lunes, 31 de marzo de 2014

POESÍA A DOS VOCES:LUIS RAÚL CALVO

                    
                    

ARGENTINO




                           Azul
                                      a mi hija Romina

 Un silencio azul, en un jardín azul de una sala azul.
Veinticinco azules fatigan su inocencia
en los recodos de una mesa.
Una maestra azul nos presenta en sociedad.
Yo desembolso mi guitarra inesperadamente azul
y procreo melodías de tortugos y marinos.
Las manos azules aplauden la irreverencia
de fusas y corcheas bailando pentagramas.
Mi mujer prepara un arsenal de cuentos
invadiendo el territorio de azules fantasías.
Ellos se entregan a los delirios
de un caniche, que perdió su azul en una plaza.
La maestra invita a despedirnos
con un mimo de gargantas.
Veinticuatro chicos agradecen con el azul de sus cristales
mientras Romina moja de azul dos esbozos de mejillas.
Afuera, el negro de la tarde nos recibe nuevamente.
(Del libro “Tiempo dolorosamente resignado”, Ed. “Generación Abierta”, 1989)
                      




                   

El último aliento
                                   al recuerdo de mi padre

El viaje sin retorno te llevo por los suburbios
para elevar tu nombre en las arenas de Keops, Kefrén
                                                                  y Micerino.
Hay una danza de fuelles llorando en los balcones
y una tribu de rostros que suplican por tus manos
                                                                     salvadoras.
Tu ausencia es un diluvio con navegantes heridos.
De Sodoma y Gomorra, de la Biblia y los Mayas
la sangre de tu voz estalla en los cristales.
Hay un vientre cerrado con la muerte.
Un espejismo cruel acechando los designios en cada
partición de las miradas.
Hoy retomo la leyenda unida a mis ojeras
la vida guarda en sus escamas un lunar para los sueños.
Te fuiste, viejo sabio. Se ha roto el día en medio
                                                                   de la lucha.
Te fuiste. La llama estuvo intacta hasta el último aliento.

            (Del libro “Tiempo dolorosamente resignado”, Ed. “Generación Abierta”, 1989)





                                       
 Vigilia
  a mi hija Juliana

Juliana espía desde la cornisa
con sus ojos de rastrillo y la sopa
                                         de invierno.
El latido de una hija nos contiene
                                          en el andamio.
                  (Del libro “La anunciación de la partera””, Ed. “Generación Abierta”, 1992)




La Caida
 
Uno retiene las cosas
para llamarlas por su nombre
pero no es el nombre
lo que predispone al vacío.
 
Uno precipita con sus ojos
la caída del mundo
para inventar otras regiones
que nos devuelvan lo perdido.
 
Pero ¿Quién se esfuma
por las blancas colmenas
como una mujer perturbada
por los comensales en ruinas?
 
La memoria en llamas
invade otros tiempos.
         
 
                   


VII
 
No era cuestión de perder el tiempo
en erróneas conjeturas.
  La soledad de la infancia
nunca admitió liviandades.
  De ese furor por desentrañar
los nudos de la vida
  una madeja siempre caía
al pozo ciego más insospechado.
 
 
 
                                   




Lineas de Fuga
                                              
 No hay un orden
 cuya transparencia
se someta a nuestro juicio.
Lo pensado o lo impensado
lo abstracto o lo concreto
son formas manifiestas
de arribar a las desnudas
curvas del deseo.
 
Por eso, con el primitivo
asombro de quien no sabe
vemos más allá de las líneas
de fuga, y comprobamos
que la certeza es una gota
difusa que cae lentamente
en la plenitud
de dos cuerpos abandonados.
 
                    

 II
¿Qué recordamos cuando recordamos
la imagen real o la imagen
distorsionada?
¿Qué es lo real? ¿Qué es lo
distorsionado?
Los muertos dejan al partir
sólo su propia vida
es decir, un legado inconcluso
de triunfos y derrotas.
Los otros —siempre los otros—
se encargarán con los años
de convertir esa historia
de bellos renunciamientos
en una obscura suerte de leyenda.
                


 VI
 
En las noches de verano
salíamos a la puerta de calle
para ver como soportaba
la gente, el calor de la civilización.
 
Aún creo desde la ignorancia
lo que pensaba por entonces:
el calor de la casa contamina
menos, duele menos
que permanecer a la intemperie.
 
 
                     
III
 
Nunca sabremos con total certeza
cual fue el ojo de la mirada

que cautivó nuestros sentidos.


Tampoco será fácil reconocer

el ojo que condenó a perpetuidad

estos rutinarios actos.


Lo que sí corroe con furia

los bajos fondos del alma

es esta libertad a medias

a que nos condujo ciegamente

ese ojo, esa mirada.



 


                                  IX

Toda la calma del mundo le pertenecía
a la abuela. Lo supe desde muy temprano
cuando en esas densas mañanas, de olores
indefinidos, con la neblina del sueño
aún instalada en mis ojos, la espiaba
yendo y viniendo por las amplias
habitaciones de la casa.
Ella le hablaba a las plantas, quienes
dócilmente crecían a su antojo, a la vieja
máquina de coser, quien con su gracia
lograba remendar hasta los pecados
más atroces del alma, a los frescos alimentos
con los cuales acostumbraba crear
un sin fin de sabores,  destinados
al paladar de los infaltables parroquianos.
Toda la calma del mundo le pertenecía
a la abuela. No era la calma habitual
-la destinada a los simples humanos-
a ella le estaba reservado, el don de la sabiduría.

                        

(Del libro  “Bajos fondos del alma”, Ed. “Generación Abierta”, 2002)




La vida real

La vida real es un desgastado
sacerdocio.
En las altas ciudades, miles
de fieles confinan sus almas
para apaciguar el fuego de la carne
la dorada caridad de la limosna
el religioso orden de los días
por venir.
Habíamos dejado todo en manos
de los dioses, la deidad de la
cuaresma y los santos evangelios
éramos buenos y santos y la tierra
del paraíso nuestro más preciado
bien.
Pero tú, que renegaste de dogmas
y costumbres y elegiste la libertad
a ciegas a los prometidos reinos
de la sabiduría, hoy deambulas por la
espesa niebla del ocaso
con la cabeza gacha
y las manos atadas a un dudoso banquete.


(Del libro  “Calles asiáticas”, Editorial Plus Ultra, 1996)


                              
                            
  

Los amantes

Dicha y ocaso, gravidez de los rituales.
Línea oblicua del amor en las maletas del viajero.
Los perros ladran su tormento en las trenzas de la
                                                                    /dama.
Hueco de rencor, antiguos maleficios.
¿Quién ha robado los bastones del ciego
buscando luz en las tinieblas?
Nadie separa nuestros cuerpos de la tierra
pero ellos, los amantes, no esperan el orgasmo
para saciar su sed de cruzas elegidas.

                                   

(Del libro  “La anunciación de la partera”, Ed. “Generación Abierta”, 1992)



 

Silla Vacía
De cara al sol nuestra historia
reconoce sólo una parte de la silla.
Esa vaciedad que ha quedado grabada
en la raíz de los espejos, torna lúgubre
el candor de los espías
miserables corazones
que se esconden al despertar
de la noche.
Más allá de la crepitud del infierno
los huesos dormidos se reconocen
tiesos y escaldados.
En esa habitación un hombre
se deja morir día tras día.
Muchos de esos seres hoy
también se aventuran a pernoctar
en el olvido.
Se despiertan por las mañanas, toman
un sorbo de café e  imaginan
que la plenitud de la belleza
está del otro lado de la tierra.  
                 
   








La otra oscuridad



La otra oscuridad es este pacto labrado

con los sórdidos impostores.

¿Quién transformó los harapos calcinados

en la ensoñación de los dementes?

La rebelión de la piel es un atenuante

a la mentira.

Nosotros, los blancos atrincherados

en las bujías de plomo

descosemos las blusas amarillas

de la mujer amada y reciclamos su aroma

así como otros reciclan las miserias

más humanas.

Este es el estado de las cosas

la fragmentada disolución del alma

en la carne de los desenterrados.

Quizá por eso, este amor con gangrena

sacude a los amantes y nos traslada

a Notredam, allí donde el viejo jorobado

se recompone en los campanarios de plata

y vislumbra enajenado las cuentas pendientes

que en algún momento se ha de cobrar.

 
Cuatro razones para explicar un final


No hay cuatro razones que sirvan para

             explicar un final.



Las cifras matemáticas sólo le atañen a los científicos

de cabeza rapada hasta los sesos, a los estadistas

preocupados por el destino de un país, a los maestros

amotinados por años en un claustro, intentando explicar

lo inexplicable.



No. El final que nos ocupa presupone otras cosas

la palidez de un rostro aprisionado en las paredes

sacerdotales, la maliciosa perspicacia del marasmo

en un comienzo que fue indefinido, el doloroso paso

a esa extraña aventura que es el amor.



Ella, de niña, escribió cuentos para que su madre

imaginara que las hadas del paraíso no habrían

 de pervertirse con el tiempo, pero esto fue en vano

como era previsible, la ingenuidad esconde oscuras

intenciones, mercados de liebres atosigadas por los

hoscos marinos del trópico, injurias premeditadas

por los tramposos duendes de la primera inocencia.



No hay cuatro razones que sirvan para explicar un final

pero esta delgada y maldita ausencia pesa más

mucho más, que este duro oficio de vivir.
El orden de las cosas está en la lejanía.
 
     La mirada



                                  A Joan Miró y su obra “Una mujer en la noche”





Esa pesada carga del deseo
purifica la razón del violinista.
Ella sabe que el virtual descubrimiento
pasa por sus ojos
allí donde los monstruos más sagrados
atormentan el caldo del cartero.
Imperfecta y deleznable
su piel amarga restituye
al visionario de Manhattan.
Por ella, el Mar Mediterráneo ahogó la voz
del depravado, una tarde de abril
en Buenos Aires.
Esa pesada carga del deseo
transpone fechas y ciudades
heredera del silencio, el primer grito
partió de su incestuosa pupila.
Siempre fue así y ella lo intuye
desde el calvario de Otelo y Desdémona.
Una mujer en la noche
piensa como pulverizar la mirada.
Los comedores de patatas nos contemplan
como vigías encubiertos.
                
                              
  
XIII


Esa dulce muchacha que reía

y le hablaba a los pájaros

(“La vida es bella…”)

callaba cuando ellos

dejaban de cantar.

Una mañana los vio morir

al costado de un árbol caído.

Nunca más se supo de ella

pero corría el rumor

en el barrio                                                                                               

que en un loquero de Barracas

ella inventaba pájaros

para seguir ejerciendo

su antigua manía.

También se comentaba

que les susurraba

una y otra vez:

“No hay nada más amargo

que el sabor de la derrota”.





                    
 XX

La casa donde reposan los recuerdos
no reconoce dueños ni pertenencias del pasado.

En su entraña se cobijaron
historias vividas y no vividas
allí nacieron cuentos de hadas
voces parciales de un drama
creado a imagen y semejanza
de un héroe de fantasía.

Alguien debería narrarnos hoy
otros espejismos, para saber
que conjeturaban el lobo
el villano, la bruja de alcoba
sobre esos mezquinos relatos.

La casa donde reposan los recuerdos
es una deuda pendiente, un sueño inconcluso.
Ellos son el desarraigo, el desamparo



Los Comedores de Patatas *

El orden de las cosas está en la lejanía.

Los comedores de patatas nos contemplan
como vigías encubiertos.

Ellos son el desarraigo, el desamparo
de esos días, las ranas quemadas en el pan
                                                         de fuego.

Hay una crudeza inexplorada en la crudeza
                                                          del aire.

Cabizbajos, extraemos el pasto crecido
de las venas del tuerto.

Es un acto de tortura ver pasar la vida
de los otros con la certeza de lo ya visto.
·Sacado de una obra de Van Gogh






“Cientos de Retratos”
“Revoloteaba la mosca y se estremecía el mundo.
Ya no revolotea la mosca ni tampoco se
estremece el mundo”.
L.R.C.
Hoy comienza el viento nuevamente
a soplar con su firmeza silenciosamente
y se lleva rastros del pasado
voces, risas y murmullos añorados.
¿Cuál es la verdad de lo vivido
si mi alma lleva adentro
cientos de retratos?
¿Cuál es el torrente misterioso
que nos trae nuevamente
la sin razón deseada?
Gira el mundo gira con su magia
con sus luces y sus sombras
e historias descarnadas.
La lluvia trae resabios
de otros tiempos
amores fragmentados
el mundo sigue andando, así.

Hoy comienza el viento nuevamente
a soplar con su firmeza
tantos versos desgastados.
Y me acerca el aire de lo nuevo
que respiro lentamente
en el nuevo año.
¿Cuál es la verdad de lo vivido
si mi alma lleva adentro
cientos de retratos?
¿Cuál es el torrente misterioso
que nos trae nuevamente
la sin razón deseada?
*Letra y música: Luis Raúl Calvo




 
TEXTOS EM PORTUGUÊS
Tradução de Antonio Miranda

Poema XIV 

Existem momentos distintos
para poder chegar
ao conhecimento da vida.
Naqueles días
a luz era luz
a escuridão, escuridão
o paí e a mãe
seres sem tempo nem memoria.
Devem ter acontecido coisas
crescer fingindo não ver
os pesares do dia-a-dia talvez uma das formas
mais penosas do olvido —
compreender que nem a luz
nem a escuridão, nem os pais
se parecem com essas primitivas
sensações.
Recoordo-os hoje, quando a bruma
se torna inapelável aos sentidos.
Hoje, que a luz é apenas escuridão.


Poema XXII

A casa onde repousam as lembranças
não reconhece donos nem pertences
do passado.

En sua entranha se refugiaram
histórias vividas y não vividas.
Ali surgiram contos de fadas
vozes parciais de um drama
criado à imagem e semelhança
de um herói de fantasia.

Alguém deveria narrar-nos hoje
outros espelhismos, para saber
que tramavam o lobo
o vilão, a bruxa da alcova
sobre estes mesquinhos retratos.

A casa onde repousam as lembranças
é uma dívida pendente, um sonho inconcluso.


Antiga Soledade da Casa


Há que perpetuar-se
no espaço inabordável
à razão.

Na espera marginal
do silêncio
a extensão de sua voz
plantará raízes
e o sonho da morte
ocupará os restos
de uma terra fértil.

Nesta zona, inabitável
pelos desejos
a gestação do hóspede
preencherá o vazío.
 

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El septyimo cielo en los ojos n°60