace buches con él, lo centrifuga, le seca las plumas de metal mal aterido hasta extirparle aleluyas o dulces miramientos. El pájaro sabe que no será comido; que una mejilla puede ser enorme como un mundo; que el jazz es un vuelo entre rocas, humo y viento.



Black Velvet



El jazz es un terciopelo oscurecido por el humo, por un entrechocar de copas sibilantes, por el termómetro abusivo de los náufragos del ritmo. Un piano se apiada de la tarde, asiste a sus aromas, los trastoca envolviéndolos en bruma y magnetismo. El jazz es un gato azul que baila sus gemidos.



St. James Infirmary (Louis Armstrong)



La risa de Louis Armstrong podría derretir cualquier enfermería, derrumbar las paredes de los hospitales a fuerza de trompeta y de carisma, de viento y de color a blues difuso. Es imposible que los doctores no les pidan matrimonio a sus pacientes, que las enfermeras no hagan un striptease de suero y de anestesia, que las vendas y el alcohol no sean también un juego de dientes bulliciosos. La risa de Louis Armstrong sigue sonando en este país de bruma y humo que es el jazz en donde vivo. Alabada sea la música que deja.





Blue Moon (Dizzy Gillespie)



La luna era un hueso colgando de mil telas nocturnas, un ojo cegado por el mármol del tiempo, la derrota del día dentro de un guante blanquísimo, hasta que vino este hombre de mejillas como globos a ponerle su azul tan necesario. Ya no habrá palidez para el satélite, Dizzy, y es por tu culpa.







Almost Blue



Ahora todo es noctívago y perfecto, como la brisa empecinada en ser bufanda de los mudos, como un sueño imposible para serios que para mí no es ya una opción, como la nieve doméstica en este mes acribillado. Diciembre, dije, es el vitalísimo mes de la tristeza y la blancura. Ay, sonrisa que te me vas entumeciendo.



Out of Nowhere (Charlie Parker)



Qué es lo que perseguimos en los bronces, pájaro de bruma. Qué norte despiadado hay en tu asombro, en tus trompas de añicos o jirafas, en el viril colesterol. De qué diamante huiste así de colorido. Quién te ha besado sino el viento.





So What



Desbarrancándose desde una altura inconcebible, ebrio de fuga y de aluminio, cuerpo pesado de humo o altibajos, el jazz cae parado en sus dos cielos. Se queja como una animal enorme y malherido, a su incandescencia apunta sus tentáculos, enmienda los errores de tanta pulcritud. Qué láminas dibuja el jazz en su caída, qué horror o qué silbido le brota a este corazón atravesado.

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April in Paris



En París, al llegar abril, los condes abandonan sus claustros de pompa y de infortunio; montan en su mejor trombón y salen a dar un espectáculo de swing y taquicardia. Los sonidos llegan como voces o como ecos beduinos sin arena a la que asirse. Abril es un incendio de bronce justo a tiempo.



Ballade (Charlie Parker & Coleman Hawkins)



Sobre qué balada o nube de hierro agigantada vuela este pájaro prendido a sus enigmas. Se bate a duelo con el aire y con otros pájaros que asumen su aerodinámica forma de morir; de gris se viste mientras trina.



Night in Tunisia (Dizzy Gillespie)



Dicen que la luna en Túnez es un alfiler de mármol doblado por los dientes de Alá; dicen que la noche es el luto que llevan por ella los lunáticos, los hijos de ese otro mar arcaico que es el desierto en donde naufraga lo amarillo. Lo cierto es que Dizzy se comió un pedazo de luna tunecina, mascándolo está desde hace tiempo y, desde entonces: el Islam, el jazz, las guerras santas tan arrítmicas.



Epistrophy



No hace falta decir que la lluvia está aplaudiendo sobre todos los tejados del mundo; que un charco se ha hecho océano al entregarse a este tren de bronce y de suspiros; que las alimañas han quedado liberadas para siempre de sus íntimos prejuicios, de su opacidad de lastre, de su triste augurio depurado; que la alegría a veces viaja en un vagón sin que la vean.



How High is the Moon



La noche nunca llora y sin embargo sus lutos. La luna, como el gemido o la carne, como la plenitud del cobre, como el hueso fósil que fue una bella pierna, como el fuego que se sabe amante del carbón que se le entrega y lo devora, como la nieve que aún me deben mis inviernos, es lo único que queda.



Oleo



Y es así como, lentamente, nos vamos volviendo diáspora o ronquido, alga u óleo devaluado, sombra que abandona la realidad de su negrura. Transcurrimos ensimismados en un profundísimo racconto, puente o vicio mnemotécnico, sin más pasión que la que demuestran los turbantes a las doce de la nada. El alma se apiada de su aroma, ruge su hambre.



Jazz Crimes



Lo incierto es un país sin oficinas de inmigración ni toscos aeropuertos. Lo incierto es el crimen perpetrado que no perdona que el aire me siga llegando a los pulmones, el crimen de sentirse tan domingo que no alcancen las sandalias que el tiempo nos dejó para caminar la noche en su manifestación funambulesca. Libérame, jazz, de esta gloria empotrada entre los ciegos.



In a Sentimental Mood (Duke Ellington & John Coltrane)



El piano es un rubor, un gato, una templanza. Apenas una mueca de solsticios se divisa desde un ocre, y ya la cortesana seducción de un bronce impuesto se encarga de estilizar su donjuanismo, se agita en cada claroscuro midiendo su aflicción. El diálogo se expande con eso que tienen los amantes de ruin o megalómano, la música se enarca como una espalda desnudísima.



It Never Entered my Mind



Cómo hacer que entre en mi mente este disturbio, este clima sin guantes ni misterios, estas morenísimas fraguas ya cimbreando. Cómo hacer que tu rostro se descuelgue de los cielos como un jinete absurdo (pálido temblor de noche y riendas, espuela o luna) para que los pianos agoten su ternura y mueran de saxo y de silencio.



Alabama Jazz Casuals



¿Acaso algo es casual en el jazz aparte de sí mismo? Se nos antojan levantiscos las notas y el sosiego, ese requiebre repentino que en síncopa se arropa, ese frío de bronces kilométricos, y hay más viento provocando cataclismos, verbo que ruge, aliento que esparce por el aire su fulgor.





  1. Una selección de prosas poéticas de un libro inédito que todavía no tiene título.

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El septyimo cielo en los ojos n°60