domingo, 2 de marzo de 2014

MATERIALISMO FILOSÓFICO Y TEORÍA LITERARIA CONTEMPORÁNEA






                    Por Jesus G.Maestro
Como Teoría de la Literatura, el Materialismo Filosófico ha de desarrollarse en el ejercicio de la crítica literaria. No hay crítica literaria sin teoría o sin literatura, es decir, al margen de un objeto de conocimiento y de un método de interpretación. No resultará ocioso recordar que la palabra crítica aparece en español con un sentido moderno en El criticón (1651) de Gracián y en el Teatro crítico universal (1726) de Feijoo. Del griego crinein, el Materialismo Filosófico concibe la crítica literaria como una criba, clasificación, ordenación, valoración o análisis sobre el que construir una interpretación científica y dialéctica de los materiales literarios. La crítica literaria basada en el Materialismo Filosófico ha de ser científica y dialéctica, y no doxográfica, ni ideológica, ni moral. Doxografía, ideología y moral son formas acríticas de conducir y expresar el saber literario, frente a la ciencia y la dialéctica, que son formas esencialmente críticas de expresión, interacción e interpretación de saberes y conocimientos.
Es acrítico todo intento de definir la literatura o sus materiales mediante algún predicado permanente y global, tales como identidad, tolerancia, memoria, cultura, solidaridad, negritud, o cualesquiera dioses o ismos (homosexualidad, mestizaje, feminismo, multiculturalismo…), entre tantos ejemplos de palabras mágicas, estultamente bien vistas, y políticamente correctas, porque estos predicados son siempre abstractos, y presuponen ya la ideología o las creencias que se pretende derivar de ellos. Los materiales literarios no son una esencia rígida y lineal, inmutable o definitivamente dada, sino un contenido que está haciéndose y reelaborándose circularmente, esto es, dialécticamente, en cada experiencia que nos relaciona con ellos, a partir de un núcleo (la obra literaria), a través de un cuerpo (todos materiales literarios que, como tejidos, forman parte del cuerpo o estructura de la literatura sistemáticamente organizada: lenguaje, cultura, sociedad, autores, editores, lectores, intérpretes críticos…), y a lo largo de un curso (la historia de los materiales literarios, su creación, difusión, evolución e interpretación) que transmite y transforma incesantemente la forma, el sentido y los materiales de la literatura.
La crítica consiste ante todo en ordenar gnoseológicamente los materiales que constituyen nuestro objeto de interpretación según su contenido de realidad, es decir, según su contenido de verdad.
La crítica ejercida desde la Teoría de la Literatura, si pretende ser consistente y consecuente con los conceptos objetivos de las formas literarias que trata de explicar, ha de estar basada en una gnoseología que tenga en cuenta los criterios de materia, forma y verdad, es decir, ha de estar basada en una gnoseología materialista. Toda disciplina es inseparable de la materia que conforma, es decir, de la materia que da forma, a su objeto de conocimiento. La Teoría de la Literatura es inseparable de los materiales de la literatura. A una gnoseología materialista corresponderá determinar formalmente, esto es, teórica o teoréticamente, las posibilidades del conocimiento humano sobre los materiales literarios que constituyen el campo de investigación de la Teoría de la Literatura.
La epistemología se diferencia de la gnoseología en que la primera, como teoría del conocimiento basada en la oposición objeto conocido / sujeto cognoscente, no tiene en cuenta el problema de la verdad, o simplemente la da por supuesta, al margen de toda consideración crítica. Por su parte, la ontología es, como sabemos, aquella disciplina filosófica que se ocupa del estudio del Ser (del griego ontos y del latín ente), y que el Materialismo Filosófico prefiere denominar, estrictamente, materia. Porque el ser, o es material, o no es.
La gnoseología materialista considera que la materia y la forma son realidades inseparables, aunque disociables, es decir, no hipostasía, no convierte en metafísica, ni a la materia ni a la forma, sino que las trata como realidades sustantivadas, conjugadas y solidarias. Como teoría de la ciencia, el objeto de la gnoseología materialista es explicar la conexión entre la materia de una ciencia y su formalización o conformación como tal materia específica de esa ciencia, es decir, en el caso que nos ocupa, determinaría la relación entre los materiales literarios y las teorías, formas o teoremas que los estudian, esto es, la Teoría de la Literatura, la cual permite interpretar conceptualmente la verdad en ellos contenida.
La gnoseología materialista, al desarrollarse dentro de las coordenadas gnoseológicas de materia, forma y verdad, constituye la denominada Teoría del Cierre Categorial (Bueno, 1992). Esta teoría de la ciencia difiere de la epistemología aristotélica, kantiana o carnapiana, porque no puede aceptar que la forma de una ciencia sea una forma silogística, una forma a priori del entendimiento, o una forma lingüística o matemática. La gnoseología materialista, en que se basa la Teoría del Cierre Categorial, busca la forma o conformación de una ciencia en los nexos esenciales que la vinculan con sus contenidos de verdad, los cuales se objetivan en las concatenaciones o relaciones unitarias de sus partes o materias, constituyentes de su unidad inmanente, la cual se fundamenta de forma efectiva en la unidad sintética de sus partes materiales. Dicho de otro modo: toda ciencia ha de explicar formalmente sobre qué contenidos materiales está sistemáticamente construida. No se puede hacer una investigación científica de espaldas a la materia. Pues, en ese caso, ¿qué estamos estudiando? Fantasmagorías metafísicas.
En función de la verdad de las ciencias, esto es, de la formalización conceptual de su contenido material, la distinción gnoseológica entre materia y forma conduce a cuatro tipos posibles de teorías del conocimiento, a las que se refiere Bueno en su Teoría del cierre categorial (1992).
En primer lugar, cabe referirse al descriptivismo, como teoría de la ciencia que sitúa la verdad científica en la materia constitutiva del campo de cada ciencia (hechos, fenómenos, observaciones…), e interpreta aquello que puede encontrarse asociado al proceso científico (lenguaje, instituciones sociales, razonamientos, libros, experimentos…) como formas que no contribuyen propiamente a la conformación de la verdad científica —que se supone ya dada—, sino que facilitan metodológicamente el acceso a las verdades manifestadas por las descripciones de los hechos o de los fenómenos. La idea de verdad que sostiene el descriptivismo equivale a la noción griega de aléetheia, es decir, un descubrimiento de la realidad, un hallazgo desvelado de lo que es tal como es. Se supone de este modo que la verdad reside en la materia y que el científico no hace sino des-cubrirla, des-velarla, esto es, describirla.
La materia, el objeto, es el lugar en el que reside la ciencia, y la forma (matemática, lógica, lingüística) no hace más que reflejarla o representarla. Desde este punto de vista, la ciencia estaría constituida por una teoría, es decir, por una forma, que da cuenta descriptiva de unos hechos o materiales objetivos y externos. Se trataría de una ciencia constituida por un tipo de conocimiento referido a una experiencia. Es una concepción científica dualista, que descansa en la distinción entre un objeto y un método. Ofrece un espacio epistemológico bidimensional. De este modo, los contenidos de una ciencia se entienden como reproducción o reflejo teórico y formal de un material objetivo y externo, que se supone previamente dado y autónomo (Aristóteles). En otros casos, ese mismo material puede ubicarse en la conciencia, el “pensamiento interior del hombre”, la vida subjetiva, la fe, la vivencia, la memoria, etc., de modo que la teoría describe en este supuesto una experiencia subjetiva e interna, dada de forma espontánea o genial en la mente del individuo (Kant). Agustín de Hipona o Lutero hablarían en este caso de mística o revelación, como forma de acceso a la Verdad, divina y metafísica.
El primero de los supuestos antemencionados remite a la epistemología aristotélica, en la que se basa la teoría de la mímesis o imitación de la naturaleza como principio generador del arte, mientras que el segundo de los casos remite a la epistemología kantiana, que sitúa el centro de gravedad de toda interpretación en la conciencia o subjetividad del yo. De un modo u otro, ambos procedimientos son epistemológicos (objeto / sujeto), no gnoseológicos (materia / forma), y su fin se limita a desvelar formalmente unos contenidos ―sean exteriores al yo, sean dados en la inmanencia de su propia conciencia―, de modo que la naturaleza científica de su proceder se basa siempre en un mero descriptivismo.
En su ensayo La deshumanización del arte, Ortega expresó con claridad esta diferencia que marca el paso de la mímesis aristotélica al idealismo kantiano: “de pintar las cosas se ha pasado a pintar las ideas” (Ortega, 1925/1983: 41). La epistemología descriptiva reconoce la presencia y función de las formas científicas, pero no las considera constitutivas de la verdad científica, y en esto se diferencia de la gnoseología materialista. Tal es el caso del positivismo histórico, que en su aplicación literaria se limitó a describir el acontecer historicista de los hechos literarios (autores, fechas y obras), de la fenomenología de Husserl, del primer positivismo lógico del Círculo de Viena (Schlick y Carnap) o de la retórica y poética del psicoanálisis freudiano, por ejemplo.
En segundo lugar, hay que referirse al formalismo o teoreticismo, como teoría de la ciencia que sitúa la verdad científica en el proceso formal de construcción de conceptos, o de enunciados sistemáticos. Se basa en una idea de verdad próxima al concepto lógico y formal de coherencia de las construcciones científicas. Las ciencias se conciben de este modo como sistemas o teorías hipotético-deductivas. El formalismo surge al renunciar inicialmente a los axiomas evidentes, o verdaderos por sí mismos, y al establecer a continuación una equivalencia entre axiomas evidentes y postulados formales, pero carentes de contenido, en torno a los cuales comienza a enunciarse un sistema coherente de proposiciones derivadas. El teoreticismo alcanzó su máxima expresión en buena parte de las teorías literarias del siglo XX, a través del formalismo ruso, el estructuralismo, el neoformalismo francés y los posestructuralismos posmodernos. Lo mismo cabe decir del formalismo matemático de David Hilbert, o del paradigma kepleriano, auténtica aplicación extensiva del deductivismo matemático al terreno de la Astronomía y de la Física.
Modernamente, la idea teoreticista de ciencia está ligada a la escuela del filósofo Karl Popper, cuyo teoreticismo subraya la primacía de la forma sobre la materia en su definición de ciencia y de conocimiento científico, intensificando el componente teórico constructivo y operativo que se da de facto en la investigación científica. De este modo, se considera que los contenidos de una ciencia son algo esencialmente vinculado a las estructuras operatorias sintácticas, lingüísticas y lógico-formales, las cuales no se resolverían en el campo de los “datos” empíricos y materiales, sino en el terreno de las formas.
De este modo, en última instancia, si algo falla, la realidad “está mal hecha”. El conocimiento científico no procede, pues, por inducción, sino por operaciones hipotético-deductivas, formuladas para dar cuenta y razón de los fenómenos materiales. Sin embargo, el punto débil del teoreticismo popperiano reside precisamente en la conexión entre la ciencia, que se concibe como mundo autónomo y creador (ámbito de la forma vivificadora), y la realidad, o mundo de los hechos (que se concibe como un mundo inerte, o de materia inerte, ante las formas vivas de la ciencia). Un nexo negativo une, pues, las teorías a los hechos. La teoría de la ciencia se desarrolla en virtud de su propia fuerza y coherencia interna, y cuando alguna de sus proposiciones no se ajusta o adapta al plano de los hechos, resulta desmentida, refutada, o falseada, hasta que se adapte.
Frente a Popper y su concepción teoreticista de la razón y la ciencia abstractas, utópicas y ucrónicas, que sobrevuelan la materia y la informan desde el exterior, cabe advertir que la racionalidad efectiva humana es propia de sujetos corpóreos individuales y operatorios, es decir, que operan e interactúan en el medio exterior, circundante y envolvente
En tercer lugar, el denominado adecuacionismo epistemológico se caracteriza por ser una teoría de la ciencia que distingue, en los cuerpos de las ciencias, una forma (lingüística, conceptual, teórica…) y una materia (empírica, real…), y porque define la verdad científica como una correspondencia o adaequatio entre las construcciones formales de las ciencias y la materia empírica o real constitutiva de sus campos. El adecuacionismo se basa, en consecuencia, en un postulado de correspondencia, concordancia o armonía, entre dos órdenes de componentes, mediante una hipóstasis o conversión metafísica que resulta inaceptable desde los presupuestos materialistas y racionalistas

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